domingo, 17 de enero de 2010

Ya te llamaré

Hay veces que me entran ganas de tirar el teléfono al suelo, ¿no os pasa? Si ya de por si en la oficina no paras de coger llamadas mientras te interrumpen en cosas urgentes que tienes que entregar, el móvil tampoco deja de sonar. Incluso el fijo y el móvil llegan a ponerse de acuerdo, ¿cuál coges primero? Con situaciones así no sólo el estrés aumenta, es que te alteras y se te acumula una tensión en la cabeza que desearías ¡¡¡gritar!!!
 
Eso si, cuando esperas una llamada importante o estás deseando que tu nuevo churri te llame, no hay manera… que no suena. Te pasas mirando la pantalla del móvil cada dos minutos, compruebas que lo tienes encendido, con batería y con sonido. También lo paseas por toda la casa. Estas limpiando la encimera de la cocina, subida a la escalera, con un pañuelo en la cabeza que te sujete el pelo y con esos guantes amarillos tan poco eficaces para agarrar cosas… y ahí lo tienes, en la mesa bien visible y miras de reojillo a ver si suena. Vamos… ni que con eso mandases vibraciones al que te tiene que llamar… Lo preocupante, es que si sonase, tendrías que bajar con cuidado la escalera, quitarte los guantes mojados y secarte las manos antes… aunque con los nervios, te saltas un escalón y te caes, los guantes mojados hacen que te escurras por el suelo, intentas coger el teléfono con los guantes pero son tan gruesos que no palpas bien los botones. Desesperada, quieres quitarte uno… pero no sale!!! Intentas dar al botón de descolgar con la punta de la nariz o incluso con la lengua… ¿Diga? Diga?? Hale… que te han colgado. Ese ansia de que te van a llamar en cualquier momento, hace que te lleves el teléfono al baño, pero… ¿que vas a hacer si te llaman? Si estás duchándote, ¿vas a salir con el jabón por todo el cuerpo? Y si estas con las braguitas en los tobillos… ¿cómo dejas de hacer ruido? Y si lo coges… ¿tiras de la cadena? Sin embargo, la obsesión es tal que nos compramos una batita para estar por casa o una sudadera… ¡¡con bolsillos!!
 
Pasan las horas... y sigue sin sonar. Da igual que quien te tenía que llamar fuese tu madre o tu amiga que te dijo que ibais a quedar para ir al cine y aún sigues esperando, te va a molestar igual. Eso si, las peores llamadas, siempre son las del sexo opuesto.
 
Esa odiosa frase, que te retumba en los oídos, que te atormenta y se mete en tu cabeza cada vez que miras la pantalla. “Ya te llamaré”… ya te llamaré, ya te llamaré… mañana te llamo… el viernes te llamo y quedamos, hoy me va a ser imposible… ¿te llamo mañana cuando terminé y nos vemos por la tarde?, estoy liadísimo, te llamo luego ¿vale?... ¡¡¡No!! Yo no quiero que me llamen luego, quiero hablar AHORA que para eso he llamado y 5 ó 10 minutos no es mucho tiempo para dedicar a una mujer. De hecho es poco tiempo, pero a estas alturas, no se puede ser exigente.
Ay…. Suspiras y no te queda más remedio que aceptar posponer la conversación para más tarde. Antes lo creías a pies juntillas, dabas por seguro que así sería, y claro, el chasco y la decepción eran más grandes. 17 años, ese chico del instituto que tanto te gusta… ¡te ha mirado! Bajas la mirada, notas el calor en tus mejillas e intentas reprimir una tonta sonrisa. A la salida, te está esperando apoyado en su moto y no sabes como contener la emoción cuando te pide el teléfono. Vas corriendo al grupo de tus amigas, chillando por lo bajinis y diciendo a un grupo de adolescentes igual de emocionadas que tú “¡me ha pedido el teléfono! Vamos a quedar mañana!”. Esa tarde no te llama, el viernes no va al instituto, te desesperas porque no sabes que hacer, no quieres planear nada porque te mueres de ganas de estar los dos solos. 8 de la tarde… finalmente quedas con tus dos mejores amigas y estallas en un doloroso llanto “¿por qué? ¿Por qué no me ha llamado? No lo entiendo… si me dijo que me llamaría…”
 
Ahora con unos cuantos años mas, (no muchos más eh??) un “ya te llamaré” sigue siendo igual de incomprensible pero lo dejas al azar. ¿Llamará o no llamará? Esa es la cuestión. Lo que si se mantiene, es la emoción, es inevitable aunque cueste reconocerlo. Porque, el muchacho en cuestión, ya te ha encandilado. Te gustan sus ojos, sus labios te pierden y sus manos…. ¡qué manos! ¡Y qué brazos! Ummm… y ¡qué trasero! Y además de atractivo, bueno, al menos para tu gusto, ¡tiene una conversación fluida y con sentido del humor! ¡Todo en uno! Vamos… que te ha tocado la lotería.
Al verle se te ponen esas cosquillas en el estómago y cuando se va… no paras de pensar en cuando podréis volver a quedar, volver a hablar, volver a hacer bromas con las frases chistosas del día que os visteis.
 
