Desde el ventanal observo cómo el sol anaranjado desciende tras las verdes colinas y ofrece una visión distinta de las calles, plazas y fuentes de la ciudad. El mercado ya ha cerrado sus puertas, sólo quedan los comerciantes que recogen sus mercancías y hacen balance de los beneficios de todo el día. Las mujeres ya preparan la cena, desde aquí puedo ver el humo de las chimeneas y me imagino que tendrán el caldero en el fuego con sopa, verduras y pollo fresco. La cocina en el castillo se encuentra en la planta baja y no me llega el olor de nuestra cena, pero según me ha contado Alfonso, el mayordomo, habrá codorniz con dátiles y miel y un exquisito postre que prepara nuestra cocinera con leche, manzanas y ciruelas que es mi debilidad. Sin embargo, hoy no tengo demasiado apetito y quisiera quedarme en mi alcoba, ver como anochece y dejar volar mis pensamientos a la luz de las estrellas. Porque hoy sólo pienso en una cosa, sólo pienso en vos.
Os vi en el banquete que ofreció mi padre en los jardines del castillo hace unas semanas y ya me quedé prendada de vuestro rostro. Coincidimos en las caballerizas un miércoles a mediodía y confieso que mis mejillas se ruborizaron al encontrarse nuestras miradas y hoy en el torneo creía que mi corazón se saldría del pecho al ver que caíais de vuestro hermoso caballo, pero al poneros en pie un suspiro de alivio se escapó de mis labios. Bueno, si he de ser sincera también os vi entrenar, le pedí a mi doncella que me llevase a escondidas y no sé si fue por la emoción de lo prohibido o por el hecho de veros con el torso descubierto, pero… fue una experiencia fascinante.
Desconozco su nombre y aunque he intentado averiguar vuestra procedencia, unos dicen que sois del norte, otros que del sur y los más fantasiosos aseguran que habeis llegado de lejanas tierras en las que se comercia con seda, flores desconocidas, cuencos bañados en oro, perlas, perfumes y extrañas especias. ¿Es cierto? ¿Acaso habéis salido de un cuento de hadas? Aunque para mi sois como un cuento, o más bien, como un sueño.
Desearía retaros a una carrera por nuestras colinas y bosques, descansar a los pies del río mientras escuchamos el dulce canto de las aves y preguntaros por los lugares en los que habéis estado y las anécdotas que os han acompañado. También quisiera enseñaros la biblioteca del castillo, si es que mi padre no lo ha hecho ya pues se siente muy orgulloso de ella, y nuestro salón de recreo. Pero lo que más quisiera mostraros es un lugar especial, mi rincón favorito en las tardes de verano. Tras los jardines, un pasillo de almendros lleva a una pequeña fuente y a su derecha una escalinata asciende a las ruinas de un caserón, utilizado en otros tiempos como iglesia o almacén. Allí, debajo de un enorme cedro, me encanta leer, cantar e incluso soñar. Allí es donde quisiera llevaros para confesaros que vuestra presencia altera todos mis sentidos, que vuestra mirada me turba hasta el punto de sentirme cohibida y me despojada de todas las defensas que me enseñó mi querida madre para combatir las armas de un hombre atractivo, resistir a la seducción y no sucumbir a la tentación de caer rendida entre sus brazos.
No sé si estoy hechizada o si algún mal se ha apoderado de mi pero mis labios se mueren de deseo por acercarse a los vuestros y mis manos quisieran acariciar vuestro cabello tostado. Nos imagino tendidos en un lecho de hojas secas con mi cabeza apoyada en vuestro pecho y arropada por vuestros brazos. Sé que mis palabras son impropias de una joven de mi posición, de hecho, la garganta me quema si pronuncio mis pensamientos en alto y me avergüenza parecer una mujer locuaz y deslenguada. Tampoco quiero que me veáis como una niña descarada y encaprichada, os confieso que no sé mucho del amor y no controlo lo que siento, ¡ni yo misma lo entiendo! Cuando os veo, el corazón se me acelera, me cuesta respirar y me tiemblan las manos. Siento pequeñas punzadas en el estómago a la vez que mi garganta se seca y soy incapaz de articular palabra alguna. Miles de sentimientos galopan en mi alma como caballos indomables, inquietos y ansiosos por querer ser libres, ¿cómo puedo domarlos? ¿habré caído en pecado?
No sé si hago bien en sincerarme a vos tan abiertamente sin casi haber mediado palabra, pero si no lo hago puede que no volvamos a vernos pues desconozco cuáles son vuestros planes o cuándo partiréis a otro lugar. Pensar en vuestra marcha me provoca una gran tristeza y mis ojos comienzan a inundarse de lágrimas.
