Cada vez que llego a casa veo cosas inservibles. De verdad, parece que
a lo largo de los años vamos acumulando objetos que no usamos nunca o muy pocas
veces, aunque son muchos más los que almacenamos sin usar. Algunos de ellos son
regalados, el típico regalo de un pariente lejano y que no te gusta nada, pero
muchos de ellos los hemos comprado nosotros como esa licuadora con la que te
ibas a hacer unos zumos de frutas riquísimos (y que además picaba hielo) y que
ahora sólo ocupa un espacio en la cocina.
Los adictos a las compras se llevan la peor parte porque,
evidentemente, cuanto más se compra, más posibilidad de gastar el dinero
tontamente. Este es el caso de mi amiga Marta, busca cualquier excusa para
comprarse ropa, bolsos, zapatos, cinturones, colgantes, pendientes... Cuando
tiene una cita es mucho peor, quiere ir tan a la última que su armario está
lleno de "por si acasos": "Por si acaso un hombre me invita a
cenar", "Por si acaso voy al cine", "Este vestido para una
noche especial... lo compro por si acaso". Para estar guapa también hay
que invertir dinero en toda clase de cosméticos, así que, mi amiga colecciona
ropa que no estrena y tiene el baño repleto de potingues sin abrir.
Y es que las compras crean adicción porque para muchos el hecho de
"ir de tiendas" supone una actividad de ocio que les relaja y les
entretiene. Además, es muy normal ir sin intención de comprar y acabar con una
bolsa llena o ir a buscar algo en concreto y llevarse cualquier cosa menos lo
que se iba a buscar. Un ejemplo claro: necesitas una lámpara para el salón y te
acercas a una conocida tienda de todo para el hogar. Al final sales de allí con
dos estanterías, unos vasos de color verde y un cajón de plástico para meter
las mantas cuando llegue el verano. ¿Y la lámpara? Pones excusas del tipo,
"no, es que no me gustaba ninguna" o "no había del modelo que
estaba buscando", pero no, en realidad ni siquiera te has pasado por el departamento de
Iluminación has estado 5 horas recorriendo los enormes pasillos y perdiendo el
tiempo en ver otras cosas que no necesitabas.
Ante esta situación, armarios, estanterías o cajones quedan repletos
de cosas que un día pensaste que eran estupendas pero cayeron en el olvido y el
polvo las cubre por completo. Ese libro de autoayuda que te compraste porque te
lo recomendaron y que nunca has leído, esa pulsera que compraste en uno de los
puestos playeros hace cinco veranos y que sólo has usado dos veces. O esa
figurita de madera compraste en tu viaje a Jamaica y que allí te parecía
preciosa y ahora no sabes qué hacer con ella. Por supuesto, nos encanta
almacenar durante años camisetas sin con la etiqueta, zapatos estupendísimos
que te hicieron daño y ya no usas o cinturones que no quedan bien con nada.
Todos nos dejamos llevar por nuestros impulsos, ¡incluso cuando somos
niños! La infancia... ¡qué ternura! y ¡qué recuerdos! En esa época somos blanco
fácil para cualquier dependiente. Lo primero que nos pierde cuando somos
pequeños son los juguetes, ¡queremos todos! En cumpleaños o Navidad nos emocionábamos
con los miles de regalos que nos recibimos pero de todos, sólo jugábamos con
uno, el preferido de ese año y que dejaba de ser útil por culpa de los regalos
del año siguiente. Pero, sin lugar a dudas, hay una compra innecesaria que no
podíamos evitar: los peces. ¿Los peces? Sí, ese día en que te llevaban de
excursión a un zoológico al aire libre o a una granja escuela o similar. En
esos sitios, siempre había el típico puesto en el que podías comprar algún
suvenir, entre ellos unos pececillos de color anaranjado... ¡más monos! Y
claro, como todos los niños se compraban uno, no ibas a ser menos así que tú
también te llevabas una bolsita con agua y un pececillo dentro y un botecito de
comida. ¡Había algunos que se llevaban dos! El caso es que en el autocar de
vuelta, más de la mitad de los niños iban con su pececillo en mano y no podían
dejar de mirarle, casi hipnotizados. Pero, imaginemos la cara de los padres
cuando le ven llegar al niño con una bolsa de agua y un pez dentro, más aún
cuando no tienen pecera ni sitio para ponerla. Con la ingenuidad e inocencia
característica de esa tierna edad, nos agenciábamos un cubo y echábamos al
pececillo dentro. Lo curioso es que nos alegrábamos porque ¡ya tenía más
espacio para nadar! Y de las ansias de querer cuidarlo, le echábamos comida (la
del botecito que habíamos adquirido) y seguíamos mirándole como nadaba.