Te dijo que te llamaría y piensas que sí, que esta vez si será cierto. Las dos citas anteriores fueron estupendas y os pasasteis más de dos horas hablando sin parar en aquel sitio de cocktails. Ehhh… todo hay que decirlo, que después de 3 mojitos cada uno… El caso es que has notado… ese algo especial, y no sabes si fue por el efecto de las bebidas o por sí mismo, que te plantó un beso que te quitó el sentido… al menos por eso, ya hay un aliciente para quedar ¿no? ¡AHHH! ¿Y si no le ha gustado el beso? Que no, que no…que eso no puede ser…
 
En fin… que el “ya te llamaré” de la última despedida... está durando ya una semana. Buscas cualquier excusa para cubrirle y piensas que es por trabajo. Claro, ha tenido una semana de reuniones o de visitas a clientes y ha acabado tardísimo. También puede que le haya surgido un viaje de trabajo o… ¿no decía que tenía un congreso? Pero ese “te llamo” sigue acosándote una y otra y otra vez. Si no lo va a hacer, ¿para qué me lo dice? Él queda mejor y una no se hace ilusiones tontas, además de no perder el tiempo ni arriesgarse a acabar en el suelo haciendo las cosas de casa. Pero no, te lo suelta para cumplir y ¡hale!, ya tienes para comerte la cabeza un rato.
 
Lo que ellos no saben, o lo saben y por eso lo hacen, es que el ya te llamaré provoca estados de ansiedad e inseguridad. ¿Qué dije que le haya sentado mal? ¿Acaso no tendría que haberle contado que duermo desnuda? ¿Habré sido insistente en algo? Puede que sea cuando le toqué el culo cuando estábamos en el bar… umm… bueno, ahí ya nos habíamos dado unos cuantos muerdos, y era de forma cariñosa… ¿le habrá incomodado? A ver si es que no le ha gustado el sitio al que le llevé o que piense de mí que soy una cotorra. Pensamientos cada vez más absurdos pero que no dejan de pasar por tu cabecita como pequeños intrusos que quieren hacerse con el poder de tu mente.
 
Nos obsesionamos y, como cuando teníamos 17 años, llamamos a nuestra mejor amiga, a esa amiga que le contactes, con pelos y señales, aquella tórrida velada que empezó en el coche y terminó en la cama. Bueno… la verdad es que pelos no, el chico era de los que se depilaban y señales… unas cuantas: arañazos en la espalda, pequeños mordiscos en el labio inferior, algún moratón…. Es que… el coche tiene su morbo pero carece de comodidad, te clavas el freno de mano en la rodilla y el enganche del cinturón de seguridad del asiento trasero acaba dejándote una huella en el costado…
En fin… que tu amiga escucha tus angustias de más de media hora y te aconseja, sabiamente, que pases del chico, que no merece la pena pensar más en el, que él se lo pierde, que seguramente volverá a querer quedar pero que le ignores, que hay más hombres y más guapos, que conoce a un amigo de su novio que es estupendo y con el que pegarías mucho… Todo esto no te va a ayudar a dejar de pensar en él, pero al menos, te desahogas.
 
Y, pasados 4 ó 5 meses… vuelve a aparecer, como ya adivinó tu amiga. En esta ocasión, no llama, sólo un simple mensaje al móvil, “Hola guapa, ¿qué tal? Me apetece mucho verte, echo de menos esas hábiles manos… ¿te apetece quedar el jueves?” Ahora es tu turno de venganza “Ohhh… lo siento, me va a ser imposible. Ya te llamaré”

lunes, 11 de enero de 2010

Bésame

Una oleada de sensaciones, a cual más intensa. Impulsos nerviosos que te guían sin darte cuenta. Todo se nubla, las pupilas se dilatan y un escalofrío recorre la espalda.
Ni el dulce sabor del chocolate, ni la miel más elaborada provocan tantas emociones como el roce de unos labios. Besos que dejan en la piel un rastro suave, un gesto pequeño que aumenta poco a poco, acompañado de miradas intensas y manos delicadas.
Una caricia en la nuca y un beso que le sigue, que rodea el cuello y que se desliza tras la oreja como silenciosa serpiente que busca su presa.
Evitamos sucumbir a la tentación de la bella manzana, esa que desterró a los hombres y que provocó el sueño de una dulce dama. Cerramos los ojos, aguantamos la respiración… no queremos dejar el camino fácil pero esos labios ya recorren nuestras mejillas. Se paran, los tenemos delante pero no nos rozan, sólo se acercan para tantear el terreno, sin pisarlo. Un duelo comienza en esos instantes, ninguno ataca. Se retan, ninguno quiere perder la batalla pero ambos ansían que estalle la guerra.
Ambos generales intercambian miradas, una mano asciende y sondea el terreno, vuelven a acercar posiciones, sacan las puntas de sus lanzas preparándose para la acometida. La respiración sigue entrecortada hasta que uno lanza toda la caballería.