Por ese motivo, os propongo algo tan descabellado que hasta yo misma dudo si será correcto. Os convoco dentro de dos días en el caserón en ruinas en el momento en el que todos hacen la siesta. Siempre voy a esa hora y tengo dicho que nadie acuda a molestarme, de esa manera no resultará extraño que acuda allí y dispondremos de unas horas para conocernos. Las ruinas son visibles desde el campanario de la iglesia que se encuentra en la plaza mayor. Estoy convencida de que con vuestra sagacidad encontraréis el camino para acceder al punto de encuentro sin ser visto.
Os espero.
Os vi en el banquete que ofreció mi padre en los jardines del castillo hace unas semanas y ya me quedé prendada de vuestro rostro. Coincidimos en las caballerizas un miércoles a mediodía y confieso que mis mejillas se ruborizaron al encontrarse nuestras miradas y hoy en el torneo creía que mi corazón se saldría del pecho al ver que caíais de vuestro hermoso caballo, pero al poneros en pie un suspiro de alivio se escapó de mis labios. Bueno, si he de ser sincera también os vi entrenar, le pedí a mi doncella que me llevase a escondidas y no sé si fue por la emoción de lo prohibido o por el hecho de veros con el torso descubierto, pero… fue una experiencia fascinante.
Desconozco su nombre y aunque he intentado averiguar vuestra procedencia, unos dicen que sois del norte, otros que del sur y los más fantasiosos aseguran que habeis llegado de lejanas tierras en las que se comercia con seda, flores desconocidas, cuencos bañados en oro, perlas, perfumes y extrañas especias. ¿Es cierto? ¿Acaso habéis salido de un cuento de hadas? Aunque para mi sois como un cuento, o más bien, como un sueño.
Desearía retaros a una carrera por nuestras colinas y bosques, descansar a los pies del río mientras escuchamos el dulce canto de las aves y preguntaros por los lugares en los que habéis estado y las anécdotas que os han acompañado. También quisiera enseñaros la biblioteca del castillo, si es que mi padre no lo ha hecho ya pues se siente muy orgulloso de ella, y nuestro salón de recreo. Pero lo que más quisiera mostraros es un lugar especial, mi rincón favorito en las tardes de verano. Tras los jardines, un pasillo de almendros lleva a una pequeña fuente y a su derecha una escalinata asciende a las ruinas de un caserón, utilizado en otros tiempos como iglesia o almacén. Allí, debajo de un enorme cedro, me encanta leer, cantar e incluso soñar. Allí es donde quisiera llevaros para confesaros que vuestra presencia altera todos mis sentidos, que vuestra mirada me turba hasta el punto de sentirme cohibida y me despojada de todas las defensas que me enseñó mi querida madre para combatir las armas de un hombre atractivo, resistir a la seducción y no sucumbir a la tentación de caer rendida entre sus brazos.
No sé si estoy hechizada o si algún mal se ha apoderado de mi pero mis labios se mueren de deseo por acercarse a los vuestros y mis manos quisieran acariciar vuestro cabello tostado. Nos imagino tendidos en un lecho de hojas secas con mi cabeza apoyada en vuestro pecho y arropada por vuestros brazos. Sé que mis palabras son impropias de una joven de mi posición, de hecho, la garganta me quema si pronuncio mis pensamientos en alto y me avergüenza parecer una mujer locuaz y deslenguada. Tampoco quiero que me veáis como una niña descarada y encaprichada, os confieso que no sé mucho del amor y no controlo lo que siento, ¡ni yo misma lo entiendo! Cuando os veo, el corazón se me acelera, me cuesta respirar y me tiemblan las manos. Siento pequeñas punzadas en el estómago a la vez que mi garganta se seca y soy incapaz de articular palabra alguna. Miles de sentimientos galopan en mi alma como caballos indomables, inquietos y ansiosos por querer ser libres, ¿cómo puedo domarlos? ¿habré caído en pecado?
No sé si hago bien en sincerarme a vos tan abiertamente sin casi haber mediado palabra, pero si no lo hago puede que no volvamos a vernos pues desconozco cuáles son vuestros planes o cuándo partiréis a otro lugar. Pensar en vuestra marcha me provoca una gran tristeza y mis ojos comienzan a inundarse de lágrimas.
Por ese motivo, os propongo algo tan descabellado que hasta yo misma dudo si será correcto. Os convoco dentro de dos días en el caserón en ruinas en el momento en el que todos hacen la siesta. Siempre voy a esa hora y tengo dicho que nadie acuda a molestarme, de esa manera no resultará extraño que acuda allí y dispondremos de unas horas para conocernos. Las ruinas son visibles desde el campanario de la iglesia que se encuentra en la plaza mayor. Estoy convencida de que con vuestra sagacidad encontraréis el camino para acceder al punto de encuentro sin ser visto.
Os espero.
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