domingo, 31 de enero de 2016

Mujeres experimentadas

Muchos hombres opinan que las mujeres somos rebuscadas, malpensadas y frías. Consideran que somos inaguantables cuando nos ponemos a la defensiva o que acabamos echando en cara muchos reproches del pasado. Pues bien, aunque sí que es cierto que a veces nos pasamos un poco cuando nos enfadamos con nuestras parejas/maridos, y hombres en general, lo principal es buscar la raíz del problema: ELLOS. Sí, ellos mismos son los que han provocado que acabemos siendo tan “especiales”. Evidentemente, cualquier hombre que lea esto o al que se lo diga, no sólo lo negará sino que me dirá que eso mismo confirma esa teoría masculina, puesto que también se suelen quejar de que siempre les echamos la culpa de todo.

Cuando eres una adolescente, crees en los cuentos de hadas, en el Amor a primera vista y en el Amor Verdadero. En esa época, somos más inocentes y mucho más vulnerables ya que tenemos un total desconocimiento de las relaciones Hombre/Mujer tanto en el plano físico como en el emocional. Que a los 16-18 años un chico te pida salir es fantástico y todo lo que ello conlleva: los arrumacos a la salida de clase, las notitas amorosas, las salidas nocturnas, las nuevas experiencias… Pero la cosa cambia cuando empieza a hacerte menos caso, menos llamadas, le ves que tontea con otras o se acaba en ruptura. Esto es sólo una experiencia de las tantas que pueden surgir y es justo por eso, por la experiencia, por la que cuando pasamos la barrera de los 30 años nos cuesta mucho más encontrar una pareja estable, por el mero hecho de que estamos más “maleadas”.

He tenido citas en las que me han halagado hasta el extremo, que me han prometido escapadas fabulosas, que se me han declarado abiertamente o que estaban ansiosos por conocerme o volver a verme. De estas ocasiones, los que consiguieron sexo, acabaron desapareciendo y los que, por diversas circunstancias, no lo obtuvieron también desaparecieron. Es decir, se aprende a no creer en palabras bonitas a la primera de cambio y a desconfiar de aquellos que se exceden tanto en elogios como en promesas que sabes que nunca se van a cumplir. También se aprende a huir de los que sólo hablan de sí mismos o de aquellos que derivan cualquier conversación al plano sexual. Está bien tratar abiertamente el tema del sexo pero cuando es una constante, está claro hacia donde se dirige esa cita y si no es lo que buscas, no merece la pena perder el tiempo.  Si evitamos a los “aguilillas”, los que “nunca se atreven” corren la misma suerte porque es más que probable que en una relación con ellos tengas que llevar la iniciativa la mayor parte del tiempo (por no decir siempre), y es que lo que al final importa son los hechos.

Los hechos son los que demuestran todo de una persona, tanto para lo bueno como para lo malo y son el indicativo perfecto para saber si a alguien le importas o no. Me han llegado a decir que soy “controladora de tiempos” a la hora de contestar mensajes por Whatsapp o llamadas de teléfono. Pues bien, teniendo en cuenta que si me tardan en contestar, incluso hasta tres días, que no esperen que cuando lo hagan esté ansiosa por escribirles o llamarles. Su acción demuestra el poco interés que tienen en mí, por tanto, no voy a perder tiempo (aunque sean unos minutos) en ellos. No aguanto eso de que dejen las conversaciones a medias y que cuando lo haces tú te lo echen en cara o te digan el típico “claro, es que te has olvidado de mí”, puedo entender que haya momentos en los que no se pueda contestar pero ¿Qué se olviden? , no, por ahí no paso. Una vez escuché la siguiente frase “no pierdas el tiempo en escribir a quien no tiene tiempo de contestar” y es una gran verdad que se aprende con la experiencia.

