viernes, 31 de diciembre de 2010

Se nos va otro año

Se va, nos abandona como todos los demás y nos deja libres ante nuestro destino incierto. Se pasaron los buenos momentos de risas y alegrías, de ratos con amigos y de cenas con velas. ¿Recuerdas aquellas horas que no querías que pasaran? Cuando mirabas el reloj deseando que no se moviesen las manecillas. Esos cinco minutos más en la cama, esos desayunos con mantequilla y mermelada. Miles de momentos mágicos que quedan en nuestro recuerdo, diluidos en nuestra mente como los colores en una paleta. Tonalidades rojas, verdes y azules para la ilusión, grises, marrones y negros para el desconsuelo, pero todos ellos formando el cuadro de nuestra vida.

También se van los días de tristezas, llantos y problemas. Esos ratos de insomnio, de agobios en la cabeza o que no salgan las cuentas. Hemos buscado soluciones para cada uno de nuestros dilemas, a veces con atajos y otras haciéndoles frente ¡qué remedio! Miramos atrás y hemos superado los obstáculos que parecían insalvables porque, a pesar de todo, contamos con la fuerza de querer salir adelante. Adiós a las penurias, adiós a las calamidades que ahora empezamos a andar como niños, primero gateando y luego con más seguridad, a paso ágil y firme.

Decimos adiós a quienes en el camino nos dejaron. Cansados de luchar y agotados por el peso de los achaques, decidieron embarcarse hacia otros lugares lejanos. ¿Qué será de ellos? ¿Estarán bien acomodados? Nosotros cogemos el relevo y vamos siguiendo sus pasos hasta que un día los encontremos y serán ellos los jóvenes que nos sujetaran del brazo.

Algunos quisieron irse de nuestro lado en busca de nuevas aventuras y tesoros porque el premio que desean no se compra con caricias ni besos. La libertad es su brújula y la palabrería su velero. Corre, corre pero a ti también se te acaba el tiempo. Ya encontrarás nubes negras en el trayecto y la tormenta inundará de tristeza tu mirada, pues todos somos piratas y todos somos marineros y el día que destruyan tu barco recordarás con anhelo aquella vez que subiste a una hermosa fragata. También ha habido amigos que mucho nos adulaban y que por las circunstancias de la vida se quitaron sus máscaras. A esos que no nos quisieron y que no supieron estar a nuestro lado, que se los lleve lejos el mar, la arena y el viento. A cambio, ha habido gente que ha entrado en nuestra vida que nos ha traído aires de esperanza y optimismo. Para ellos, gracias por compartir agradables veladas, gracias por escuchar, sonreír, abrazar, simplemente gracias por estar ahí.

Despidamos el año con felicidad porque un nuevo camino se abre ante nosotros. Crucemos el umbral de este inmenso palacio y pensemos que aún nos quedan 365 días para descubrir todas sus estancias y todos sus secretos.

FELIZ AÑO 2011

jueves, 14 de octubre de 2010

VUELA

Te has ido con valor y coraje, sabiendo que el camino ya tenía un final. Nos has despedido a todos con buena cara y dulces sonrisas y hasta el último día has estado pendiente de los demás.

Alégrate porque has visto crecer a todos tus polluelos, que fueron abandonando el nido para volar por sí mismos y que hoy les vuelves a tener a tu lado.

Alégrate por los grandes momentos que hemos disfrutado. Cuántos finales de año sentados todos cerca de la televisión y cuántos cumpleaños con tartas y regalos.

Alégrate por los increíbles veranos que tuvimos. Rodeada de las hermosas flores que con tanto mimo cuidaste durante años y el sol tostándote tus aún juveniles piernas.

Pero ahora somos nosotros los que tenemos que alegrarnos por ti. Ya no habrá camillas ni comida sin azúcar, ya no necesitarás pastillas para la tensión ni te cansaras cuando andes. Ahora te espera una etapa nueva donde podrás respirar por ti misma el aire que te rodea y canturrear “Las Mañanitas” a los que allí te acompañan.

Pero nuestra mayor alegría es que hoy volverás a ver a tu añorado compañero de fatigas, ese que te acompañó durante años y que partió mucho antes para prepararte el sendero. ¡Mira!, allí está, vestido de militar con un ramo de claveles esperando en un altar. Mira la alfombra roja que se detiene a tus pies y mira que a su lado están tus padres y tus hermanos. Ponte tus mejores galas y camina erguida y orgullosa pues no todos tienen la suerte de casarse en un cielo lleno de estrellas. Corre, ve con ellos pues ahora estás lista para partir. Ya se han encargado de prepararte lo necesario, la casa está terminada y sólo faltas tú.

Nos alegramos de que por fin descanses tranquila, que oigas el sonido de violines y guitarras y que veas los vivos colores de nuevos paisajes para ti desconocidos pues allá donde vas no hay más que verdes prados y bellos jardines de tulipanes y amapolas. Sin embargo, aquí nos quedamos con la pena y nuestros ojos se humedecen al ser conscientes de tu partida. Por eso, acuérdate de nosotros y vela por nuestros corazones, danos fuerza y ánimos para seguir luchando día tras día. Ven a visitarnos cada noche en nuestros sueños y susúrranos al oído que hemos sido lo más grande de tu vida, que seguirás nuestros pasos y que allí estarás tú cuando vayamos a verte.

Alégrate porque ya nos diste todo. Ahora vuela con el viento, agita tus alas y disfruta del viaje.

miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Quién dijo crisis?

Hoy en día es muy común hablar de crisis, todos los días aparece en los medios de comunicación, en las palabras de políticos o en frases sueltas que consigues escuchar en la conversación de dos personas durante tu hora de viaje en el metro (sí, ese momento en el que vas medio dormido y a tu lado se ponen varios a hablar casi a voces). Crisis económica, crisis laboral, crisis política, crisis empresarial… Pero aún la tenemos más cerca, la crisis familiar, o mejor dicho, la crisis de pareja. Hay dos fases dentro de una relación de pareja: el noviazgo y el matrimonio. En cada una de ellas hay varios periodos críticos que, si se superan, dan lugar a un momento de calma hasta que llega la siguiente tempestad. Sin embargo, la Gran Crisis se produce a los 10 años de matrimonio. Sí, sí, parece que estoy de broma pero nada de eso, lo digo en serio, sobre todo basándome en amigos y conocidos cuyas relaciones no han llegado a buen puerto. Si no me creen, hagamos un repaso de esos maravillosos momentos.

Durante el noviazgo todo va muy bien hasta el año y medio o dos años. Hasta ese momento todo es maravilloso, disfrutáis cada minuto como si fuese a ser el último y las peleas por tonterías acaban con besos y abrazos amorosos para hacer las paces. Buscáis estar a solas horas y horas y dedicáis tiempo a hacer cosas en común. Todo es perfecto y a los dos años de relación… crisis. Sí, las cosas ya no son lo que eran: los fines de semana que salíais con los amigos ahora los pasáis en pijama, tumbados en el sofá viendo, o intentando ver, la televisión, el sexo se espacia durante la semana y, como ya conoces los gustos de tu compañero, ¿para qué investigar más? (algo, que, por supuesto es un gran error). Superada esta dura etapa, el terreno es practicable unos seis meses más ya que (si no se ha hecho antes, claro) uno se plantea la convivencia. Se producen situaciones de tensión, vamos, lo típico de no cerrar la tapa del váter, no hacer la cama… pero, poco a poco, se encuentran soluciones, no siempre, pero se intenta.

La segunda crisis importante se origina pasados los cinco años. Suele coincidir con el pensamiento de “y ahora… ¿qué?” y a esto le sigue “¿nos casamos?”. Si ambos están de acuerdo, se prolongará la alegría sin embargo, la organización y preparativos de la boda pueden causar algún rifirrafe entre los futuros esposos. El problema se plantea cuando uno de los dos aún no lo tiene del todo claro… entonces ¿qué pasa? Porque, a ver, no vas a estar esperando eternamente a que el otro se decida a pasar por el altar, además, que a la mayoría de mujeres nos hace ilusión eso de vestirnos de blanco y ser el centro de atención y que te digan lo guapa y radiante que estás, vaya casi tan esplendorosa como el día de tu primera comunión. Bueno, con la diferencia de la edad y un buen maquillaje que cubre esas pequeñas imperfecciones.

Vamos a dar por hecho que la pareja se da el sí quiero. Empieza otra época maravillosa, primero porque disfrutas de tu misma boda y el viaje de novios es espectacular, da lo mismo que vayas al Caribe, Thailandia o New York no paras de hacer fotos y a la vuelta obligas a todos tus amigos a que vean las 1500 fotos: las paisajísticas, tu posando con cara sonriente, la de los dos en un edificio emblemático y no pueden faltar las de la habitación con su decoración especial para novios con los pétalos en la cama en forma de corazón (¡ohhhhhhhhh!) Claro, tú cuando las ves te emocionas y se te saltan las lágrimas, pero tus amigos están deseando ¡huir de allí! Después parece que vives en una burbuja, ¡ya eres una señora casada! Empiezas a saber lo sacrificado que es tener una casa limpia y el domingo haces comida para toda la semana ya que entre diario no te da tiempo. A esto se le une que cada vez haces más vida marital, esto quiere decir que ves menos a los amigos y más a los suegros, de hecho, casi todos los domingos hay que turnarse para ir a casa de los padres de uno u otro, así que, olvídate de pasar un fin de semana de relax tumbada en el sofá: o estas limpiando y con los rulos puestos (en plan ratita presumida… “limpio mi casita tralara larita”) o te toca hacer visita familiar, bueno, que también puede que tengas que hacer las dos cosas el mismo día. La monotonía y el cansancio van haciendo mella en la pareja y otra vez el sexo queda limitado a uno o dos días por semana. Este es el comienzo de una nueva crisis existencial en la pareja que estalla en cuanto te empieza a sonar el reloj biológico. Vas por el parque y no dejas de encontrarte con mujeres embarazadas o padres llevando a sus hijos en el carrito. Empieza aumentar tu instinto maternal y te planteas que ya es hora de formar una familia al completo. Comentáis los pros y los contras y os ponéis a ello. Y aunque parezca mentira, las cosas no son tan fáciles como nos han dicho siempre. Vamos, que eso de la flor y la semillita, ¡me rio yo! Porque claro, cuando ves que ni con la postura más complicada del kamasutra te quedas en estado, ya piensas muchas cosas, entre ellas ¡de que te ha valido gastar tanto dinero en anticonceptivos! Si total, no te iba a pasar nada ¿no? Después de varias intentonas y de comerte la cabeza, parece que las cosas prosperan, tienes retrasos en el periodo y ¡Voilá! Aquí se inaugura otro periodo de pequeñas tensiones para tener todo preparado cuando venga el nuevo miembro de la familia: si la casa es pequeña hay que buscar una nueva, que si la cuna, el carro, la ropa, los biberones, pijamitas, el cambiador… Todos son quebraderos de cabeza pero se llevan con ilusión aunque cuando estás en la camilla, intentando dilatar y aguantando el dolor como una campeona, no piensas lo mismo, más bien… ¡quien me mandaría a mí querer tener un niño!