"¿Se lo estará pasando bien?", pensábamos, y como ya nos teníamos que
acostar, allí le dejábamos. Lo que no sabíamos, es que ese pececillo no estaba
en las condiciones adecuadas y que no resistiría mucho y poco después
descubríamos desilusionados que el pescado había muerto.
Los hombres tampoco se libran de gastarse el dinero en tonterías, sus
puntos débiles se centran en el deporte, los coches y las motos y la tecnología
(incluyendo los videojuegos). En una casa de un hombre no ha podido faltar un
banco de abdominales. Sí, ese que supuestamente va a utilizar todos los días
durante una hora después de haber salido a correr otra hora. Tampoco faltan
unas pesas de unos 2kg, que se utilizarán junto al banco de abdominales, y, por
supuesto, no puede faltar una bicicleta estática. Sí señor, ya tiene el
gimnasio en casa, sólo faltan las espalderas y esa monitora buenorra con la que
siempre fantasea. Pero hay un pequeño problema, el entusiasmo se disipa en
cuanto aparecen las primeras agujetas. El primer día es todo pasión por el
deporte y entrenan a fondo, tanto que a la mañana siguiente no se pueden ni
mover, pero aún siguen esforzándose durante una semana porque creen que lo van
a conseguir (incrédulos...). Poco a poco van espaciando los días dedicados al
deporte para centrarse en la vida social y, sobre todo, en lo que se les da muy
bien hacer, beber cerveza. El banco de abdominales queda relegado a un segundo
plano y ya sólo sirve para dejar la ropa hasta que dos meses después se guarda
debajo de la cama o en el trastero, un destino que comparten las pesas y la
bicicleta estática.
Los vehículos son para los hombres como los caramelos son a los niños,
una pasión, y si son fanáticos de la Formula 1 o del Motociclismo, más aún. Si
tu pareja es de estos, no es de extrañar que tenga una colección de coches en
miniatura, coches teledirigidos, revistas de motor o que pertenezca a un club
específico. Es decir, cualquier gasto sobre este tema será necesario aunque a
la larga se guarde todo en un cajón, entre esas cosas un scalextric, ¿para qué
quiere un adulto un scalextric? Para pasarse las horas muertas viendo como
corren los coches, lo peor de todo es que se reúnen en grupos para echar unas
carreras como si de profesionales del motor se tratase.
Por otra parte, tenemos a los "Tecnoman", aquellos que se
rodean de dos ordenadores, un portátil, una PDA, un libro electrónico, una
tablet, un ipad, un ipod, un iphone y miles y miles de cables, tornillos,
chips, placas base y todo tipo de utensilio que sirva para el consumo o
manipulación de aparatos electrónicos. ¿Por qué? Porque les encanta investigar
y hacerlo ellos mismos... Qué pena que dediquen tanto tiempo en toquetear esos
aparatejos en lugar de investigar el manejo, funcionamiento y utilidad del
cuerpo de una mujer, si lo hicieran con la misma dedicación seguro que su
aparato podría tener un mejor uso y no tendrían que recurrir al "DO IT
YOUR SEFT".
Gastamos mucho tiempo y dinero en cosas que acaban estorbando, ¿y si
lo invirtiéramos en algo más productivo como leer, escribir o algún curso
interesante? Pero esas cosas no son materiales y, definitivamente, nos puede la
tentación porque las compras, se miren por dónde se miren, son una adicción.
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