Bésame, bésame como sabes, quiero sentirme especial durante toda la noche. Déjame sentir el calor de tu boca mientras me susurras al oído y notar tus manos entre mi pelo.
Bésame en los labios, donde nacen mis palabras. Rózalos con los tuyos dejándome sin aliento, mordisquéalos y pon las yemas de tus dedos dibujando su silueta.
Bésame el cuello, recorre con tu lengua la piel suave que lo rodea y libérame de las tensiones que me atan. Acarícialo con tus hábiles manos como el artista que se deleita viendo su gran obra. Desliza tus dedos por mis hombros y enrédalos entre mis manos. Necesito sentirte cerca, notar el calor de tu cuerpo que mientras esté contigo, no existen ni las angustias ni el tiempo.
Posa tus labios sobre mi espalda, la que me sostiene, me tiene en pie y me sienta. Si el cuello me delata, sabes que la espalda me pierde. Juegas conmigo, te detienes y me provocas a que te suplique. Una pequeña punzada de placer se centra en mis costados, arqueo un poco la espalda, no he sido yo… ha sido ella sola… tensando todos mis músculos alerta al siguiente roce. Sigue la columna, pero no me sueltes de las manos. No te veo, no te hablo… pero no necesitas que te diga nada.
Retomas mis labios más intensamente que antes. La delicadeza ha dejado paso a la ardiente pasión y nos aferramos a un baile de deseo entre palabras entre cortadas y suspiros que desaparecen en tu cuello. Ya no hay timidez, no hay miedos, quiero enredarme en tus labios y perderme en ellos. Perderme en un laberinto de paredes de terciopelo, dejarme guiar por una tenue luz que confunde mis sentidos y encontrar la puerta a un mundo desconocido.
Bésame el pecho, pequeño cofre de mis tesoros. Como un atrevido alpinista, ve escalando poco a poco hasta la cúspide. Encuentra cada recoveco, deja que tus manos indaguen todo el terreno y, dejando tus huellas en la suavidad de mi piel, alcanza el pico más alto mientras sucumbes ante el hermoso paisaje que desde allí contemplas.
Lánzate al vacío de mi vientre, un mar embravecido por la tormenta donde tu barco se deslizará por las olas, mientras el valiente capitán gira el timón rumbo norte, dejando que la proa se hunda y sumerja en las calidas aguas del mediterráneo.
Bésame, no esperes y déjame sin aliento. El juego empezó como dos niños inquietos que buscan descubrir nuevas aventuras. De un salto, dos fieras hambrientas se enfrentan entre las sabanas, pero tus besos me vencen, caigo rendida ante tu mirada. Mi espalda se arquea, mis ojos se cierran… sólo bésame y no digas nada.

