jueves, 22 de julio de 2010

La Regla

Mucha gente dice que ser mujer es un privilegio porque tenemos la posibilidad de crear vida, aunque ya hay hombres que se han quedado embarazados (vaaaleee… en su día fueron féminas... pero la ciencia…es la ciencia).

Sí, es muy bonito eso de los niños, mirar como crecen y sentirse orgullosa de ello, pero para pasar por eso, además de aguantar dolores durante el proceso de gestación y de vernos cada vez más gordas, tenemos que pasar por el gran dilema de la mujer, el periodo, más comúnmente conocido como “regla”.

Siempre está incordiando pero nunca se puede hablar de ella, ¡parece que es un tema tabú! ¿No se supone que es algo natural? Entonces ¿por qué nos cuesta tanto ser claras con eso? Utilizamos frases como “estoy mala” “ya ha venido Andrés (el que viene cada mes)”, “estoy con la de rojo”… Cualquiera podría pensar que te estás montando un trío para aliviarte el dolor de cabeza.
La menstruación nos viene a visitar muy jóvenes, tanto que nos sorprende y nos asusta. “¡Mamá, mamá! Me está sangrando” gritas desde el baño con tan sólo 10 ó 12 años (algunas aguantan hasta los 14... ¡¡Tendrán morro!!). Tu madre corre como loca y cuando te ve sentada en la taza con las piernas colgando y las braguitas con la prueba del delito, en lugar de preocuparse, se emociona y dice “¡ay! Que mi niña ya se ha hecho mayor...” y te estruja la cara, con un beso en la frente y un abrazo. A ver… que yo no quería sangrar, ¿vale? Y, lo más importante, ¡quiero que se vaya!
Ya de mayor, que sabes de qué va el tema, la regla sigue siendo molesta, incluso más que antes. Te aparecen dolores de todo tipo: espalda, riñones, ovarios…Los pechos se hinchan y se ponen duros como piedras y, claro, también duelen cuando andas o corres. Y no me olvido de los granos. Siempre aparecen en lugares bien visibles y si te da por apretarlos, estás perdida porque te dejas la señal y se multiplican por las mejillas, cerca de la oreja, en la nariz o, directamente, en el mentón.

La revolución hormonal no termina ahí, no, no… aún queda mucho más, porque eso es sólo el aviso. El Síndrome Pre Menstrual (SPM) es ya el indicativo de que te queda poquito para que el padecimiento sea total. Los cambios de humor pueden derivar en llantos por cualquier tontería o en arrebatos de ira sin venir a cuento. Estás leyendo una revista del corazón y una famosa se separa por la infidelidad de su novio, y ya te empiezas a emocionar. Tu pareja te mira con cara de “a ésta que la pasa ahora…” y tú gimoteando “¡Ay, que pena! ¡Por qué pasan estas cosas!” y te levantas llorando a lágrima viva y moqueando. Ver una película de drama o escuchar una canción romanticota también te provoca estados de lo que podríamos llamar Pena Hormonal, no sabes por qué pero te entristeces y te pones melancólica sin motivo alguno. Los arrebatos de ira incontrolada también son muy comunes con el Síndrome. Le pides a tu chico que compre zumo de naranja y yogures de fresa y trae un zumo de piña, porque de naranja no había, y se ha olvidado de los yogures. Esa tontería para ti es un mundo y estallas con todas tus ganas sintiéndote incomprendida porque todo lo tienes que hacer tú. Cualquier hombre nos puede preguntar que por qué nos ocurre esto o que no lo entiende. La verdad, yo tampoco lo entiendo, simplemente, pasa.

Muchas veces, la regla viene cuando no tiene que venir o cuando tienes algo importante. Puede acudir sin avisar en Nochevieja, en una boda de una amiga, ¡tu propia boda! O cuando vas a tener una noche loca con un amigo. Eso sí, su aparición estelar siempre es en los viajes.
Tus amigas y tú habéis planeado un viaje a… ¡IBIZA! Una semanita de playa, fiesta, ropa blanca ibicenca y muchos chicos guapos. Según tu calendario biológico, te baja la semana siguiente así que… ¡A disfrutar! En el avión notas un cierto pinchazo… “el café te ha sentado mal” piensas, pero cuando llegas a tu destino presientes que vas a tener esa visita que no esperabas. Y en el hotel ya lo confirmas “¡No me lo puedo creer! Pero ¿por qué ahora?” No te queda más remedio que tomarte un ibuprofeno para aliviar los dolores y al mirarte en el espejo, ves un enorme grano en el moflete izquierdo. Vamos, que aunque te maquilles va a salir en todas las fotos. Así que, olvídate de ponerte ese modelito fashion que te compraste tan vaporoso y tan blanco, una simple mancha se vería a kilómetros. Y por supuesto, nada de ligar con varios morenazos bronceados y cachitas.