Otro hecho muy significativo: dar plantón. Se te queda una cara de idiota cuando ves que pasa el tiempo y sigues esperando sin que aparezca tu cita. Crees que se ha retrasado por el transporte y das unos 15 minutos de margen para intentar localizarle. Lo haces y o bien no te contesta o si lo hace te suelta una excusa que suena a mentira por todos los lados por donde lo quieras mirar. Eso demuestra una cobardía y una falta de educación sin igual y ¿qué pasa? Pues que aprendes la lección y te cuidas muy mucho de con quién vas a quedar, cómo, cuándo y dónde. Tengo por norma que sean ellos los que me lo propongan y si no se molestan en confirmar la cita, doy por sentado que es un “No” y no insisto para buscar una confirmación. Puede sonar un poco a tópico eso de que mejor sean ellos los que lleven la iniciativa, pero lo hago por dos cuestiones. La primera, si una mujer toma la iniciativa en la mayor parte de los casos, los hombres se amedrentan, no entiendo muy bien por qué pero es así (repito, mayoría de los casos, no todos). La segunda, si son ellos los que manifiestan interés no sólo en quedar sino en confirmar la cita e incluso se prestan a irte a buscar donde te encuentres, me aseguro de que sí van a aparecer. Otra cosa de la que se olvidan muchos hombres es de los detalles. Tener o no ciertos detalles (no sólo me refiero a materiales) dice mucho de la persona y de su implicación en la relación que tengáis.


Decir lo que piensas o sientes al poco tiempo de conocer a alguien es todo un error en el mundo de las conquistas. Cuando dices un “me gustaría volver a verte”, “quiero seguir conociéndote”, “te he echado de menos”… tienes que tener en cuenta a quien se lo vas a decir y si habrá reciprocidad en sus palabras y hechos. Principalmente porque te estás descubriendo, estás abriendo una puerta a los sentimientos y le demuestras que te importa bastante más que para unas cuantas citas esporádicas. Como en el juego de las cartas, para ganar hay que apostar y jugar, a veces se pierde y a veces se gana, pero antes tienes que haber observado a tu adversario, calcular qué cartas puede tener, qué actitud tiene… En el caso de las relaciones es lo mismo, no puedes apostar a ciegas, primero hay que observar y tantear el terreno antes de tirarse a la piscina. Y para conseguir esto, hay que haber perdido muchas veces y ganado en otras, dándote una visión de lo que conviene o no según las circunstancias y, lo más importante, según como sea tu carácter y tu forma de actuar. Lógicamente llega un punto en el que hay que poner las cartas sobre la mesa y saber a qué juega cada jugador y eso suele darse con el tiempo, la cercanía y, nuevamente, los hechos.

Se suele pensar que las mujeres lo tenemos más fácil que los hombres a la hora de ligar porque si queremos ligar, ligamos. Cualquiera que piense eso dudo mucho que sea mujer. Lo que sí es cierto es que acabamos escogiendo nosotras y no ellos, pero eso no significa que sea sencillo porque he recibido “Noes” como respuesta en bastantes ocasiones. Esto también forma parte del aprendizaje, el aceptar el rechazo. La primera vez duele, ¡vaya si duele! No sé a vosotras pero a mí me pasó en mi época de instituto al enamorarme de alguien que no me correspondía. Pero suele impactar más en la época adulta, cuando ya eres más consciente de las cosas y te planteas de una forma más seria el por qué de ese rechazo.

Y cuando tienes éxito y llegas a intimar… ¡la de batacazos que te llevas con el tema sexual! De los que tardan menos de 3 minutos en terminar y se olvidan de que existes, pasando por los que se duermen, los que aprietan demasiado fuerte, los que no hacen orales bajo ningún concepto pero sí quieren que se los hagas, hasta los que no ponen ningún entusiasmo, los que parecen que no terminan nunca, los que pasan de preliminares, los que no quieren usar protección porque les aprieta… Vamos, que hay de todo. Y aquí lo que aprendes es a descubrir las reacciones de tu cuerpo y a saber lo que te gusta y lo que no, pero, sobre todo, a disfrutar del sexo. “La primera vez” no es que se diga que sea la mejor de todas y durante la adolescencia, con la explosión hormonal, se va descubriendo mucho, sí, pero sin los matices que se adquieren a partir de la madurez cuando todo ese conocimiento se unifica y ramifica en más conocimiento a través de más experiencias desde una perspectiva más sensitiva y enfocada al placer no únicamente a la investigación.

Por este motivo, por la experiencia, una mujer madura puede hacerse la inocente sin serlo, la que no sabe nada pero sabiendo, la que no se entera de nada pero enterándose de todo, la que hace la vista gorda pero que lo ve todo, la que sabe reconocer una mentira aunque aparente que se la cree, la que se hace la olvidadiza sin olvidar nada… Y esto es muy peligroso