jueves, 7 de enero de 2010

Aquella vez tan incómoda

No podemos escaquearnos de pasar vergüenza en algún momento. Siempre tenemos una anécdota curiosa o graciosa que nos sucedió aunque, claro, en aquellas circunstancias, muy gracioso no resultaba y lo único que podías pensar era “Tierra trágame”.
Cualquier lugar puede ser escenario de situaciones incómodas que provoquen no sólo el sonrojo sino que no sepamos reaccionar a tiempo.
Tienes una reunión en la oficina a las 11 de la mañana. Te has puesto uno de tus mejores trajes de chaqueta combinado con una camisa preciosa blanca… estás ideal. Hace calor, te has quitas la chaqueta y pones el aire acondicionado en la sala para que se refresque un poco. Todos los documentos están preparados encima de la mesa en sus correspondientes carpetas, que entregas a los participantes de la sesión. Ellos ya están entrando mientras tú recoges de la fotocopiadora el informe económico del último mes. Total… que cuando entras, tu cuerpo nota el cambio de temperatura, de hecho, tus pechos se han quedo reducidos y marcados en esa camisa blanca tan estupenda. Los murmullos cesan y 14 ojos masculinos (la única mujer eres tú) te miran intensamente con una media sonrisa en los labios. Te quedas paralizada, y la única reacción es usar la carpeta como parapeto de esas miradas.
En el trabajo también nos puede ocurrir que se atasque esa mega impresora último modelo, laser plus KHZL2890. Claro... como es tan espectacular y tan asquerosamente nueva, no sabes por donde sacar el papel. Te empiezan a salir iconos que parpadean en rojo y en la pantalla la gran frase “atasco de papel. Retire papel y pulse OK”. A ver… si, ya lo he entendido pero…¿ por donde lo quito? Empiezas a abrir compartimentos: el del taco de papel, el de los rodillos de tinta, una pequeña puertecilla que no sabes para que sirve… al final, consigues dar con el sitio y ves el papel medio arrugado. Tiras un poco hacia fuera, levantas un poco la varilla que estruja el papel y empiezas a pringarte las manos. Te cabreas con la impresora y sueltas improperios por lo bajo, ni que la impresota te fuera a escuchar… El que si te escucha es tu compañero, que iba a la maquina de café y se ha parado a ver tu grandiosa obra. Subes la cabeza, despeinada, con tinta en las manos y en la cara, las mangas también manchadas y un trozo de papel en la mano. ¡Maravilloso! Has quedado como un cuadro de Dalí y te vas a quedar con la fama de la rompe impresoras.
En las discotecas nos topamos con más momentos inolvidables, no sólo por que los hagas tú, sino por tus amigas. En tu caso, vas al baño y al salir, llevas pegado al tacón una tira de papel higiénico, y, no solo eso, sino que la falda se te ha quedado metida entre las medias y ¡¡vas enseñando medio culo!! Normal que al pasar cinco tíos me hicieran corrillo y me vitoreasen. Menos mal que llevaba las medias negras.
Una de tus amigas ha bebido más de la cuenta, va haciendo eses mientras se intenta subir a la tarima de la discoteca. Intentas detenerla pero con su voz de borracha te suelta “quuuuieeeeerooooo subiir…”. Sube la pierna como para montar un caballo y es cuando empieza a reírse a carcajada limpia. Mientras, a tu lado, la gente mirando el espectáculo y en el ridículo que hace tu amiga... vamos… que empiezas a sentir vergüenza ajena. Lo peor aun está por llegar. Al subir, empuja a una chica que se le cae la copa al suelo y claro, te cae a ti la bronca. Mientras tu querida amiga subida en la tarima bailando fatal y justo cuando va a levantar un pie, se tambalea y aterriza en el suelo. Eso sí, a pesar de estar sangrando por la nariz, ¡¡la tía sigue riendo!!
Tampoco podemos olvidarnos del típico tío baboso, que se acerca para vacilar un poco. “¡Ey! ¿Qué pasa nena? ¿Quieres que te de mambo?” ¿Mambo? Mambo el que le voy a dar yo como siga acercándose tanto. El niñito no sólo te vacila sino que por bailar como un pato mareado acaba tirándote media copa de red bull, pringándote pelo, cuello, espalda y brazo… ¡puag! Hale... nada más llegar a casa, a ducharse, pero claro, si vives con compañeros de piso o familia, ¡cómo vas a ducharte a las 7 de la mañana!
¿Y que ocurre si estas situaciones embarazosas nos ocurren con el sexo opuesto?
Me voy un fin de semana con un amigo “con derecho a roce”. Excursiones, botellas de vino y horas y horas entre las sábanas. Todo parece perfecto pero el domingo cuando estamos recogiendo para irnos, me salta “¿sabes? Mientras dormías, balbuceabas en sueños y se te escapó un pedillo” Menos mal que estás en el baño cogiendo el neceser, no podrá verte la cara de sorpresa, tu mano en la boca y tus mejillas al rojo vivo. ¿Qué digo yo ahora?... piensas… “Ah, ¿si?.... vaya” contestas medio tartamudeando. Eso provoca sus risas y ya no sabes donde meterte.