Y es que, aunque calcules, nunca sabes si te va a cuadrar o no, incluso te puede afectar el estrés, las dietas… Eso sí, cuando la regla se nos retrasa lo pasamos mucho peor. Empiezas a calcular cuando fue la última vez que tuviste temita o, si es con tu pareja, si ha podido pasar algo raro, “no, no puede ser... si tomamos precauciones”. Si eres de las que toma la píldora (supuestamente suele provocar más regularidad) y tienes un retraso, vas corriendo al neceser para ver si te cuadran las fechas.
De cualquier forma, los agobios y los nervios nos hacen sentirnos más inseguras y cada vez que vamos al baño miramos si ya ha llegado. De hecho, te buscas los síntomas propios y si notas cualquier pinchazo ya crees que puede ser ella. Nos obsesionamos tanto que, muchas veces, eso mismo hace que se retrase aun más y se convierte en un círculo vicioso.

De jovencitas ¿no os ha pasado tener vergüenza de bajar a comprar al super? “¡Jo! Se van a dar cuenta de que estoy con la regla y me van a mirar raro”. Ese pudor a que te miren también nos hacía ponernos una chaqueta atada a la cintura para taparnos el trasero. Nos atemorizaba pasar por delante de un grupo de chicos sentados en el banco de la esquina y entre ellos estaba Samuel, que te gustaba muchísimo y “¡me va a notar que llevo compresa!”. También evitábamos bañarnos y lavarnos la cabeza por si nos pasaba algo, ¡se nos podría cortar la regla o volvernos locas! Amenazas y consejos que nos llegaban de pasadas generaciones. ¡Ay! Si nos vieran ahora.
En cuanto a las compresas hay tantos modelos que nunca sabes cual escoger: Normal, Super o Superplus, con alas o sin alas. Pero no nos engañemos, llevar una compresa es incómodo. Las alas se acaban despegando y te rozan las ingles, la has colocado demasiado arriba y los bordes te rozan los cachetillos, has manchado un poco la braguita y, lo que es peor, sientes que llevas un pañal mojado constantemente.
Los tampones también tienen su historia. La primera vez que los usas, casi gastas la caja de tanto probar y que no se quede bien colocado, y eso que te has leído las instrucciones fijándote bien en el dibujo. Me pongo de pie con una pierna en alto, tengo que coger el tubo con dos dedos y con la otra mano empujar el segundo tubo en dirección a la espalda… ¿hacia la espalda? Y ¿cómo lo llevo hacia la espalda si, tal y como estoy, iría hacia arriba? Quién escribiese esas indicaciones debía ser equilibrista. Eso sí, menos mal que los de ahora llevan el tubo de aplique, porque los de antes, de forma manual, vamos, igual que un supositorio.

Todas estás cosas nos pasan a las mujeres, ¿sigue siendo tan bonito? No hay cuentos de hadas, ni sé a que huelen las nubes ni sonrío por la calle cuando ni un ibuprofeno me quita el dolor de vientre. Lo que sí sé es que en esos días me armo de paciencia, me mentalizo que son unos días y, sin duda alguna, unos mimitos son el mejor remedio casero cuando estamos malas.

domingo, 4 de julio de 2010

Cuento: El Barco

Los hombres somos como navíos de carga buscando un puerto en el que dejar nuestra mercancía. Surcamos la bravura de los mares, los infinitos océanos, con la esperanza de llegar a algún lugar. “¡Tierra!” te grita tu pequeño duendecillo del inconsciente. Pero no le crees y necesitas verlo por ti mismo. Sales a cubierta, cielo despejado, sol de alegría, mar en calma. Gaviotas que revolotean cerca del mástil. Abres el catalejo y divisas tierra firme. Una sonrisa se aprecia en tu rostro, por fin un lugar de descanso, un lugar donde encontrar la tranquilidad perdida durante el largo viaje.

Nos acercamos poco a poco, para evitar encallar, buscamos un punto de amarre, atamos los cabos y saltamos pensando en el futuro que nos depara esta nueva tierra. Antes de hacer negocios, visitamos la ciudad. Nos gusta, parece que es próspera, llena de riquezas, bellos paisajes y de temperatura calida y pensamos que es el lugar perfecto. Al poco de llegar, vamos descargando nuestro barco. Descargamos la Curiosidad, la Esperanza y la Alegría. La Pasión y la Ilusión salen con ansias de conocer el nuevo mundo. Y el Amor, aunque algo tímido, se va animando a bajar la rampa. Detrás y a cada lado, para empujarle, va el Miedo y la Decisión, sus dos grandes aliados y consejeros. La Duda, la Tristeza y el Llanto, de momento, prefieren no salir, siempre caen mal, cada sitio por el que pasan se vuelve lúgubre y gris.