Hay que reconocer que un niño en casa da mucha vida. A los abuelos se les cae la baba con el retoño, “si es que es idéntico a su padre” dice tu suegra, mientras que tu madre te dice “es que tiene los mismos ojos que tu abuelo”. También te llenan la casa de juguetes y regalos para el niño, con lo bien que te vendría el dinero para comprar pañales y leche y no esa manta con miles de sonidos, que es muy buena para que el niño aprenda pero… ya estás cansada de cómo hace la vaca, como hace el tren y como hace el gato. Ahora toca compaginar vida laboral con vida familiar, incluyendo los gastos económicos que supone la guardería o el colegio del pequeño: libros, ropa nueva cada dos por tres, zapatos… es un no parar. Y claro, al final la que suele estar al pie del cañón con los hijos es la madre: llévalos al cole, a la piscina, a las clases extraescolares, cuando se ponen malos quédate con ellos y llévalos al médico, cuando lloran en mitad de la noche, cuando tienen miedo… Vamos, que no te dejan ni un minuto tranquila y, como es lógico, tampoco puedes estar con tu pareja igual que antes. Esto origina otro momento de conflicto, más o menos a los cinco años de matrimonio. El no dedicar tiempo a la pareja y más a los niños o incluso el hecho de que la mayor responsabilidad en el cuidado de los hijos recaiga en uno (aunque por lo general es la mujer, también hay que tener en cuenta que hay hombres que se ocupan mucho de sus nenes) puede influir negativamente en los cónyuges y provocar la aparición de reproches y críticas del estilo de “¡anda! Que ya podías echar una mano ¿eh? Que lo hago todo yo” o “ya se ha ido con sus amigotes de cañas y yo aquí sola con el crío medio malo, limpiando y haciendo la comida”.

Si pasas este bache, has conseguido bastante, ¡qué digo!, has conseguido muchísimo porque se zanjan esos pequeños detalles que no nos gustan del otro y que pueden dar lugar a mayores roces. Además, como vuelve a establecerse un vínculo de confianza la relación sale más consolidada que antes, lo que no implica que no se produzcan nuevas crisis. Y con los 10 años de unión matrimonial llega… el Apocalipsis de Pareja. Aquí no importa que no se haya pasado por la fase de paternidad porque todas las parejas se enfrentan a esta difícil prueba.

A estas alturas, el amor romántico de los inicios no existe: nada de hacer el amor a la luz de las velas, ni lencería sexy (bueno, es que el corpiño de licra negro y rojo que compraste probablemente ya no te siente tan bien como antes… ¡con lo bonito que era!), ni paseos idílicos a la orilla del mar, ni ese nudo en el estómago cuando quieres verle y no puedes. Se ha transformado en otro tipo de amor, el de cariño de compañero en el que con sólo una mirada ya sabes lo que piensa el otro. Ahora los pocos ratos entre las sábanas suelen ser a oscuras y sin hacer ruido para no despertar a los críos, que claro, ya son algo más mayores, y la caja con vuestros juguetes está escondida en lo más alto del armario. Si no hay niños, también vas a lo cómodo, no porque no te gusten los cambios, es que ni tú eres tan flexible ni tu pareja tiene tanto aguante como para hacer complicadas posturas, bueno, ni tampoco fuerza…

Con el paso del tiempo, te has dado cuenta de que has estado más pendiente de otros que de ti misma y te notas más envejecida. Te empieza a preocupar que tu marido se fije en mujeres más jóvenes, por eso usas cremas antiarrugas y anti envejecimiento, tanto para la cara como para el contorno de ojos, y para el cuerpo utilizas anticelulíticos y leche hidratante reafirmante. Usas los productos más caros porque crees que son los mejores y, por supuesto, todos los días. También te da por apuntarte a pilates, yoga, bailes de salón o buscas un gimnasio y te aficionas al body combat y al spinning. Eso sí, ver al monitor, unos 15 años más joven que tú, sudoroso, con una camisa muy ajustada y unos bíceps bien pronunciados… hace que en tu interior se mueva algo que hacía mucho tiempo que estaba dormido. Por otra parte, tu pareja se ha aficionado al golf o al tenis y se va todos los sábados con algunos compañeros del trabajo, que después van a comer a un asador, se fuman unos cuantos puros e incluso lo unen con la cena. También le ha dado por el deporte y sale a correr todos los domingos a las 8 de la mañana con su inseparable amigo de fatigas y a las 10 ya están haciendo unos largos en la piscina. Olvídate de verle cuando hay liga, champions o copa porque se adueña del salón, él y otros cuatro amigos a los que invita. Poco a poco, vais perdiendo la comunicación: él no te cuenta los problemas del trabajo para no preocuparte y tú no le cuentas cómo te sientes porque sabes que le cuesta hablar de sentimientos y para que no piense que son historias tuyas, si total, no te va a entender… Puede que ambos sintáis que la cosa no va nada bien y os planteéis ir a un psicólogo especializado en parejas que os viene a decir lo que ya sabéis: que cada uno tenéis un conflicto interior que no mostráis al compañero, que os dediquéis tiempo para los dos, que hagáis cosas en común y que habléis de lo que os pasa evitando las críticas directas y con mucha calma. O puede que sólo sea uno el que se sienta diferente y, para no perder la comodidad de tener a alguien en casa, busca lo que le falta fuera: las salidas nocturnas aumentan, se buscan excusas para estar cada vez menos en casa y si existe un (o una) amante no queda más remedio que recurrir a la mentira, algo que puede ser muy peligroso sobre todo si se usa la tarjeta de crédito y todo se descubre por el resguardo bancario que llega por correo a casa.

¿Qué hacer para superar esta crisis? No hay una respuesta concreta ni tan siquiera valen los miles de consejos que pueden darnos nuestros más allegados. Es cuestión de sopesar los pros y los contras, las virtudes y defectos de ambos y de lo que se está dispuesto a dar o a sacrificar para salir adelante o bien para iniciar un nuevo camino. Pero siempre es el corazón el que tiene la última palabra.

martes, 5 de octubre de 2010

Desde el principio hasta el final.

Mi sobrina Raquel de cinco años cada semana tiene un novio nuevo. Sí, hace tres días decía que Ángel, un niño de su clase, era su novio, y ahora me dice que está con Leandro, que juega con ella en el parque. Yo a esa edad jugaba con las niñas a las comiditas y veíamos a los niños como tontos y malos porque nos tiraban de las coletas o, los más atrevidos y rebeldes, te levantaban la falta. Vamos, que no queríamos saber nada de ellos y, sin embargo, de mayores no paramos de buscar al hombre de nuestra vida.

Las cosas han cambiado mucho, mientras que a los 12 años aún jugaba a las muñecas, las niñas de esa edad hoy en día están muy despiertas y ¡madre mía lo que saben! Sin embargo, lo que nunca cambia son los inicios y finales de las relaciones, porque ¿cuándo sabes que estás con un chico? Y es más ¿cómo sabes que la cosa termina?

Está claro que las mayores dificultades para contestar a estas preguntas llegan con la madurez. Cuando eres pequeño, y si tienes el mismo éxito que mi sobrinita, cualquier niño que juegue contigo puede ser tu amigo, y claro, si además de jugar vais al mismo cole o sois vecinitos, pues claro, ya es algo más que un amigo ¿no? En la edad del pavo todo se reduce a “me gustas” y si a la otra persona también “le gustas” pues estáis saliendo. De hecho, el chico que te trae de cabeza se sienta en clase dos filas a la izquierda de la tuya, al lado de la ventana y no paras de mirarle. En una de esas te pilla y te sonríe y en el descanso te pregunta si le puedes dejar los apuntes de historia. Minutos después estas en el baño chillando como loca con tus amigas porque ¡te ha hablado! Si quedas con ese chico más de dos veces a solas y en el instituto os ven juntos, ya sois novios. Eso sí, a las dos semanas lo habéis dejado por cualquier tontería y dos días después, otra vez sois pareja, volvéis a cortar y a salir unas cinco veces hasta que ya ninguno de los dos quiere estar con el otro, bien porque llega el verano, bien porque a ti te empieza a hacer tilín un guaperas dos cursos superior al tuyo.

Las cosas van complicándose entre los 18 y 20 años. Se sueña con el amor verdadero, ese que tanto prometen en cuentos y películas, y los sentimientos y las hormonas se mezclan para provocar una gran bomba de relojería. Todo se vive con intensidad: las primeras citas, los primeros besos, la primera vez... Inicias una relación con alguien del grupo de amigos, de la universidad o algún compañero de trabajo. Vives en un estado de ensueño, donde las mariposas revolotean por tu estómago y todo es perfecto. De hecho él es perfecto, le miras con un amor ciego, le sigues donde haga falta y haces lo que sea para estar con él. Y claro, las rupturas son igual de intensas porque es un drama, más que un drama es un dramón, mucho más que los culebrones de la televisión que emiten después del telediario de las 15:00. Se dicen frases típicas como “era el hombre de mi vida” o “no voy a querer a nadie como a él” y lloras de esquina en esquina… bueno, estas cosas también se hacen de adultas pero como suelen pasarnos más de una vez, ya no nos pilla tan desprevenidas, aunque el golpe sea igual de duro, claro.

Y con la edad llegan los problemas existenciales en el ámbito amoroso, sobre todo, cuando llevas un tiempo con alguien y aún no tienes muy claro que hay entre los dos. Hay buen entendimiento, quedáis para ir al cine o a cenar y se nota que estáis a gusto pero “¿somos novios?” te planteas. Aquí ya no vale eso del “¿quieres salir conmigo?” o “me gustas, te gusto… salimos” pero entonces ¿cómo lo sabes? Porque una noche de fiesta con tus amigas, conoces a un bombón, realmente es un poco superficial pero el chico se lo está currando… ¿Qué haces? Mientras él te habla de los lugares a los que va de fiesta, tú estás pensando en el otro y como no sabes si estáis o no estáis no sabes qué hacer. Finalmente le das el teléfono y no sucede nada. Respiras tranquila pero vuelves a casa con un sentimiento de culpabilidad que te atormenta durante toda la noche y todo el día siguiente. Si el guaperas te llama, en lugar de sentirte entusiasmada, sientes que estás haciendo algo malo, aparecen los remordimientos y con una risa forzada le dices que te va a ser imposible quedar. Gana el corazón a pesar de no saber en qué punto estás dentro del juego del amor. Cuando hablas de él a tus amigas no sabes cómo considerarle. Si no es novio ¿Qué otro termino hay para describir la situación? “Mi churri” o “mi chico” es lo más socorrido aunque es normal que siempre te acaben preguntando si estáis saliendo a lo cual tienes que contar la misma historia: que aún no lo sabes, que la cosa va poco a poco, que va por buen camino…

Si ya es difícil saber si es algo serio, más aún es concretar desde cuándo. Es necesario tener una fecha para contabilizar los meses y los aniversarios. ¿Qué fecha se elige?: cuando os conocisteis, cuando quedasteis a solas la primera vez, en el primer beso, el día que intimasteis… aunque el beso suele ir seguido de intimar, por lo que se podría considerar la misma fecha… Resumiendo, que ni tienes claro si sois pareja y no hay una fecha concreta para determinar el inicio de vuestra relación.