Los gases nos hacen pasar malos ratos.
Vas en el coche con tu nuevo chico. Te acaba de recoger en casa para llevarte a un restaurante sorpresa. No sólo vas guapísima, sino que llevas tu mejor perfume. De repente, notas que tu estomago se mueve… ¡No, por dios, ahora no! Intentas aguantar y parece que lo consigues pero, a los pocos minutos, vuelve el pinchazo. Empiezas a pensar… “¡¡por favor, que no, suene, por favor, que no suene!!” pero el siguiente dilema es “¡¡por favor que no huela, que no huela!!”.
Pero… ¿qué pasa cuando son ellos los que te incomodan?
Estáis en pleno momentazo. Luz tenue y una dulce lucha cuerpo a cuerpo. Tu falda ha quedado por el suelo junto a sus calzoncillos y tus braguitas arrugadas justo en el borde de la cama al lado de la almohada. Sus labios recorren tu cuello, cierras los ojos y te dejas hacer… y ¡pum! Un sonido que corta la intensidad de momento, ya sea porque resulta molesto o porque no puedes parar de reír y, claro, cómo te vas a poner a reír con todo el material de trabajo en funcionamiento. Bueno, también puede servir como un vibrador natural, él pone la maquina y tú la vibración, eso si, sin las pilas.
También puede ocurrir que sufra de sinusitis o, simplemente, que tenga mocos, pero ¡por favor! Que no haga un gargajo y lo escupa mientras vais andando por la calle. Lógicamente, el romanticismo queda por los suelos y te planteas la falta de educación del chaval. Así que, cuando te despides con un “¡Sí! Llámame y vamos al cine” en realidad piensas “cielo, está es la última vez que me vas a ver el pelo”. Y ya que hablamos de pelo, algunos podrían cuidarse mejor, ya no por la barba, sino que cuando les hable al oído que no me coma sus pelos de las orejas ni tenga que soportar el olor a sudor. Claro, así mis amigas me dejaron sola tan rápido, ¡al menos que me avisen!
Muchas veces lo que nos molesta no es lo que hagan, sino lo que no hacen. Se les olvidan fechas de cumpleaños o aniversarios, te cancela una cita para irse con sus amigotes a ver el partidazo de la UEFA… pero siempre es en los momentos íntimos donde meten la gamba. Bueno, o justo porque ni meten la gamba ni el gambón.
A los cinco minutos de empezar, tu querido churri ya ha terminado, apaga la luz y “buenas noches” y te da un beso en la frente. Bueno, gracias… al menos me llevo un beso paternal. A ver… creo que nos estamos equivocando ¿no? Es decir, el concepto no ha quedado muy claro, qué parte del 1+1 = 2 no ha entendido. ¡Vaya! Teniendo estudios de ingeniería pensaba que las mates estaban controladas. ¿No se supone que ya tiene que saber hacer integrales y derivadas? ¿Faltó a clase cuando daban ese tema? Lo peor de todo es ¡que está dormido de verdad! Relajadito y a pierna suelta mientras que tu estás boca arriba con los ojos abiertos de par en par (a pesar de estar a oscuras) y con los brazos cruzados. En estos casos me dan ganas de tirarle de la cama, tirarle un vaso de agua o, simplemente, largarme, aunque, claro… nunca lo hacemos ¿por qué? Supongo que preferimos tragarnos nuestro cabreo a hacer de esa situación más penosa de lo que ya resulta.
Momento incomodísimo: el temido gatillazo. Te esfuerzas con todas tus ganas y tu habilidad pero que no hay manera. Pim-Pam, Pim Pam… y ni se inmuta. Sudada, bueno, no, empapada de sudor y despeinada le preguntas que si lo haces bien o qué es lo que prefiere pero te contesta “me lo estoy pasando en grande, en ¡serio! Dame unos minutos que me recupere”. Que no, que no me engañe… ¡No le está gustando! Esas cosas se notan y más aún con la ley de la gravedad de por medio. Así que, con esto ya tienes un motivo para darle vueltas a la cabeza. Los minutos que el necesita, los utilizas tú para plantearte que no lo estás haciendo bien, que ha visto que tienes celulitis o que tus pechos no tienen la forma que él deseaba. El silencio se corta con un cuchillo y el muchacho intenta romper el hielo preguntándote en qué piensas. Me encantaría decirle que tengo el ego por los suelos, que me duele todo el cuerpo de tanto moverme (las agujetas que me esperan mañana…ufff) y que o ha bebido demasiado o no le pongo lo suficiente. Pero no dices nada, así que, te empieza a dar besitos y vuelta a empezar. Y lo que comienza a subir otra vez que baja. En serio, esto no me puede estar pasando a mí.
En realidad, lo que deberíamos plantearnos es ver las cosas de otra manera y no juzgarnos tanto ni a nosotros mismos ni a los demás. La mejor medicina para salir de los apuros es reírnos, y ¡qué mejor que una sonrisa para apaciguar la vergüenza!