Y.. ¡aya vamos! A por una nueva aventura. Todo parece ir bien, pero, pasados unos días, algo sucede. Las nubes empiezan a tapar el sol. Se oyen truenos, comienza una ligera llovizna y el mar se agita. Nuestro velero, sufre las duras envestidas del oleaje y acaba rompiéndose en dos mitades. La Pasión y la Alegría se emborracharon con los vicios de la ciudad, la Ilusión se perdió por las praderas de margaritas, la Curiosidad, de tanto mirar por un precipicio, se cayó, la Esperanza fue corriendo a ayudarla pero el Miedo la empujó. La Decisión se pasó horas y horas buscando al Amor, para que remediara la situación. ¿Dónde estaba el Amor? El Amor, había salido corriendo para encontrar un refugio. Quiso meterse en el hueco de un árbol, donde habitaba una ardilla, pero era demasiado grande para un escondite tan pequeño. Se encontró un hormiguero, y las hormigas se enfadaron porque iba a romperles su hogar. Pasó delante de la puerta del lugar de los vicios y le chillaban “¿Eh? ¿A donde vas? ¡¡¡Aquí se pasan todos los males!!! jajaja… Ya te dijimos que lo bueno se acaba. Anda… ¡No te hagas de rogar!” El Amor salio huyendo dejando atrás las voces burlonas que le decían “No llegarás lejos, muchacho, ¡volverás aquí de rodillas! jajaja”.

Un pequeño duendecillo apareció inesperadamente y le dijo al Amor: “Corre a refugiarte al baúl donde viniste. Aquí ya no haces nada. Esta tierra ya no es para ti, está perdida. Todos los que venían contigo han sucumbido, has perdido todo. No hay nada que hacer. ¡Vete!” El Amor fue corriendo hacia el muelle, no estaba el barco, pero junto a la rampa de la que bajó, había un pequeño cofre de madera. Se acercó, y comprobó que desde su llegada hasta ese momento, se había ido haciendo más y más pequeño. Ahora si que podría esconderse porque el baúl era mas grande que él. Lo abrió y se metió dentro. Al moverse, se asustó porque no estaba solo. Ese era el lugar en el que viajaban la Duda, la Tristeza y el Llanto, “con nosotros estás a salvo”, le dijeron, y el Amor comenzó a llorar amargamente, triste por haber perdido todo cuanto traía y lleno de dudas de por qué había ocurrido todo sin explicación.

Alguien desde fuera golpeó el cofre, “sal, Amor, soy Decisión” No recibió contestación. “Amor, ¿no me digas que no me vas a hacer caso? Venga, deja de esconderte y sal aquí conmigo. ¡La tormenta ya ha pasado!”. El Amor, con lágrimas en los ojos le contestó: “No, Decisión, no voy a salir. Aquí nadie me quiere. He desperdiciado mi tiempo y cada cosa que venía conmigo ha desaparecido. Ya no tengo ilusión por descubrir, no tengo alegría para reír, no tengo curiosidad para investigar, no tengo pasión para amar, no me queda esperanza y hasta el miedo a lo nuevo me ha abandonado. He dado todo a esta tierra y así me lo han pagado. Todo ha sido un negocio, un simple intercambio de caprichos e hipocresías. He sido estúpido, me han apreciado por interés pero, una vez agotado, me relegan. Vine grande, con tantas cosas por dar y me voy pequeño y despojado de todo cuanto traía. No Decisión, prefiero quedarme con lo poco que me queda en este pobre cofre de madera.”

“Mira, Amor”, contesto Decisión, “es cierto que te has quedado vacío, despojado de tantas y tantas cosas buenas. Es cierto que la tormenta ha arrasado lo que parecía una tierra fértil, pero, ¿acaso no has disfrutado mientras ha durado tu estancia? Por unos breves instantes, has sido feliz, has conocido un nuevo lugar, has pasado nuevas aventuras y has dado todo cuanto podías dar. ¿Realmente crees que no ha merecido la pena?” “¡No, no ha merecido la pena!” Protestó el amor entre sollozos.

“Te confundes Amor-continuaba Decisión- Esto supone una nueva experiencia en tu largo caminar, una experiencia que te ayuda a aprender de los errores y te abre las puertas a un nuevo camino. El amanecer nos espera con huracanes y tempestades, querrán destruir nuestra barca y hundirnos en el mar de la amargura pero tenemos que seguir adelante, luchar por nosotros mismos y mantener el rumbo hacia mejores puertos. Darás con otras ciudades, grandes o pequeñas, unas te acogerán y te dejarán marchar, otras te rechazarán, en algunas permanecerás sólo una noche, en alguna podrás quedarte un mes o dos, pero llegara un día, en el que desde lejos, y antes de pisar tierra firme, sepas que el puerto que divisas es perfecto para tu velero. Amor, siempre he viajado a tu lado, he sido tu apoyo y consejero, sólo escúchame y piensa. Aquí tengo un bote, pero el cofre pesa mucho y no aguantaría. Despréndete de lo que te queda, ya no te servirá y su compañía no te hará ningún bien, sólo tendrás sufrimientos por lo que fue y lo que no pudo llegar a ser. ¿Prefieres quedarte encerrado, llorando y sin poder ver lo que te depara el nuevo camino, y morir triste y vacío? ¿O te animas a enfrentarte a una nueva etapa con ánimos renovados? El camino no será fácil, pero siempre será mejor que huir de nosotros mismos.” Decisión hizo una larga pausa y continuo: “Amor, hagas lo que hagas, estaré siempre a tu lado, soy tu fiel amigo y te apoyaré. La decisión es tuya”.