En cuestión de rupturas tampoco nos queda la cosa muy clara. Nosotras decimos que necesitamos tiempo y ellos necesitan espacio. Pero ¿cómo sabes que se termina? Ese chico que te volvía loca con sólo mirarte ahora ya no te ilusiona, antes le deseabas con locura y ahora te has acostumbrado a verle con los calzoncillos de algodón blanco, sí, esos que se pone para estar por casa (vamos, que de eróticos tienen muy poco…) Ante esto ¿qué ha pasado? ¿Cuándo se ha perdido la señal y por qué ha vuelto con fallos? A veces esto mismo va provocando un distanciamiento entre ambos y es claro que algo va mal. Pero ¿y si no se ve venir? Vamos, que tú estás tan contenta con tu pareja, tienes ilusión de hacerle algo especial por su cumpleaños y el día más inesperado te suelta el jarro de agua fría. Así, sin más, directo al grano y sin anestesia. Claro, la cara de tonta que se te queda es espectacular porque claro si tú pensabas que iba estupendamente y él te dice que lo dejáis… “¿qué capítulo me he perdido?” te preguntas, porque aquí algo no encaja. Ummm… no, todo iba aparentemente bien y ahora esto “¿acaso me he dado algún golpe? ¿Mala memoria?”. Aquí es cuando buscas el por qué. Puede que haya sido la monotonía, demasiado trabajo, he dejado de atraerle… pero nunca aciertas. Según su teoría, que refuta el hecho de que no pasaba nada, no has sido tú. Piensas “Vale, menos mal, me quedo más tranquila ¿eh? Me dejas y yo no he hecho nada… estupendo porque ahora lo entiendo menos”. En fin, que resulta que es él, que necesita espacio y estar solo. Vaya, eso no lo decía cuando estabais en la cama, ahí sí que le sentías bien cerca. Y por supuesto, para no variar, la frase típica con la que intentan quitarse un poco ese sentimiento de culpabilidad por la mala noticia… “podemos mantener la amistad”. Si trata así a sus amigos… a mí que no me mire ¿eh? En fin, que por más que lo intentas no sabes qué ha ocurrido, ¡con lo fácil que era en el colegio!

Va a tener razón mi sobrina Raquel cuando me dice que no entiende a los adultos, yo tampoco les entiendo, y a los hombres mucho menos. Sería más fácil no pensar y hacer como los niños que disfrutan de la vida. Sin embargo, tenemos un cerebro que siempre está funcionando, que busca el por qué de las cosas y nos obliga a plantearnos dilemas, soluciones y decisiones que nos hacen más complicada la existencia. Pero también tenemos un corazón y por si solo piensa, siente y necesita saber qué sucede para poder seguir latiendo, para poder seguir viviendo.

lunes, 27 de septiembre de 2010

LA ESPERA

Ahora mismo no sé si odiarte o quererte, no sé si vales la pena, no sé que hago aquí sentada esperándote. Hoy iba a ser una bonita velada pero has tenido que estropearlo ¿por qué? ¿Acaso no querías venir? No sé que pensar, estoy aturdida, enfadada y tengo ganas de llorar, no de pena sino de rabia. Rabia por creerte, rabia por ilusionarme, rabia por desearte.

Esta mañana he buscado algo con lo que seducirte. ¿Un vestido? ¿Una falda? Quería estar guapa para ti y lo había conseguido. Llamé para hacer una reserva, una mesa para dos, a las 22:00. Hoy me tocaba a mí elegir y sabía que te gustaría. Durante todo el día sólo pensaba en la noche, en estar contigo y compartir agradables momentos. Disfrutar de tu sonrisa y perderme en tu mirada, pasarnos horas conversando sobre temas diversos, reírnos e incluso besarnos de vez en cuando. Iba a ser una noche especial, sólo el estar a tu lado ya era importante, la cena era lo de menos, lo principal eras tú.

Empecé a arreglarme unas horas antes. Ya lo tenía todo escogido, mientras difuminaba la sombra de ojos canturreaba, estaba contenta, emocionada. Ya sólo quedaba esperarte. Pasaban los minutos, los segundos corrían a gran velocidad. Las 20:30, las 21:00, las 21:30 y no apareces. Empecé a ponerme nerviosa, no sueles llegar tarde ¿dónde estabas? Me acercaba a la ventana por si veía tu coche, de los que pasaban ninguno era el tuyo. Tenía tentaciones de llamarte pero no me atrevía, “¿y si te ha pillado un atasco?” pensaba ingenua de mí.

A falta de diez minutos de la hora acordada con el restaurante, una llamada. Eras tú. Respiro hondo para no parecer demasiado enfadada pero la cosa empieza mal. Tu voz no es la de siempre, más tímida que de costumbre, no sabes como decírmelo, dudas… “Mira… es que… esta mañana me he encontrado a mi amigo Ricardo y me ha dicho que iba a comer con los chicos y…”. A cada palabra tuya más rabia crecía en mi interior. “He comido con ellos por la sierra y, bueno, ya sabes, que si nos han servido tarde, que si la tertulia, que si tal y cual… pues eso, que nos hemos liado y seguimos por aquí.” Me quede sorprendida con el teléfono en la mano y la boca abierta, no podía creer lo que estabas diciendo. ¡Ni siquiera estabas cerca! Te contesto que podrías haber avisado, tu respuesta esquiva me confirma que estabas demasiado entretenido. Me quedo callada, no sé que debo decirte. No soluciono nada chillándote o quejándome. Me guardo mi resquemor y muy seria te deseo que lo pases muy bien y te cuelgo. No quiero oírte más, no quiero escuchar esos “lo siento” que a mi no me valen. Todo lo que me digas son palabras vacías que se lleva el aire, no me consuelan, no son nada.

Tiro el teléfono en el sofá y me deshago en lágrimas. Todas mis ilusiones, toda mi alegría han quedado por los suelos. ¿No entiendes que sólo quería verte? Pienso en los buenos momentos y los veo como una farsa. Realmente no te importo, te da lo mismo que estemos juntos o lejos, me tratas como si no fuera nadie en tu vida.
Me acurruco entre los suaves cojines que un día fueron cómplices de nuestra pasión. Mi ropa ya está arrugada y mi llanto ha arrasado con el maquillaje. ¿No podrías haber llamado antes? Has esperado al último momento para dar la cara ante lo inevitable, te has acobardado porque no sabías que excusa poner. ¿Que puedo pensar ante eso?

Sé que para ti no es tan importante, sé que sentirás haberme dado plantón pero se te pasará en breve y seguirás disfrutando con tus amigos. Sin embargo yo sí le doy importancia, miles de pensamientos se agolpan en mi interior y no es un enfado fugaz. Esos detalles tontos son los que quedan en el fondo del recuerdo, pequeñas cosas que van mellando la solidez de una buena estructura.
Ahora mismo, no sé si quererte, no se si odiarte. Ahora mismo, no sé si vales la pena, no sé que hago aquí tumbada esperándote… no sé que hago llorándote.

martes, 14 de septiembre de 2010

ACUERDATE DE MÍ.


El día que te encuentres cansado, sin ganas de nada y sólo quieras dormir… Acuérdate de mí, porque te daré la energía que necesitas para disfrutar de cada instante.

Si sientes que la soledad invade tu vida y que no tienes a nadie con quien hablar… Acuérdate de mí, te regalaré todas mis horas para escuchar tus palabras.

Cuando rías, cuando llores, cuando grites de alegría o cuando sufras de dolor… Acuérdate de mí, quiero estar a tu lado en todos esos momentos para animarte, apoyarte y consolarte.

¿Necesitas un beso, un abrazo o, simplemente, que te mimen?... Acuérdate de mí, te cobijaré en mi regazo y besaré tus mejillas. La noche será cómplice de nuestras fantasías.

Si la distancia es un obstáculo para llegar donde deseas o si tienes lejos a los que anhelas… Acuérdate de mí, seré tus alas, seré tu velero, seré agua, seré viento.

Coge mis manos y caminemos. Me gustaría acompañarte por el incierto sendero de la vida, el paseo será más ameno y los obstáculos más fáciles de saltar.

Porque…

¿De qué tienes miedo? Del Pasado
¿Qué es lo que ansías? La Libertad
¿Qué te sobra? Seguridad
¿Qué necesitas? Comprensión.

Por todas estas cosas… Acuérdate de mí. Déjame formar parte de tu recuerdo porque te aprecio, te valoro, en definitiva, porque te quiero.

Acuérdate de mí porque cuando yo lo necesite… me acordaré de ti.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Odiosas presentaciones

¡Qué bonito es el amor! Esos momentos de felicidad por tener a tu pareja al lado, esas confidencias nocturnas en las que aseguras no haber conocido a nadie como él... Çe l’amour. Pero después te das cuenta de que no sólo tienes que conocer y convivir con esa persona, sino también con su familia. Sí, llega un día en el que resulta obligado hacer las presentaciones pertinentes y las cosas dejan de ser tan maravillosas. No es por el hecho de asimilar que vamos a tener unos suegros, el dilema es que los suegros van a tener que asimilarte a ti. ¿Pasarás la prueba del algodón?

Primera parada: casa de la chica. Ella está de los nervios por lo que pueda pasar y él novio con una cara pálida que parece que le llevan al matadero.

La Madre: La verdad que es guapete, yo me lo imaginaba más feucho pero mira por donde tiene un cierto atractivo. Además parece buen partido, con estudios, un buen trabajo y su padre farmacéutico. Vamos que me van a salir los medicamentos gratis. Se le nota que vive solo, se le ve independiente, mejor así, que sepa hacer las cosas de la casa y si plancha, estupendo, que mi niña es un poco sosita para quitar las arrugas a las sábanas. Y fíjate, va muy bien arreglado y que bien huele. Bueno, pues a ver si para unos años casamos a la niña y que nos den unos guapos retoños, porque mi pequeña era una ricura cuando nació. ¡Ay! Voy a contenerme que al final me emociono.

El Padre: Así que… es éste el que se aprovecha de la inocencia de mi hija. No sé, no me gusta mucho ¿eh? Pero claro, aquí no puedo decir nada porque mi hija va a empezar a decir que ya es mayor, que no la comprendo y que es su vida, y mi mujer que no sea así, que parece buen chico… eso también lo decían de mí cuando era joven y anda que no he sido yo gamberro. Porque, a ver, de dónde ha salido, porque nosotros no sabemos nada de este muchacho hasta ahora ¿y si es un maniaco que se ha obsesionado con mi hija? Y como me entere yo que toca a mi hija… es que… la liamos. Voy a dejar de pensarlo ya porque al final me caliento.

El hermano: ¡Por fin mi hermana se va a independizar! Calculo que para dentro de unos meses, a lo sumo un año, tendré su habitación para mí. Quitaré la cama y pondré varias estanterías, tengo unos libros en cajas que no caben en la mía, así que, será ideal ponerlos allí. Y mi colección de coches, por supuesto. También una mesa para el ordenador, la impresora y tendré espacio para jugar a la wii con los colegas¡¡Genial!! Tendré que poner unos sillones, va a ser estupendo.

El novio: ¡Madre mía, en dónde me he metido! La madre no deja de inspeccionarme de arriba abajo, ¿tendré alguna mancha? Este camisa estaba limpia y he tenido cuidado de no pringarme mucho con la salsa. Y el padre… si es que no se ríe ni nada, seguro que cuando acabemos me va a decir que le acompañe, me va a bajar al trastero y me saca la escopeta... es que lo estoy viendo. O que me pregunte que qué intenciones tengo con su hija, a ver si va a ser guardia civil y ella no me ha querido decir nada para no asustarme. Menos mal que ya sólo queda el café.