martes, 5 de enero de 2010

Cuando ya eres mujer...

Mucha gente dice que ser mujer es un privilegio porque tenemos la posibilidad de crear vida, aunque ya hay hombres que se han quedado embarazados (vaaaleee… en su día fueron féminas... pero la ciencia…es la ciencia).
Sí, es muy bonito eso de los niños, mirar como crecen y sentirse orgullosa de ello, pero para pasar por eso, además de aguantar dolores durante el proceso de gestación y de vernos cada vez más gordas, tenemos que pasar por el gran dilema de la mujer, el periodo, más comúnmente conocido como “regla”.
Siempre está incordiando pero nunca se puede hablar de ella, ¡parece que es un tema tabú! ¿No se supone que es algo natural? Entonces ¿por qué nos cuesta tanto ser claras con eso? Utilizamos frases como “estoy mala” “ya ha venido Andrés (el que viene cada mes)”, “estoy con la de rojo”… Cualquiera podría pensar que te estás montando un trío para aliviarte el dolor de cabeza.
La menstruación nos viene a visitar muy jóvenes, tanto que nos sorprende y nos asusta. “¡Mamá, mamá! Me está sangrando” gritas desde el baño con tan sólo 10 ó 12 años (algunas aguantan hasta los 14... ¡¡Tendrán morro!!). Tu madre corre como loca y cuando te ve sentada en la taza con las piernas colgando y las braguitas con la prueba del delito, en lugar de preocuparse, se emociona y dice “¡ay! Que mi niña ya se ha hecho mayor...” y te estruja la cara, con un beso en la frente y un abrazo. A ver… que yo no quería sangrar, ¿vale? Y, lo más importante, ¡quiero que se vaya!
Ya de mayor, que sabes de qué va el tema, la regla sigue siendo molesta, incluso más que antes. Te aparecen dolores de todo tipo: espalda, riñones, ovarios…Los pechos se hinchan y se ponen duros como piedras y, claro, también duelen cuando andas o corres. Y no me olvido de los granos. Siempre aparecen en lugares bien visibles y si te da por apretarlos, estás perdida porque te dejas la señal y se multiplican por las mejillas, cerca de la oreja, en la nariz o, directamente, en el mentón.
La revolución hormonal no termina ahí, no, no… aún queda mucho más, porque eso es sólo el aviso. El Síndrome Pre Menstrual (SPM) es ya el indicativo de que te queda poquito para que el padecimiento sea total. Los cambios de humor pueden derivar en llantos por cualquier tontería o en arrebatos de ira sin venir a cuento. Estás leyendo una revista del corazón y una famosa se separa por la infidelidad de su novio, y ya te empiezas a emocionar. Tu pareja te mira con cara de “a ésta que la pasa ahora…” y tú gimoteando “¡Ay, que pena! ¡Por qué pasan estas cosas!” y te levantas llorando a lágrima viva y moqueando. Ver una película de drama o escuchar una canción romanticota también te provoca estados de lo que podríamos llamar Pena Hormonal, no sabes por qué pero te entristeces y te pones melancólica sin motivo alguno. Los arrebatos de ira incontrolada también son muy comunes con el Síndrome. Le pides a tu chico que compre zumo de naranja y yogures de fresa y trae un zumo de piña, porque de naranja no había, y se ha olvidado de los yogures. Esa tontería para ti es un mundo y estallas con todas tus ganas sintiéndote incomprendida porque todo lo tienes que hacer tú. Cualquier hombre nos puede preguntar que por qué nos ocurre esto o que no lo entiende. La verdad, yo tampoco lo entiendo, simplemente, pasa.
Muchas veces, la regla viene cuando no tiene que venir o cuando tienes algo importante. Puede acudir sin avisar en Nochevieja, en una boda de una amiga, ¡tu propia boda! O cuando vas a tener una noche loca con un amigo. Eso sí, su aparición estelar siempre es en los viajes.
Tus amigas y tú habéis planeado un viaje a… ¡IBIZA! Una semanita de playa, fiesta, ropa blanca ibicenca y muchos chicos guapos. Según tu calendario biológico, te baja la semana siguiente así que… ¡A disfrutar! En el avión notas un cierto pinchazo… “el café te ha sentado mal” piensas, pero cuando llegas a tu destino presientes que vas a tener esa visita que no esperabas. Y en el hotel ya lo confirmas “¡No me lo puedo creer! Pero ¿por qué ahora?” No te queda más remedio que tomarte un ibuprofeno para aliviar los dolores y al mirarte en el espejo, ves un enorme grano en el moflete izquierdo. Vamos, que aunque te maquilles va a salir en todas las fotos. Así que, olvídate de ponerte ese modelito fashion que te compraste tan vaporoso y tan blanco, una simple mancha se vería a kilómetros. Y por supuesto, nada de ligar con varios morenazos bronceados y cachitas.
Y es que, aunque calcules, nunca sabes si te va a cuadrar o no, incluso te puede afectar el estrés, las dietas… Eso sí, cuando la regla se nos retrasa lo pasamos mucho peor. Empiezas a calcular cuando fue la última vez que tuviste temita o, si es con tu pareja, si ha podido pasar algo raro, “no, no puede ser... si tomamos precauciones”. Si eres de las que toma la píldora (supuestamente suele provocar más regularidad) y tienes un retraso, vas corriendo al neceser para ver si te cuadran las fechas.
De cualquier forma, los agobios y los nervios nos hacen sentirnos más inseguras y cada vez que vamos al baño miramos si ya ha llegado. De hecho, te buscas los síntomas propios y si notas cualquier pinchazo ya crees que puede ser ella. Nos obsesionamos tanto que, muchas veces, eso mismo hace que se retrase aun más y se convierte en un círculo vicioso.
De jovencitas ¿no os ha pasado tener vergüenza de bajar a comprar al super? “¡Jo! Se van a dar cuenta de que estoy con la regla y me van a mirar raro”. Ese pudor a que te miren también nos hacía ponernos una chaqueta atada a la cintura para taparnos el trasero. Nos atemorizaba pasar por delante de un grupo de chicos sentados en el banco de la esquina y entre ellos estaba Samuel, que te gustaba muchísimo y “¡me va a notar que llevo compresa!”. También evitábamos bañarnos y lavarnos la cabeza por si nos pasaba algo, ¡se nos podría cortar la regla o volvernos locas! Amenazas y consejos que nos llegaban de pasadas generaciones. ¡Ay! Si nos vieran ahora.
En cuanto a las compresas hay tantos modelos que nunca sabes cual escoger: Normal, Super o Superplus, con alas o sin alas. Pero no nos engañemos, llevar una compresa es incómodo. Las alas se acaban despegando y te rozan las ingles, la has colocado demasiado arriba y los bordes te rozan los cachetillos, has manchado un poco la braguita y, lo que es peor, sientes que llevas un pañal mojado constantemente.
Los tampones también tienen su historia. La primera vez que los usas, casi gastas la caja de tanto probar y que no se quede bien colocado, y eso que te has leído las instrucciones fijándote bien en el dibujo. Me pongo de pie con una pierna en alto, tengo que coger el tubo con dos dedos y con la otra mano empujar el segundo tubo en dirección a la espalda… ¿hacia la espalda? Y ¿cómo lo llevo hacia la espalda si, tal y como estoy, iría hacia arriba? Quién escribiese esas indicaciones seguro que jugaba mucho al…. , pie al rojo, mano al amarillo… hay que ser equilibrista. Eso sí, menos mal que los de ahora llevan el tubo de aplique, porque los de antes, de forma manual, vamos, igual que un supositorio.
Todas estás cosas nos pasan a las mujeres, ¿sigue siendo tan bonito? No hay cuentos de hadas, ni sé a que huelen las nubes ni sonrío por la calle cuando ni un ibuprofeno me quita el dolor de vientre. Lo que sí sé es que en esos días me armo de paciencia, me mentalizo que son unos días y, sin duda alguna, unos mimitos son el mejor remedio casero cuando estamos malas.

