
Me hago mayor. Sí, no me gusta reconocerlo pero así es y no me hace ninguna
gracia. Muchos niños y adolescentes dicen que quieren ser mayores para hacer
cosas de mayores, pues al contrario que ellos, yo siempre le decía a mi madre:
“mamá, no quiero ser mayor”. ¿En qué noto que la dad me pasa factura? Bueno,
principalmente en el cansancio después de la jornada laboral y en menos ganas
de salir de fiesta los fines de semana porque si salgo y me excedo, tardo más
de 3 días en recuperarme mientras que antes bastaba sólo 1 día y muchas horas
de sueño. La edad también ha afectado en eso, en el sueño: duermo menos. No sé
muy bien cómo cambian los ciclos del sueño por las etapas de la vida pero antes
era capaz de conciliar el sueño sin problemas mientras que ahora tardo bastante
más. Ni que decir tiene que me despierto con antelación a la hora debida y me
resulta imposible volver a dormir y por supuesto, es impensable tener esas
magníficas siestas de ¡3 horas! o levantarte y volver a dormir en cuestión de
segundos.
Otra cosa que viene aparejada con la edad: Responsabilidades. De pequeños
no somos conscientes de los “deberes” de los adultos, nos centramos en la
diversión y de esas cosas prohibidas para los menores que nos gustaría hacer y
no podemos. La mayor responsabilidad de niños era aprobar el examen de inglés y
como preocupación que el profe de lengua nos tuviese manía o el dilema de dónde
salir el fin de semana con los amigos. Los adultos, sin embargo, no sólo ganan
en cantidad de responsabilidades y preocupaciones sino que son de mayor
envergadura: trabajo, gastos, hipoteca/alquiler, créditos, seguro del coche, facturas, problemas
personales varios… Puede que haya muchas de estas facetas que estén
medianamente resueltas pero, por desgracia, suelen surgir nuevas situaciones
que nos echan por tierra esa sensación de éxito al haber superado un problema.
Esto nos lleva a la siguiente diferencia: El estrés. De niña, el estrés podría
estar relacionado con que me regañasen mis padres por un suspenso, que mi
amiga se enfadase conmigo o que una compañera de clase no me invitase a su
cumpleaños. Debo de decir que, actualmente, los niños y adolescentes suelen
tener otro tipo de problemas que les pueden generar estrés y creo que les
estamos “adulterizando”, es decir,
les estamos haciendo mayores antes de tiempo y no tendría que ser así.
Continuando con el estrés, el nuestro está causado por todas esas
responsabilidades que vamos acumulando, no paramos de pensar en cómo resolver
nuestros problemas y llegamos a estar tan saturados que de tanto en cuanto
nuestro cuerpo nos pide un respiro.

Por eso mismo, porque nuestro cuerpo se resiente, los adultos nos dedicamos
más al cuidado de nuestra salud. Que si me duele la espalda, que si me duele la cabeza, necesito una sesión de spa y masaje... nuestro botiquín se llena de ibuprofeno y buscamos masajista de urgencias. Así, cremas y potingues varios para nosotras y
ellos centrados en la caída del cabello, aunque cada vez hay más hombres que
muestran su calvicie sin reparos y hay algunos que resultan muy atractivos. A
las mujeres nos entra la neura de hacer miles de dietas, apuntarnos a clases de
Zumba o Pilates o acudir al botox o la cirugía para eliminar arrugas. Como es
normal, de esto pecan mucho las famosas (también hay hombres operados ¿eh?) y
teniendo en cuenta que viven de la imagen podemos pensar que es lógico pero a
veces se pasan. Nicole Kidman cada vez parece más inexpresiva y los recientes
casos de Renée Zellweger y Uma Thurman que han cambiado por completo sus
rostros por parecer más jóvenes, ¿en serio es necesario llegar hasta ese punto?
Cada uno hace lo que quiere con su cuerpo y puede que unos retoques hagan que
puedan sentirse mejor pero deberíamos ponernos unos límites y, sobre todo,
gustarnos más tal como somos.
Pero hay algo que pensaba que mejoraría con la edad, o que sería más fácil,
pero me he dado cuenta de que es al contrario: Las Emociones. Pensaba que las
experiencias vividas no sólo te hacen madurar sino que al ver las cosas desde
otra perspectiva, uno es capaz de aprender a sobrellevar acontecimientos que ya
se han vivido y que eso te hace tener más fortaleza (que no insensibilidad, por
supuesto). Pero no, ni mucho menos es así, porque creo que con los años nos
vamos haciendo más sensibles y susceptibles de lo que pensamos. Es como si al
ver algo triste nos identificásemos de alguna manera con el que lo padece y
aflorase en nosotros ese sentimiento, ¿no os ha pasado soltar unas lágrimas en
películas de drama o incluso románticas? (sin tener en cuenta el momento de
síndrome premenstrual). Noto que últimamente me está pasando y yo misma pienso
que no es muy lógico pero ¡no puedo
evitarlo! Y no necesariamente tiene que ser un dramón de película de televisión
de los domingos, no, puede ser en cualquier escena que, por decirlo de alguna
manera, me remueva por dentro.

Cuanto más mayores somos, más desconfiados nos hacemos pero a su vez, es
más fácil que nos hagan dudar o que nos hagan daño, principalmente porque ya
conocemos esas sensaciones y ejercitamos un sexto sentido que nos dice que algo
malo va a pasar, lo que no implica que nos duela menos, simplemente ya estamos
preparados para el fatal desenlace. Lo más frecuente es que este aspecto se
focalice en el plano de amistades y romances. De adultos, cuando un supuesto
amigo nos quiere por interés, nos hace una mala jugada o nos deja tirados por
otras personas, se mezclan sentimientos de decepción y rabia, decepción por
haber depositado nuestra confianza en alguien que creíamos que la merecía, y
rabia por habernos dejado engañar y no habernos dado cuenta de la realidad. Por
tanto, por experiencia dudamos de los demás y creamos nuestras propias barreras
para evitar que vuelva a suceder, pero de lo que no somos conscientes es que
esas barreras también nos ponen trabas a nosotros mismos para acercarnos a los
demás. Evidentemente, en el plano del Amor este aspecto es mucho más acusado.
De jovencita, el desamor era una tarde de llorar a lágrima viva con tu mejor
amiga y acabar la semana tonteando con un chico de una fiesta a la que te han
invitado, de mujer hecha y derecha una ruptura puede derivar en diferentes emociones,
la mayoría extremas, aunque en realidad, las pérdidas en general cuesta más
asimilarlas y la etapa de duelo es mayor y diferente a los más pequeños. Parece
que sólo nos afectan las cosas negativas, pero no, también las positivas nos
motivan más y estamos más predispuestos a conseguir nuestros objetivos, ya sea
por madurez, por responsabilidad u otras cuestiones. Por ese motivo, me doy
cuenta de que cuanto más mayor me hago más emotiva me vuelvo.
Crecer y envejecer es inevitable, no se puede detener el tiempo (una
verdadera pena porque hay momentos que merecería mucho la pena poderlos vivir
más de una vez) pero lo realmente importante es cómo aprovechas ese tiempo, disfrutar
de los que te rodean, de los pequeños detalles, de las risas, de los viajes,
del invierno y del verano, de un café caliente o unas cervezas con los amigos…
en definitiva, de vivir. Ahora, ¡a ponerlo en práctica!
No hay comentarios:
Publicar un comentario