La novia: Mira que le dije a mi madre que no hiciese tanta comida, si es que va a sobrar de todo. Por favor, que mi padre no diga nada, que no le quita ojo de encima y eso que les avise para que no le hicieran la radiografía, vamos, si es que parece que no quieren que encuentre pareja. Para un chico decente que conozco y al final me lo van a chafar.

Pasado este mal trago, la pareja puede respirar tranquila. Pero días después toca cena en casa de la familia del novio.

La madre: No se qué ha visto mi hijo en esta chica, es muy normalita, nada que ver con sus anteriores parejas. Al menos, educada sí parece pero para vestir no es que tenga mucho gusto, y no es por criticar pero ¿no podría ponerse algo más alegre? Que parece que vamos de funeral con tanto negro. ¿Será tímida? A ver si es de las que al principio van de buenas y luego, cuando ya tienen todo controlado, sacan los pies del tiesto y ¡de qué manera! Vamos, que se compran una cosa juntos, se casan, tienen niños, se separan y se queda con todo y deja a mi niño en la calle. ¡Eso no lo pienso consentir! Ya hablaré yo con él para que no se fie, que hay mucha lagarta suelta y uno no puede fiarse de cualquiera.

El padre: Es un encanto. Por fin ha encontrado una chica decente y simpática y le gusta el cine de terror como a mí, que grata sorpresa. Un día les invito al cine y así nos conocemos más que a la muchacha se la ve cohibida. Es culta y además guapa, si es que mi hijo sabe elegir bien, como su padre, jeje.

La hermana: Con las cosas que tengo yo que hacer y aquí de charla. He dejado puesta la lavadora y no me apetece llegar a las tres de la mañana y tener que tender, porque, vamos, ya me conozco yo estás cenas de presentación oficial: que si el café, que si el licor, que si una copa… A ver luego quien mete al niño en la cama con lo que le gusta merodear. Además, mañana tengo que pasar unos informes para la reunión del lunes. Y eso que les avise que este fin de semana me venía muy mal. ¡Qué poca consideración!

El cuñado: ¿Ahora con quien juego al pádel? Con el buen equipo que formábamos, hoy pensaba decirle que en mi oficina han organizado un campeonato pero me parece que ya nada. Porque como sea igualita a mi mujer durante el noviazgo, ¡que cansina! No me dejaba ni un minuto tranquilo y ahora, ahí la tienes, a sus cosas y ni caso. Si lo sé no me caso.

La novia: ¡Por favor que termine esto ya! Quiero irme a mi casa, ponerme las zapatillas y el chándal y ver la tele tranquila. Me siento observada por todos los sitios, cada cosa que hago o digo no sé si está bien o está mal. Ufff… la madre me mira mal. Seguro que cuando hable con su hijo le hará alguna crítica. Voy a decir que no me encuentro bien, ¿finjo un mareo? No, eso no que se va a pensar que estoy embarazada y casi es peor. Bueno, a ver si le puedo hacer alguna seña y nos vamos.

Nos guste o no, es un trámite que hay que pasar. Es como presentarse a un examen importante. Vas preparado pero llega el día, los nervios afloran y nos quedamos en blanco, tan en blanco que hasta metemos la pata. Lo haremos mejor la próxima vez.

jueves, 26 de agosto de 2010

Dominando el espacio

Tengo un amigo que está agobiado a causa de su novia. Bueno, ya lleva una temporada diciéndonos que su chica no le deja ni a sol ni a sombra. Al principio insistió en que conociera a sus amigas y luego conocernos a nosotros, los amigos de toda la vida. Después, ella quería estar más tiempo con él, con lo cual dejaba de quedar tan a menudo con nosotros para poder ir al cine o a cenar con su novia. Eso es normal, cierto, pero cada vez la chica le pedía que hiciesen más cosas juntos: jugar al tenis, ir a clases de bailes de salón, correr juntos… incluso se apuntaron a un curso de esgrima, pero sólo duraron unos meses. Cuando Dani se saturaba, nos llamaba para contarnos que se sentía encadenado. Decía que estaba perdiendo su independencia.

La gota que colmó el vaso fue la invasión de su espacio vital, su casa. Dicen que si tu pareja deja su cepillo de dientes en tu casa, estás perdido… pues no. Cuando vayas al cajón y veas que en lugar de calzoncillos hay braguitas y tangas y que tu lencería ha pasado a formar parte del segundo cajón, junto con los calcetines, échate a temblar. Abre el armario, si te encuentras una falda y un vestido para estar por casa y que tus pantalones están un poco desplazados hacia laderecha, respira hondo y cuenta hasta 100. Y por último, ve al baño. Si tu crema de afeitar, colonia y desodorante están en una banda superior y la inferior está invadida de cremas de día, de noche, contorno de ojos, un estuche de pinturas, perfume de mujer, así como otros elementos del cuidado femenino… entonces sí que estás perdido.

La verdad es que todas estas cosas las hacemos inconscientemente sin pararnos a pensar que puede ser incómodo para la otra persona. ¿Qué se nos pasa por la cabeza cuando decidimos dejarnos algo de ropa en su casa? Pues muy sencillo, comodidad. Si vas a dormir un fin de semana sí y otro también en su casa, es un engorro estar con una bolsa de aquí para allá con ropa para cambiarte y las cosas de aseo, así que, decides dejar unas braguitas y las cremas que están más usadas y te compras unas nuevas para la tuya. La elección de donde colocarlo tiene que ver con la accesibilidad. Será más fácil que un hombre llegue a las baldas más altas ¿no?

Pero todo esto, se va haciendo tan lentamente que el pobre muchacho no se da cuenta de lo que ocurre hasta que ya es demasiado tarde. Siente que le ha robado parte de su vida sin consultarle, como si le hubieran quitado una parte de su intimidad porque una cosa es tener visitas esporádicas y otra muy distinta instalarse como algo permanente. Vamos, es como el que llega para quedarse unos días, y pasan las semanas y sigue sin marcharse.

Sea como sea, el caso es que una vez que hemos entrado en su espacio las brechas se abren. Empiezan a darle vuelas a la cabeza y cuanto más piensan más agobiados se encuentran. Ven como la puerta de la libertad se cierra lentamente ante ellos y no saben cómo pararla. Probablemente nos vean como policías husmeando cada rincón: se acabaron las cervezas con los amigos viendo el partido, eso de pasearse desnudo por la casa dejará de ser lo habitual, nada de fiestas y, mucho menos, traer a desconocidas. “Es mi casa y yo decido” se dicen a ellos mismos en el momento de mayor cabreo sin embargo, a la hora de la verdad, se les hace complicado explicarlo sin que resulte ofensivo.

Y nosotras, mientras tanto, al margen de todo este batiburrillo de pensamientos, haciendo planes para los días siguientes con un entusiasmo que ni los niños pequeños con zapatos nuevos. Y lo que es peor, que no nos percatamos de que invadiendo su vida ¡¡hundimos todo el barco!! Como ya he dicho, es algo que sale por sí solo, de forma tan natural que no pensamos que sea un error. Lo que no entienden es que lo hacemos para estar con ellos. Igual que el dicho “si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”, para introducirnos en sus vidas y conocerlos más a fondo nos adentramos en sus moradas puesto que ellos suelen ser reacios a hablar de sí mismos y de lo que piensan. Porque, aunque no lo parezca, una casa dice mucho de alguien: una habitación ordenada, un baño descuidado o una cocina con plantas y adornos. Incluso los muebles y la decoración pueden darnos pequeñas pistas de los dueños del lugar. Y justo eso es lo que temen.

En sus mentes la bola se va haciendo más y más grande. Imaginan que si ya nos hemos apoderado de la habitación y el baño, lo siguiente será la cocina. La compra será para dos y quedarán fuera de la dieta congelados, pizzas, perritos, hamburguesas y otros caprichitos que le alegraban la tarde de los sábados y domingos. La nevera también quedará trasformada. Suelen meter las cosas tal como las sacan de la bolsa, formándose una montaña de alimentos en la que sólo ellos encuentran lo que buscan. Nosotras, en cambio, buscamos la colocación idónea para los yogures y otra para el queso y la fruta.

Ya sólo les queda el salón. Chicos, si el mando no está en vuestro sitio no tenéis escapatoria. Es más, si en el sillón de una plaza, ese que heredaste de la casa del pueblo de tus padres porque era comodísimo, ves una mantita doblada en uno de los brazos y un cojín, que antes no estaba, apoyado en el respaldo la invasión es casi completa. Bueno, si al menos tiene los mismos gustos no habrá mucho problema, pero si es de las que se engancha a un culebrón o los programas de famosos la mejor será que compres una televisión nueva. “¿Pero porque me tengo que ir yo a mi habitación si es mi casa?” pensará incrédulo ante la situación, y estará en lo cierto.

Dichos populares aseguran que “por la caridad entra la peste” o que “donde hay confianza da asco”, así que, para evitar estos malentendidos, lo mejor para todos sería ser más claros. Nosotras respetar sus cosas y preguntar antes de actuar, ellos abrirnos las puertas de eso que tanto esconden, su interior.

lunes, 16 de agosto de 2010

VACACIONES DE VERANO

Momento de vacaciones… y momento de tensiones. Sí, las vacaciones de verano suelen ser las más conflictivas para todos, ya estés soltero, casado, con hijos o con la familia al completo. Durante todo el año el estrés nos lo provoca el trabajo y consideramos el hogar como el reino del descanso. En el periodo estival, cuando la casa es el trabajo, no hay momentos para descansar. El primer gran dilema de las vacaciones familiares: ¿Dónde vamos? No vale cualquier sitio, hay que amoldarse a la situación personal, no sólo económica sino de los integrantes del grupo.

Por ejemplo, un matrimonio con dos niños, uno de 5 y otro de 7 años. No pueden ir a sitios de visitas culturales, los peques se cansarían rápido, se aburrirían y sería imposible seguir el planning establecido. Lo más práctico, playa y piscina, pero ¿camping, hotel o apartamento? El camping es el más económico pero pasar 15 días escuchando los ronquidos del vecino de la parcela de al lado o despertarse muy de mañana por el calor y la claridad no son unas vacaciones del todo halagüeñas.
El apartamento es más cómodo, es…como una segunda casa y justo por eso pueden surgir las tensiones: hacer la comida, las camas, poner lavadoras (la ropa de los niños se ensucia día si día también)… El hotel resulta más caro pero cuenta con actividades para los críos así como la posibilidad de evitar gastos adicionales de comidas y cenas.

¿Qué hacemos? Aquí es donde cobra gran importancia el presupuesto familiar, según lo que uno pueda gastar, elegirá no sólo el destino sino la forma de veranear.
Las cosas se complican un poco cuando el número de hijos es mayor o vienen los abuelos u otros familiares. Se decide alquilar un apartamento entre varios y, no te explicas cómo, todos los años se produce una gran invasión. Colchones hinchables en el suelo, algunos duermen en el sofá cama y varios apretados en la habitación. A esto se le suma las complicaciones del momento del baño, preparar comida para todo un regimiento, levantarse sin hacer ruido para no despertar a los dormilones o acostarse tarde por los trasnochadores.

Las malas caras están aseguradas. Reprochas a tu marido que no está pendiente de los niños, tu cuñado no deja de fumar en el salón y no sabes cómo evitar que la abuela haga demasiados esfuerzos. La mujer quiere sentirse útil y lo hace con toda su buena intención pero, entre unas cosas y otras, en lugar de ayudar dificulta y contestas de malas maneras, algo, que más tarde, te hará sentir culpable.