Desapariciones Misteriosas

Los adultos hemos dejado de creer en la magia, podemos disfrutar de un espectáculo de ilusionismo con admiración pero sabiendo que detrás de eso hay trucos y muchas horas de ensayo. Pero, lo crean o no, los magos existen. No se ponen miles de candados ni se encierran en cajas herméticamente cerradas, pero son grandes maestros en la prestidigitación

Son los Hombres-Magos, o más concretamente, los Hombres Houdini. Este tipo de hombre es una nueva especie que se esta propagando con gran rapidez. Su característica fundamental: desaparecen sin dejar rastro. Son agradables, de fácil trato, los hay mas tímidos o mas extrovertidos… Pero la tónica general es que con ellos no sólo estás cómoda, sino que pasas un buen rato.Una mujer siempre mide las palabras, por eso de los agobios, pero con ellos, hablar es fácil, aunque sean temas banales, no hay miedos y todo es más fluido. Los Houdini, tienen la habilidad de sorprenderte con cualquier cosa. Puede ser por su profesión, es masajista o bombero… ¡¡vaya!! Pero es que no es un masajista cualquiera, no, es masajista de Shiatsu, ¿Me va a mantener el equilibrio entre mi cuerpo y mi mente? Si maneja bien las manos, creo que me va a desequilibrar más…. Y si es de los que usa manguera, que por las noches venga a refrescarme…

También puede llamarte la atención por sus hobbys: “Soy monitor de esquí”-te dice- o “hago king boxing”… Esquí, montaña, nieve, bueno, yo es que… soy más de mar, pero si siempre esquía con tanto empeño como cuando enseña… decidido, que mañana mismo me compro el equipo completo. El otro, tendrá buen cuerpo pero enfadarse con él por quien hace la comida o quien limpia los platos, debe ser peligroso… vamos, que te lanza una patada al aire y destroza la mesa de madera que te regalo tu padre cuando te independizaste. Bueno, y sin que nos oiga nadie, en la cama debe ser un fiera, aunque… ya una no esta para muchos trotes ¿eh?, que luego los esfuerzos pasan factura: que si vuelta para acá, piernas arriba, que si la posición del dragón… y luego vienen las agujetas, dolores de cuello, de brazos…Uff, no se si me compensa.