Hablamos de familias al completo pero ¿qué sucede con las parejitas de enamorados? Los primeros días les ves cogidos de la mano por el paseo marítimo y muy románticos, pasada una semana será fácil ver a la chica de morros y él con mirada indiferente. ¿Qué ha sucedido? Fácil. Pequeños roces del día a día que son más comunes en aquellos que aún no han dado el paso de vivir juntos. Algo tan simple como no bajar la taza del bater o dejar la pasta de dientes abierta pueden dar lugar a grandes discusiones. También puede afectar el hecho de no coincidir en las cosas que se quieren hacer: “Podríamos ir a tomar algo esta noche al pub que vimos el otro día”, dice ella. “No me apetece mucho, estoy cansado. Mejor vamos mañana”, contesta él. Pero a ver, ¿cansado… de qué? Pues de estar tumbado porque, como se suele decir, cuanto menos haces menos quieres, así que, otra vez con movidas. De hecho, se han dado casos de recién casados que, a la vuelta de la luna de miel, deciden separarse, ¿Qué tendrán las vacaciones que tanto alteran?

Los solteros que deciden viajar con los amigos no se libran de esta tortura. Suelen buscar cosas más bien baratas y por internet, total, cuando no están en la playa o visitando cosas, estarán de fiesta. La habitación sólo para dormir y por si hay alguna aventurilla veraniega. Aquí lo difícil es elegir el destino y lo que se hará durante el viaje. Unos votan por hacer el Camino de Santiago: “Que sí, hombre, ¡que va a estar genial! Es toda una experiencia”. Por otra parte están los que adoran ir de fiesta: “¡Ibiza, Cuba, Punta Cana! ¡Vamos a quemar la noche!”. A ver, que no es por no ir pero que para fiesta me quedo en mi ciudad y no me gasto un dineral en un viaje para sólo vivir de noche y dormir de día, que eso se puede hacer en invierno ¿no?

Finalmente, se decide hacer un viaje mixto que incluya algo cultural y, a su vez, playita y terrazas nocturnas: Las Islas Canarias.
Personalmente, considero que más de cinco personas son demasiadas para viajar, siempre será más complicado ponerse de acuerdo.

Mi amiga Sonia, siempre impecable y glamurosa, no prescinde nunca de sus zapatos de tacón. Con lo cual, no puede ir rápido, le cuesta andar por calles empedradas y, como se cansa antes, pide que descansemos cada media hora.

Roberto es también de poco andar. Es un chico encantador y que ameniza las veladas como nadie con sus chistes y chascarrillos, pero le va más el picoteo y la cervecita, bueno, y que no falte el aperitivo, claro.

Sandra es la reina de la noche. Ve una discoteca y nos quiere arrastrar como sea, “sólo 20 minutos” nos asegura, pero acaban siendo dos interminables horas. Habla con los relaciones del local y siempre se las ingenia para que nos hagan descuentos en las consumiciones. Eso sí, olvídate de despertarla por las mañanas, no se mueve.

Nos cuesta ponernos de acuerdo pero, finalmente, llegamos a un consenso, eso sí, no sé por qué, salimos perdiendo los de siempre.

Vayas como vayas y a pesar de ir con gente que conoces de siempre las vacaciones pueden complicarse por pequeñas cosas. Lo importante es tener paciencia, saber respetar a los demás (y que nos respeten, claro) y que cada uno haga de su tiempo lo que más le guste. Pero ante todo hay que disfrutar.

jueves, 5 de agosto de 2010

REFLEXIÓN: No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde

A veces no somos conscientes de lo que nos rodea. No valoramos lo que tenemos ni tampoco nos conformamos: el que tiene un coche pequeño desearía tener uno mejor, el que tiene un buen trabajo se queja y le gustaría cambiarse, incluso las personas de pelo oscuro prefieren tenerlo claro y los bajos darían cualquier cosa por ser más altos.
Este ansia por poseer aquello de lo que prescindimos, nos hace olvidar los pequeños detalles que son la esencia de la vida. Es más, nos olvidamos de lo más importante, las personas que nos rodean.

No nos damos cuenta de la suerte que tenemos de tener a gente que nos aprecie y valore: padres, abuelos, tíos, primos, amigos, parejas, hijos, maridos o esposas. Están a nuestro lado durante todo el camino, ya brille el sol en el cielo, ya se acerquen momentos de tormenta. Nos escuchan, nos aconsejan o, simplemente, sabes que puedes contar con ellos. Sin embargo, estamos tan ciegos pensando en el ajetreo diario que caen en el olvido.
Sólo nos damos cuenta cuando, por diversas circunstancias, no están a nuestro lado, cuando les hemos perdido.

Uno no aprecia su ciudad o país natal hasta que no vive fuera. Pasar un periodo vacacional en ciudades distintas a las nuestras no sólo es gratificante, sino que se aprecian nuevas culturas y formas de vida. Nos adentramos en su historia, su gastronomía e, incluso, buscamos regalos para llevar de recuerdo. Sin embargo, es muy distinto cuando vivimos allí durante largos periodos. Todo cambia y hay que adaptarse al clima, al idioma… a todo. Aunque pasen muchos años y estés satisfecho con esa nueva vida, hayas prosperado y todo vaya viento en popa, es inevitable no echar de menos los olores de tu infancia, los sabores de la comida de siempre, abrazar a los seres queridos que están a miles de kilómetros de distancia.

Los jovencitos rebeldes se sienten atrapados en sus casas bajo el inevitable control de los progenitores. Pasada la juventud y llegada la verdadera independencia, se añora volver al nido familiar. Toca asumir nuevas responsabilidades: trabajo, hipoteca o alquiler, pago de facturas, quehaceres del hogar… Un sin fin de cosas que antes nos daban hechas y que ahora no tenemos más remedio que hacerlas por nosotros mismos, repartiendo el tiempo entre los pocos ratos de ocio y la amplia jornada laboral. Echamos la vista atrás y valoramos que al llegar a casa tuviéramos la comida en la mesa, lista para comer o que la ropa estuviese en el mismo lugar que hace dos días, lavada y planchada como si no la hubieras tocado.

También nos olvidamos de las emociones. Sí, increíblemente, los hombres, que somos los animales que tenemos más capacidad de razonamiento y pensamiento, en no pocas ocasiones prescindimos de esas cualidades innatas en nosotros. Además, cada vez nuestras sociedades nos convierten en seres individuales, donde no sólo se ocultan los sentimientos a los otros sino que se evita tener cualquier contacto táctil con otras personas. Abrazamos poco y besamos mucho menos. Nos hemos vuelto ariscos, recelosos y desconfiados y eso impide que veamos más allá de lo que alcanza nuestra mirada.

Damos por sentado que los que están a nuestro lado saben que les apreciamos, sin embargo, ponemos miles de excusas que nos impiden visitar a los seres queridos más a menudo o decirles cuanto les queremos. Con lo fácil que es decir “te quiero”, “te echo de menos” y somos incapaces de expresarlo.
Es cuando ya no están cuando nuestro interior se mueve por dentro. Nos arrepentimos de no haber dicho aquello que sentíamos o haberlo demostrado con hechos. Cuando el sueño eterno viene a buscar a los seres queridos es cuando más se les echa de menos, cuando la distancia impide un contacto más directo, se les añora más que nunca.

Toda pérdida supone un estado de angustia y pesar y no es menos el amor de pareja. Es en este aspecto de la vida donde más se evidencia que las cosas, y las personas, no se valoran hasta que las hemos perdido del todo. Los primeros pasos del amor suelen ser gloriosos pero la rutina y la monotonía irrumpen en nuestras vidas. No nos incentiva seguir conquistando a la otra persona, no buscamos nada nuevo que nos pueda ofrecer o que podamos dar, simplemente nos dejamos llevar como una barca en un río tranquilo.

A veces somos nosotros los que no nos hemos dado cuenta de cuánto valía esa persona que dormía a nuestro lado. Pasado el tiempo y mirando al pasado, recordarás ciertas cosas que, en su día, no les diste importancia y que ahora si se la das. Pequeños detalles que pasaron inadvertidos y que, justo eso, motivó que la otra persona se cansase de hacerlo. En otras ocasiones, somos nosotros lo poco valorados y, agotados por tirar siempre de la cuerda, tiras la toalla y te rindes a que sea el destino quien decida. En cualquiera de los dos casos, puede que sintamos deseos de volver a retomar el contacto, por muy pequeña que sea la posibilidad, pero lo hacemos motivados por ese duendecillo que llevamos dentro que nos dice que nos equivocamos. Pero… ya es tarde esa persona a quien dejamos ya tiene su vida o esa persona que nos dejó ya no significa nada en nuestras vidas.

Porque esa barca que navega en el río no avanza si no es hay colaboración. Si sólo se utiliza un remo, el bote girará constantemente sobre sí mismo, si una persona se encarga de los dos remos, el avance será muy lento y el remero se cansará rápido y si nadie rema, la barca sólo flota y se deja llevar por la corriente pero nunca llegará a un buen puerto.

En el amor, en la amistad, en el trabajo y en el hogar el apoyo de todos será la energía para seguir adelante en nuestro camino.

jueves, 22 de julio de 2010

La Regla

Mucha gente dice que ser mujer es un privilegio porque tenemos la posibilidad de crear vida, aunque ya hay hombres que se han quedado embarazados (vaaaleee… en su día fueron féminas... pero la ciencia…es la ciencia).

Sí, es muy bonito eso de los niños, mirar como crecen y sentirse orgullosa de ello, pero para pasar por eso, además de aguantar dolores durante el proceso de gestación y de vernos cada vez más gordas, tenemos que pasar por el gran dilema de la mujer, el periodo, más comúnmente conocido como “regla”.

Siempre está incordiando pero nunca se puede hablar de ella, ¡parece que es un tema tabú! ¿No se supone que es algo natural? Entonces ¿por qué nos cuesta tanto ser claras con eso? Utilizamos frases como “estoy mala” “ya ha venido Andrés (el que viene cada mes)”, “estoy con la de rojo”… Cualquiera podría pensar que te estás montando un trío para aliviarte el dolor de cabeza.
La menstruación nos viene a visitar muy jóvenes, tanto que nos sorprende y nos asusta. “¡Mamá, mamá! Me está sangrando” gritas desde el baño con tan sólo 10 ó 12 años (algunas aguantan hasta los 14... ¡¡Tendrán morro!!). Tu madre corre como loca y cuando te ve sentada en la taza con las piernas colgando y las braguitas con la prueba del delito, en lugar de preocuparse, se emociona y dice “¡ay! Que mi niña ya se ha hecho mayor...” y te estruja la cara, con un beso en la frente y un abrazo. A ver… que yo no quería sangrar, ¿vale? Y, lo más importante, ¡quiero que se vaya!
Ya de mayor, que sabes de qué va el tema, la regla sigue siendo molesta, incluso más que antes. Te aparecen dolores de todo tipo: espalda, riñones, ovarios…Los pechos se hinchan y se ponen duros como piedras y, claro, también duelen cuando andas o corres. Y no me olvido de los granos. Siempre aparecen en lugares bien visibles y si te da por apretarlos, estás perdida porque te dejas la señal y se multiplican por las mejillas, cerca de la oreja, en la nariz o, directamente, en el mentón.

La revolución hormonal no termina ahí, no, no… aún queda mucho más, porque eso es sólo el aviso. El Síndrome Pre Menstrual (SPM) es ya el indicativo de que te queda poquito para que el padecimiento sea total. Los cambios de humor pueden derivar en llantos por cualquier tontería o en arrebatos de ira sin venir a cuento. Estás leyendo una revista del corazón y una famosa se separa por la infidelidad de su novio, y ya te empiezas a emocionar. Tu pareja te mira con cara de “a ésta que la pasa ahora…” y tú gimoteando “¡Ay, que pena! ¡Por qué pasan estas cosas!” y te levantas llorando a lágrima viva y moqueando. Ver una película de drama o escuchar una canción romanticota también te provoca estados de lo que podríamos llamar Pena Hormonal, no sabes por qué pero te entristeces y te pones melancólica sin motivo alguno. Los arrebatos de ira incontrolada también son muy comunes con el Síndrome. Le pides a tu chico que compre zumo de naranja y yogures de fresa y trae un zumo de piña, porque de naranja no había, y se ha olvidado de los yogures. Esa tontería para ti es un mundo y estallas con todas tus ganas sintiéndote incomprendida porque todo lo tienes que hacer tú. Cualquier hombre nos puede preguntar que por qué nos ocurre esto o que no lo entiende. La verdad, yo tampoco lo entiendo, simplemente, pasa.

Muchas veces, la regla viene cuando no tiene que venir o cuando tienes algo importante. Puede acudir sin avisar en Nochevieja, en una boda de una amiga, ¡tu propia boda! O cuando vas a tener una noche loca con un amigo. Eso sí, su aparición estelar siempre es en los viajes.
Tus amigas y tú habéis planeado un viaje a… ¡IBIZA! Una semanita de playa, fiesta, ropa blanca ibicenca y muchos chicos guapos. Según tu calendario biológico, te baja la semana siguiente así que… ¡A disfrutar! En el avión notas un cierto pinchazo… “el café te ha sentado mal” piensas, pero cuando llegas a tu destino presientes que vas a tener esa visita que no esperabas. Y en el hotel ya lo confirmas “¡No me lo puedo creer! Pero ¿por qué ahora?” No te queda más remedio que tomarte un ibuprofeno para aliviar los dolores y al mirarte en el espejo, ves un enorme grano en el moflete izquierdo. Vamos, que aunque te maquilles va a salir en todas las fotos. Así que, olvídate de ponerte ese modelito fashion que te compraste tan vaporoso y tan blanco, una simple mancha se vería a kilómetros. Y por supuesto, nada de ligar con varios morenazos bronceados y cachitas.

Y es que, aunque calcules, nunca sabes si te va a cuadrar o no, incluso te puede afectar el estrés, las dietas… Eso sí, cuando la regla se nos retrasa lo pasamos mucho peor. Empiezas a calcular cuando fue la última vez que tuviste temita o, si es con tu pareja, si ha podido pasar algo raro, “no, no puede ser... si tomamos precauciones”. Si eres de las que toma la píldora (supuestamente suele provocar más regularidad) y tienes un retraso, vas corriendo al neceser para ver si te cuadran las fechas.
De cualquier forma, los agobios y los nervios nos hacen sentirnos más inseguras y cada vez que vamos al baño miramos si ya ha llegado. De hecho, te buscas los síntomas propios y si notas cualquier pinchazo ya crees que puede ser ella. Nos obsesionamos tanto que, muchas veces, eso mismo hace que se retrase aun más y se convierte en un círculo vicioso.

De jovencitas ¿no os ha pasado tener vergüenza de bajar a comprar al super? “¡Jo! Se van a dar cuenta de que estoy con la regla y me van a mirar raro”. Ese pudor a que te miren también nos hacía ponernos una chaqueta atada a la cintura para taparnos el trasero. Nos atemorizaba pasar por delante de un grupo de chicos sentados en el banco de la esquina y entre ellos estaba Samuel, que te gustaba muchísimo y “¡me va a notar que llevo compresa!”. También evitábamos bañarnos y lavarnos la cabeza por si nos pasaba algo, ¡se nos podría cortar la regla o volvernos locas! Amenazas y consejos que nos llegaban de pasadas generaciones. ¡Ay! Si nos vieran ahora.
En cuanto a las compresas hay tantos modelos que nunca sabes cual escoger: Normal, Super o Superplus, con alas o sin alas. Pero no nos engañemos, llevar una compresa es incómodo. Las alas se acaban despegando y te rozan las ingles, la has colocado demasiado arriba y los bordes te rozan los cachetillos, has manchado un poco la braguita y, lo que es peor, sientes que llevas un pañal mojado constantemente.
Los tampones también tienen su historia. La primera vez que los usas, casi gastas la caja de tanto probar y que no se quede bien colocado, y eso que te has leído las instrucciones fijándote bien en el dibujo. Me pongo de pie con una pierna en alto, tengo que coger el tubo con dos dedos y con la otra mano empujar el segundo tubo en dirección a la espalda… ¿hacia la espalda? Y ¿cómo lo llevo hacia la espalda si, tal y como estoy, iría hacia arriba? Quién escribiese esas indicaciones debía ser equilibrista. Eso sí, menos mal que los de ahora llevan el tubo de aplique, porque los de antes, de forma manual, vamos, igual que un supositorio.

Todas estás cosas nos pasan a las mujeres, ¿sigue siendo tan bonito? No hay cuentos de hadas, ni sé a que huelen las nubes ni sonrío por la calle cuando ni un ibuprofeno me quita el dolor de vientre. Lo que sí sé es que en esos días me armo de paciencia, me mentalizo que son unos días y, sin duda alguna, unos mimitos son el mejor remedio casero cuando estamos malas.

domingo, 4 de julio de 2010

Cuento: El Barco

Los hombres somos como navíos de carga buscando un puerto en el que dejar nuestra mercancía. Surcamos la bravura de los mares, los infinitos océanos, con la esperanza de llegar a algún lugar. “¡Tierra!” te grita tu pequeño duendecillo del inconsciente. Pero no le crees y necesitas verlo por ti mismo. Sales a cubierta, cielo despejado, sol de alegría, mar en calma. Gaviotas que revolotean cerca del mástil. Abres el catalejo y divisas tierra firme. Una sonrisa se aprecia en tu rostro, por fin un lugar de descanso, un lugar donde encontrar la tranquilidad perdida durante el largo viaje.

Nos acercamos poco a poco, para evitar encallar, buscamos un punto de amarre, atamos los cabos y saltamos pensando en el futuro que nos depara esta nueva tierra. Antes de hacer negocios, visitamos la ciudad. Nos gusta, parece que es próspera, llena de riquezas, bellos paisajes y de temperatura calida y pensamos que es el lugar perfecto. Al poco de llegar, vamos descargando nuestro barco. Descargamos la Curiosidad, la Esperanza y la Alegría. La Pasión y la Ilusión salen con ansias de conocer el nuevo mundo. Y el Amor, aunque algo tímido, se va animando a bajar la rampa. Detrás y a cada lado, para empujarle, va el Miedo y la Decisión, sus dos grandes aliados y consejeros. La Duda, la Tristeza y el Llanto, de momento, prefieren no salir, siempre caen mal, cada sitio por el que pasan se vuelve lúgubre y gris.

Y.. ¡aya vamos! A por una nueva aventura. Todo parece ir bien, pero, pasados unos días, algo sucede. Las nubes empiezan a tapar el sol. Se oyen truenos, comienza una ligera llovizna y el mar se agita. Nuestro velero, sufre las duras envestidas del oleaje y acaba rompiéndose en dos mitades. La Pasión y la Alegría se emborracharon con los vicios de la ciudad, la Ilusión se perdió por las praderas de margaritas, la Curiosidad, de tanto mirar por un precipicio, se cayó, la Esperanza fue corriendo a ayudarla pero el Miedo la empujó. La Decisión se pasó horas y horas buscando al Amor, para que remediara la situación. ¿Dónde estaba el Amor? El Amor, había salido corriendo para encontrar un refugio. Quiso meterse en el hueco de un árbol, donde habitaba una ardilla, pero era demasiado grande para un escondite tan pequeño. Se encontró un hormiguero, y las hormigas se enfadaron porque iba a romperles su hogar. Pasó delante de la puerta del lugar de los vicios y le chillaban “¿Eh? ¿A donde vas? ¡¡¡Aquí se pasan todos los males!!! jajaja… Ya te dijimos que lo bueno se acaba. Anda… ¡No te hagas de rogar!” El Amor salio huyendo dejando atrás las voces burlonas que le decían “No llegarás lejos, muchacho, ¡volverás aquí de rodillas! jajaja”.

Un pequeño duendecillo apareció inesperadamente y le dijo al Amor: “Corre a refugiarte al baúl donde viniste. Aquí ya no haces nada. Esta tierra ya no es para ti, está perdida. Todos los que venían contigo han sucumbido, has perdido todo. No hay nada que hacer. ¡Vete!” El Amor fue corriendo hacia el muelle, no estaba el barco, pero junto a la rampa de la que bajó, había un pequeño cofre de madera. Se acercó, y comprobó que desde su llegada hasta ese momento, se había ido haciendo más y más pequeño. Ahora si que podría esconderse porque el baúl era mas grande que él. Lo abrió y se metió dentro. Al moverse, se asustó porque no estaba solo. Ese era el lugar en el que viajaban la Duda, la Tristeza y el Llanto, “con nosotros estás a salvo”, le dijeron, y el Amor comenzó a llorar amargamente, triste por haber perdido todo cuanto traía y lleno de dudas de por qué había ocurrido todo sin explicación.

Alguien desde fuera golpeó el cofre, “sal, Amor, soy Decisión” No recibió contestación. “Amor, ¿no me digas que no me vas a hacer caso? Venga, deja de esconderte y sal aquí conmigo. ¡La tormenta ya ha pasado!”. El Amor, con lágrimas en los ojos le contestó: “No, Decisión, no voy a salir. Aquí nadie me quiere. He desperdiciado mi tiempo y cada cosa que venía conmigo ha desaparecido. Ya no tengo ilusión por descubrir, no tengo alegría para reír, no tengo curiosidad para investigar, no tengo pasión para amar, no me queda esperanza y hasta el miedo a lo nuevo me ha abandonado. He dado todo a esta tierra y así me lo han pagado. Todo ha sido un negocio, un simple intercambio de caprichos e hipocresías. He sido estúpido, me han apreciado por interés pero, una vez agotado, me relegan. Vine grande, con tantas cosas por dar y me voy pequeño y despojado de todo cuanto traía. No Decisión, prefiero quedarme con lo poco que me queda en este pobre cofre de madera.”

“Mira, Amor”, contesto Decisión, “es cierto que te has quedado vacío, despojado de tantas y tantas cosas buenas. Es cierto que la tormenta ha arrasado lo que parecía una tierra fértil, pero, ¿acaso no has disfrutado mientras ha durado tu estancia? Por unos breves instantes, has sido feliz, has conocido un nuevo lugar, has pasado nuevas aventuras y has dado todo cuanto podías dar. ¿Realmente crees que no ha merecido la pena?” “¡No, no ha merecido la pena!” Protestó el amor entre sollozos.