En fin… que me pierdo… otro de los hechizos de los Hombres Houdinis es su gran caballerosidad. Te traen y te llevan en coche, conoces sitios agradables, suelen pagar ellos. Y claro, como te tratan como una reina, se te cae la baba por ellos y no puedes evitar pensar que esto no puede estar pasando, que es un sueño o “Es un tío estupendo, ¡Qué partidazo!” A ver, tampoco es que te emociones como para llevarles al altar, pero te sientes tan bien que te gustaría que no se pasasen las horas.

Como buenos magos, son expertos en el arte del ilusionismo. Te prometen llevarte a un restaurante estupendo, a la piscina de su chalet o a un viaje por París o cualquier otro rincón del mundo. Te hacen soñar y piensas en un hotel con sesiones y sesiones de masajes, (ummm… esas manos…), con un desayuno con champán, paseos a la orilla de alguna playa exótica o una cena con velas en un bonito restaurante de tu ciudad. Es tan emocionante que, ingenua de ti, te lo crees. Mas que creértelo, quieres creer que es cierto, así que, para el caso, es lo mismo. Y es después de todos estos encantamientos cuando hacen su conjuro final. Ni Harry Potter podría vencerles con sus Alohomora, Expeliermus o Wingardium Leviosa… que mira que ya es difícil. Ellos simplemente, dejan de existir, escapan ante tus ojos sin que tú te des cuenta. Notas que las conversaciones que teníais, ya no las tienes. Ese mensaje que te mando para quedar, no se ha vuelto a repetir después de dos semanas o no te contestó a una llamada que le hiciste. También puede ocurrir que la última vez que hablasteis tenia ganas de verte, pero ha pasado más de un mes y sin novedades.

Aquí ya ves que todo era un engaño, que de su chistera sacaba demasiadas cosas buenas para ser ciertas pero ¡si yo no le puse ninguna cadena con doble candado! Es más, seguramente, muchas de nosotras ni siquiera habíamos pensado en relaciones ni quedar continuamente. Era una persona que te caía bien y con la que había buen filling. Pero… se esfumó. En ese momento te planteas si gustas al sexo opuesto. No soy espectacular, ni tengo tipazo de modelo y no soy tan voluminosa como Pamela Anderson, pero no estoy mal ¿no? ¿O si? Entonces, si no soy un coco... ¡es porque soy antipática! No, No puede ser, ¡si soy muy sociable! Todo ello te lo dices a ti misma para intentar dar una explicación coherente a lo ocurrido, aunque sigues sin llegar a entenderlo.

Se suele decir que los hombres… prometen hasta que…hasta que… consiguen su objetivo... y… que se acabó lo prometido. Y ¿qué pasa cuando ni siquiera has llegado a ese punto? Vamos, que era un tío que me gustaba, tenia buena conversación y ¿no pudimos tener una noche loca de sexo? Al menos déjame buen recuerdo antes de desaparecer. Dudas y mas dudas te invaden, no ya porque te importe, sino por saber qué haces mal, qué tienes que todos escapan. Incluso pecas en enviarle un último mensaje o le llamas pasado un tiempo para volver a retomar el contacto, pero, como os podéis imaginar, no hay respuesta, y lo peor… la cara de entupida que se te queda imaginando lo que pensará al ver que sigues insistiendo. Y, encima…le subirá el ego al creer que sigues coladita por sus huesos.

Así que, a partir de ahora, voy a empezar a dar clases de magia. Me compraré el “magia Borras”, libros de cartas, sobre escapismo y criaré conejos y palomas para meterlos en mi sombrero. Aunque, pensándolo bien, mi gato no se si aceptará nuevos inquilinos, mejor buscaré tiras de pañuelos de colores e intentare unirlos con una barita mágica. ¿Alguien sabe donde esta Howards? Quiero enviarle una carta al profesor Damberlorf, a ver si acepta mi matricula fuera de plazo y voy a intentar pedir una beca, porque mis padres no son magos y ahora que estoy en paro… mal está la cosa. ¿Y si llamo a David Copperfield? ¿Tendrá cobertura? ¿Por donde andará? ¿Tendrá diferencia horaria? Lo que está claro, es que ni trucos ni cadenas serán capaces de atrapar a esta especie que siempre busca la libertad. Cuando nuestro encanto personal sea suficiente para que vuelva a aparecer dentro de su chistera, seremos las hechiceras que tendrán la llave de su candado mágico.