“Te confundes Amor-continuaba Decisión- Esto supone una nueva experiencia en tu largo caminar, una experiencia que te ayuda a aprender de los errores y te abre las puertas a un nuevo camino. El amanecer nos espera con huracanes y tempestades, querrán destruir nuestra barca y hundirnos en el mar de la amargura pero tenemos que seguir adelante, luchar por nosotros mismos y mantener el rumbo hacia mejores puertos. Darás con otras ciudades, grandes o pequeñas, unas te acogerán y te dejarán marchar, otras te rechazarán, en algunas permanecerás sólo una noche, en alguna podrás quedarte un mes o dos, pero llegara un día, en el que desde lejos, y antes de pisar tierra firme, sepas que el puerto que divisas es perfecto para tu velero. Amor, siempre he viajado a tu lado, he sido tu apoyo y consejero, sólo escúchame y piensa. Aquí tengo un bote, pero el cofre pesa mucho y no aguantaría. Despréndete de lo que te queda, ya no te servirá y su compañía no te hará ningún bien, sólo tendrás sufrimientos por lo que fue y lo que no pudo llegar a ser. ¿Prefieres quedarte encerrado, llorando y sin poder ver lo que te depara el nuevo camino, y morir triste y vacío? ¿O te animas a enfrentarte a una nueva etapa con ánimos renovados? El camino no será fácil, pero siempre será mejor que huir de nosotros mismos.” Decisión hizo una larga pausa y continuo: “Amor, hagas lo que hagas, estaré siempre a tu lado, soy tu fiel amigo y te apoyaré. La decisión es tuya”.

miércoles, 23 de junio de 2010

Un adiós

No me digas que te vas, no me digas que me dejas, ¿acaso no ves que aún me haces falta? Noto que te escapas, que vuelas y desapareces. Te siento cada vez más lejos ¿Qué he de hacer para retenerte?
Te agarro de la mano pero ya no me respondes, no me miras pero sé que aún me sientes. Sí, aún siento tu presencia y no puedo evitar recordar todos los buenos momentos vividos. ¿Te acuerdas de aquel viaje? Que bonito fue: aquellos paisajes, tantas cosas por ver, las largas caminatas… ¿Y cuando se nos estropeó el coche? Que mal lo pasamos pero después no parábamos de reír. Has llenado mi vida, has dejado en mí tantas cosas buenas que sería difícil describirlas una a una. Pero he de dejarte marchar, lo sé, pero me resisto a ello, no es fácil y más cuando aún te quiero.
Déjame besarte, sólo un último beso. No quiero que te vayas sin pensar que no te quiero. Que te llevas todo, que me dejas sin nada… al menos asegúrame que volverás a rescatarme del mar agitado que ante mí se asoma. Ahora sólo veo tormenta, nubes negras que me ciegan. A lo lejos diviso una pequeña barca, sólo una persona va en ella. Una figura encorvada, de manos arrugadas y ropas negras. No le veo el rostro pero sé cual es su destino. Se acerca cada vez más, algo que me asusta y me llena de tristeza, ya no hay vuelta atrás. El pequeño bote se sitúa junto a nosotros y el hombre nos mira. “¿Por que ahora?” le grito desesperadamente sin tener respuesta. Una penetrante mirada me paraliza, y de sus finos labios sale una voz profunda “No hay remedio, así está escrito”.
Tienes que irte, me duele ver que tu alma va subiendo despacio a las orillas del río. Cuando partas no mires atrás, prefiero pensar que comenzarás un nuevo camino donde la luz te guiará. Un mundo lleno de colores verdes, rojos y amarillos con mariposas que revolotean entre los arbustos y las flores. Piensa que desde allí, las cosas serán distintas, no hay sufrimientos ni penas, no hay lágrimas ni quejas, sólo sonrisas y cantos que te darán la bienvenida.
La barca ya se aleja. Ya le di el pago al oscuro barquero, se lleva mi gran tesoro, ese que me ha acompañado durante todos los años de mi vida. ¿Qué hago yo ahora?
Tu mano sigue entre las mías, ahora inerte, ahora fría. Reposas en la cama como si durmieras. Espero que desde allí puedas soñar y que tus sueños te lleven tan lejos como un ave que busca un nuevo nido. Vuela, vuela alto y siente que eres libre, que ves todo desde arriba como nadie podría hacer.
Sólo un favor te pido, que me cuides desde lo alto. Guía mis pasos hacia el mejor destino, igual que cuando estabas en vida, seguiré fielmente los consejos que me digas. Con los ojos cerrados podré saber que estás cerca, no tendré miedo porque sentiré que me coges de la mano y susurrándome al oído me dirás “no te preocupes, pase lo que pase, estaré a tu lado”
Caronte, lleva su alma a buen puerto, uno que sea grande donde pueda tener todos los caprichos. Háblale de lo que se encontrará y atenúa sus temores, enciende una llama y despeja tanta niebla, deja que vea otras almas conocidas que partieron antes que ella. Y cuando vengas a por mi acuérdate del lugar donde la dejaste, me dirás su nombré y allí me llevarás porque, aunque las distancias nos separen y pasen muchos años, el amor es lo único que no muere.

martes, 8 de junio de 2010

Las cosas tienen vida.

Ya he vuelto a perder los pendientes que me regalo mi novio por mi cumpleaños, y ahora… ¿qué le digo yo cuando vea que no me los pongo? Porque claro, si le digo que los he perdido me va a echar la típica charla: que si soy despistada, que hago las cosas sin pensar, que le costaron una pasta y que para eso no me regala nada, que tengo que ser más ordenada… y bla, bla, bla… Vale, reconozco que algo despistadilla si soy pero tampoco es para tanto. Y yo tengo orden en mi desorden, bueno, o eso quiero pensar porque sigo sin encontrar los dichosos pendientes.
Aunque, en realidad, no soy yo la culpable, ni siquiera el duende que todos decimos que tenemos en casa. Lo que pasa es que las cosas tienen vida propia pero no nos fijamos. Sé que suena descabellado pero es así, sólo que lo hacen tan bien que pensamos que somos nosotros los responsables o los demás.
Cuando se pierde algo siempre son los demás quienes han cogido las cosas. Es lógico ¿no? Si yo no he vuelto a usar las llaves de casa que había dejado en la mesa, y ya no están ahí, ha tenido que ser otro. Sin embargo, tu pareja, padre, madre o con quien compartas espacio vital, te responderá que no ha sido él, cosa que te enfurecerá y se puede llegar a producir pequeños conflictos por estas tonterías. Con el cabreo encima, me pongo a buscar y no encuentro nada. He mirado debajo de la cama, en los cajones, detrás del sofá, incluso he rebuscado por el armario. Pero nada, que no hay manera y luego aparecerá en el sitio más inesperado de la casa donde no se me había ocurrido mirar. Eso sí, para encontrar las cosas, mi madre. Es algo increíble, te lo encuentra todo ¿eh? Da igual que sea grande o pequeño, ropa o papel, tiene un don especial como buscadora. Yo creo que es un poder exclusivo que se adquiere por el mero echo de ser madre, no sé… todas las madres del mundo serían capaces de encontrar agujas en un pajar, así que, algo tiene que haber para explicarlo y, lo gracioso es que si no lo encuentran ese día, piden ayuda a San Cojonato. Y oye, es efectivo. ¿Valdría esa misma técnica para conseguir cosas de los hombres? Ummm... lo malo es que luego pueden quedar inservibles y casi es peor.
El lugar por excelencia en eso de desapariciones en el hogar es, sin lugar a dudas, la lavadora. No sé que hay dentro del tambor que los calcetines desaparecen un día si y otro también. Tal vez para ellos es una atracción de feria que gira y gira cada vez más rápido. En el centrifugado se lo deben de pasar de miedo, ¿gritarán como hacemos nosotros en una montaña rusa? O pueden que se hayan ido a comprar tabaco y no hayan vuelto. O que se encontraran por el camino a unos amigos y se fueran al bar y claro, se han liado tanto que no sabe el camino de vuelta. Lo malo de estas excursiones prolongadas, es que se van de uno en uno y abandonan a su pareja. Vaya, que si querían la separación que me consulten a mi primero ¿no? Con lo cómodo que es el divorcio express. Ahora me toca hacer parejas de hecho mixtas, los de rayas con los lisos, los blancos con los azules… que yo soy una persona de mente abierta, pero no puedo ir al trabajo con un calcetín de cada color. No sólo me verían mal y pensarían que me acerco a la locura, sino que me llamarían la atención, vía email por supuesto, pues la política de empresa es ir vestido correctamente: nada de vaqueros, nada de zapatillas y nada de calcetines mixtos.
Otro misterio sin resolver: el armario y la ropa. Ni Iker Jiménez en su programa radiofónico y televisivo podría dar respuesta a este enigma de la humanidad.
El armario tiene un sistema oculto que encoge la ropa. Si el verano pasado me valían las cosas, ¿por qué al siguiente no? Y esos vaqueros que tanto me gustaban y que me ponía a diario ¡ahora no me entran! A ver, los excesos han sido los habituales: Navidades, Semana Santa… pero no tanto como para no entrar en la ropa de la temporada pasada. Intento darle con la plancha, lo vuelvo a poner en remojo o me los pongo húmedos para que cojan mi forma... y sigue sin cerrar. Esa camiseta que me compre en la playa me queda tan ajustada que me hace dos tallas más de pecho (al menos en este caso el cambio es positivo) Vamos, que no me queda otro remedio que comprar género nuevo, a pesar de no tirar el viejo por la típica excusa de “por si adelgazo un poco”.
La vida en los armarios se nota porque la ropa se expande. Cuando cambio la ropa de temporada siempre tengo problemas de espacio. Donde tenía la ropa de invierno, no me cabe la ropa de verano y, se supone, que los jerseys son más gruesos y abultan más ¿no? Ese día pongo los pantalones con los pantalones, las faldas con las faldas y las camisas las coloco por tamaño o por color. Una semana después, todo está mezclado. Yo cuelgo las cosas bien, (como ya he dicho, culpa mía no es) y pasan unos días y vaya desbarajuste que está formado. En este caso, me parece que para las prendas mi armario es como el metro. Se suben, se sujetan a la barra y cuando llegan a su destino se sueltan y se bajan. Además, yo creo que hacen quedadas entre ellos y hacen pandillas. Los chándals se llevan fatal con las camisas de vestir pero adoran las camisetas, sobre todo las de manga corta. Las faldas largas tienen envidia y critican a las minifaldas (claro, van enseñando mucho… ¡Que vergüenza!) y los pantalones de traje intentan ligarse a los vestidos de fiesta. A este paso me montan un botellón.
El espacio es vital y las maletas son otra prueba de ello. A la vuelta, es imposible guardar las cosas tal cual estaban a la ida. Puedes colocarlo como quieras pero siempre hay algo que molesta para cerrar la bolsa. El resultado es que parece que vuelves con el doble de equipaje y los souvenirs que has comprado para regalar, como tazas o imanes para la nevera, tienes que llevarlos en la bolsa de mano. ¿Qué tengo que hacer para que quepa todo? He jugado al tetris de niña y si a la ida me sobraba espacio ¿Qué ha pasado ahora? Nunca podré entenderlo.
En esto del orden y desorden, hay un mundo más allá de nuestra imaginación…en los cajones. Sí, esos temidos cajones a los que odiamos enfrentarnos. Allí va a parar papeles y todas las cosas pequeñas que hay encima de la mesa. O el típico mueble de la entradita, con juegos de llaves de la casa de tus padres, la del trastero, la de repuesto del garaje y del coche también, la de la vecina, que te la da para que cuides las plantas y des de comer al gato mientras ella se va de vacaciones a Punta Cana. Y no pueden faltar los panfletos publicitarios de pizzas, comida china y otros tantos de comida rápida. Pero justo cuando vas a llamar, o bien las ofertas están caducadas o no los encuentras. “¿Dónde está el papel? Si yo lo dejé aquí”. Y buscas en la mesa del teléfono, miras dentro de la agenda y mueves los periódicos por si estuviera traspapelado entre medias. Y no hay rastro del papelito. Al final, decides volcar el cajón encima del sillón y poner un poco de orden: facturas de teléfono, tickets de compra del super y de resguardos de pagos con tarjeta. También aparece un cargador de móvil, ese que habías perdido pero que ya no te vale porque has cambiado de modelo… “¡anda! ¡Los pendientes que buscaba! ¿Qué hacen aquí?”
No sé si los objetos tendrán poderes telequinésicos pero lo que si es cierto es que se mueven. El cómo y por qué hay que seguir investigándolo. Yo, de momento, creo que están vivos.

lunes, 31 de mayo de 2010

Y si hubiera....

Cuántas veces nos habremos hecho esta pregunta. No sé si muchas, pero unas cuantas sí, porque nunca podremos saber si la decisión que descartamos en aquel momento era la correcta.
Miro hacia atrás y… ¿qué hubiese pasado si hubiera aceptado salir con Alberto cuando teníamos 17 años? Pues, seguramente, a los 21 ya estaría casada y con dos críos y a los 25 ya tendría otros dos más. ¿Por qué? Porque su familia era muy numerosa y todos los hijos tenían que respetar la tradición, supongo que para mantener el apellido. Su hermano mayor, que por aquel entonces tenía casi los 30 años, tenía tres churumbeles a cual más travieso y su hermana de 25 iba a poner el primero. En fin… cada familia es un mundo ¿no?
También me planteo qué hubiera pasado si hubiese estudiado medicina. Pues tendría una casa más grande, conduciría un Mercedes y en el trabajo no me estresaría, pasaría consulta de 4 a 7 de la tarde y a todos mis pacientes les mandaría el gran remedio…ibuprofeno… y mucha agua, por supuesto. Eso sí, seguramente las ojeras por las guardias ya serían permanentes y tendría que hacer los peores turnos. Pero como ventaja… conocería íntimamente a todos los médicos y compañeros de practicas, que ya se sabe que pasar muchas horas en el mismo lugar, compartiendo noches enteras… Vamos, que me imagino jugando al escondite a oscuras en el almacén con el jefe de planta de cardiología. ¡En la hora que estudié periodismo! Que era una carrera donde predominábamos las féminas.
¿Qué hubiese pasado si hubiese hecho las paces con mi amiga Alicia? Pues, probablemente, volvería a acostarse con mi actual novio, como ya hizo en su día y que fue el motivo de nuestra ruptura y, por supuesto, de la de mi ex. Y era la que decía que era mi mejor amiga ¡pero que cínica! Claro, conmigo tenía un 2x1, dos escarceos a la semana por una idiota que no se enteraba.
Otra fuente de duda se centra en el ambiente familiar.
Y si el año pasado me hubiera acordado del cumpleaños de mi suegra... ¿ahora le caería mejor? Y eso que luego le regalamos un fin de semana en un spa de lujo, idea mía, por supuesto, pero que ella le reconoció todo el merito a su hijo y para mí un simple gracias. Y si me tiñera el pelo ¿me vería con mejores ojos? Ufff… difícil respuesta, seguramente nunca sería lo suficientemente buena para su niño (porque a pesar de la edad de mi novio, para ella sigue siendo su “niño”). Es la continua lucha que tenemos las nueras para agradar a las suegras. Intentas poner buena cara aunque te reviente por dentro, procuras no saltar cuando critica tu manera de mantener la casa o de cuidar a los niños (si es que los tienes) pero lo que más molesta siempre es el gran aprecio que tenía por las anteriores parejas de mi chico. “¡Ay! Juan, ¿sabes a quien me encontré el viernes en la pescadería?” Lógicamente, estoy yo delante… “pues a la madre de ¡Sofia!”. Dice el nombre con un entusiasmo que casi le saltan las lágrimas de la emoción y después me mira y me suelta el jarro de agua fría “el gran amor de su vida… era ¡máaaaassss guapa! ¡Y qué inteligente! Ahora es abogada y está en uno de los mejores bufetes de España” (todo esto con un tono de retintín) Y para rematar la faena, le dice a su hijo “de verdad, hijo, no sé como pudiste dejar a esa preciosidad… ¡hacíais muy buena pareja!”. Dicho esto, a ti se te sube la bilirrubina de Juan Luis Guerra, la tensión… por las nubes… vamos, que revientas el aparato si te la tomasen ahora mismo y la mala leche se te va acumulando por momentos, pareciendo un volcán que quiere estallar y no puede. Así que, le sueltas la mano a Juan, le miras con cara de “hoy ya sabes donde vas a dormir” y te inventas cualquier excusa para escapar de allí.
Pero no sólo nos centramos en cuestiones personales ¿eh? Las cuestiones existencialistas también afectan a cómo hubiera sido el mundo si fuese de otra manera.
Por ejemplo, que Adán y Eva no hubiesen comido la Manzana del Árbol Prohibido.
Eva va a ver a Adan con la manzana en la mano y le incita a comer, pero Adán está tan ensimismado viendo correr a una manada de once cervatillos, que no le presta atención. - Adán, Adaaaan….. ¡ADAN!
- ¿Qué quieres Eva? No ves que esto está muy interesante…
- Son sólo cervatillos… ¿Qué tiene de interesante?
- No sabes apreciar las cosas buenas de la vida… se han ido a tomar un poco de agua.. ¿Qué me decías?
- Mira por que no probamos un poco de la manzana? Seguro que esta muy buena
- ¿Y para eso me molestas? Anda, Eva... déjame tranquilo que estoy muy a gusto viendo correr a los animales y ver crecer las plantas (a falta de fútbol de verdad habría que buscarse otra actividad de no hacer nada)
- Adán, siempre estás igual…¡es que no me haces nada de caso!
- Eva, no sé que te pasa últimamente que esta un poco alterada… voy a hablar con el Todo Poderoso y que me devuelva mi costilla ¿eh?
Y Eva se da la vuelta enfadada, tira la manzana al suelo y se la come uno de los cervatillos y se convierte en un enorme y espectacular ciervo. Eva era la incomprendida de su tiempo…
Pero lo que es más… ¿Qué hubiera pasado si en lugar de ser una serpiente la que ofreciese el fruto prohibido, fuese un hada? Eva va tan tranquila por el Paraíso y encuentra a una preciosa hada que le incita a comer del árbol. Eva directamente pensaría “¡Uy! Esta harpía me está engañando… que sé de buena tienta que es una mentirosa. Y mira la ropa que lleva como si ella fuese mejor que yo que voy desnuda, lo que pasa es que soy menos pudorosa… ¡Qué poco me gusta! En la hora que he venido a pasear… si me hubiera quedado en casa no me pasaría esto...” pero pone su mejor sonrisa y le dice a la preciosa hada que Adán la está esperando y que le tiene que hacer la cena y que no le puede hacer esperar al pobre que está tan atareado… con los ciervos… ya sabes.. cosas de hombres…
¿Y si fuera un mounstro con cuerpo de león, cabeza de jabalí, patas de araña y alas de abeja? Pues que Eva estaría temblando de miedo mientras el bicho raro quiere ganarse su confianza. Eva, con el entrecejo fruncido de asco y temor pensaría “ains... que asquito… que se le cae la baba por esos colmillos amarillentos… ¿y que hago yo ahora? Pero como me voy a fiar de él si esté lo que quiere es comerme a mí…” Y mientras va andando hacia atrás, protegiéndose con los matorrales que se encuentra a su paso, la pobre Eva le diría que no tiene hambre y que la está esperando su hombretón que está de caza por la zona.
Vamos, que ninguna de estás dos versiones es creíble. Pero si no hubiesen comido de la manzana, hubiéramos vivido en un mundo de paz y amor, sin necesidad de cubrir nuestros cuerpos, sin tener que trabajar de lunes a viernes de 8 a 6. Nosotras no tendríamos el periodo todos los meses (porque en el Paraíso no puede haber dolor…), ellos estarían preocupados de su “aparato” (¡ah! Pero si ya lo están…) y tendríamos mucho tiempo libre para cuidarnos, lo que conllevaría que nuestra salud sería estupenda y no habría enfermedades. ¡Vaya! El capricho de los primeros humanos nos ha salido caro. Eso sí, hay que reconocer que la historia es machista porque ¿Y si hubiera sido Adán el que incitaba a comer a Eva? Pues sería la excusa perfecta para que Eva siempre le reprochase a Adán “¿Ves? Si ya te lo decía yo... que esa serpiente no iba a traer nada bueno. Y tu “¡pero si es muy maja! ¡Mira que simpática que nos da la comida!” ¡Hale! Pues mira que maja que nos han desterrado… y todo por tu culpa. Sí, no me mires así, porque tengo razón. Claro, como tú eres el hombre de la casa y el que toma las decisiones… en la hora que hice caso al Señor y le dije que iba a hacerle creer que él era el más inteligente de los dos por el bien del equilibrio terrenal…”
En fin… que todos estos dilemas acaban siempre en el mismo sitio, en NADA y son más pérdida de tiempo que otra cosa. Aunque hubiésemos actuado de otra manera, siempre nos plantearíamos porque no hicimos lo contrario o que hubiese sido de nosotros si hubiésemos elegido el otro camino. Lo hecho, hecho está… centrémonos en el presente y miremos hacia el futuro.

jueves, 6 de mayo de 2010

Y sin embargo...

Los hombres sólo dan problemas. Sí, es cierto, también nos dan placeres o nos miman pero muchas veces nos dan más quebraderos de cabeza que lo que consiguen con sus buenas acciones.
El primer problema es que son incapaces de entender las indirectas. No captan los juegos de palabras, los dobles sentidos en cuestiones sentimentales o incluso las ironías. Cuando decimos frases como “hace mucho que no vamos al cine…”, “que olvidada me tienes…” o “… claro, como ya no me llamas ni me dices cosas bonitas”… queremos haceros entender de una forma sutil que nos estáis ignorando. Esta claro que sería más fácil coger el toro por los cuerpos y soltar algo parecido a “veo que te importo bastante poco ¿no?”, “¿Quedamos o tengo que esperar a que te decidas?”. Sin embargo, en este último caso al final los hombres nos tachan de descaradas o bordes, y como estás entrando en un terreno más personal, se sienten tan amenazados que su único recurso es huir del enfrentamiento. Una huida que puede ser mediante el Cabreo Silencioso, que se pasen horas sin decir ninguna palabra y haciéndote sentir culpable (cosa que a nosotras nos desquicia mucho más) o a través de la huida literal, vamos, que no le vuelves a ver ni en pintura. Así que, para evitar estas situaciones queremos ser más comedidas y le damos un toque un poco más desenfadado, pero no funciona. Con lo cual, no sabes si se hacen los tontos o realmente lo son.
Los hombres también flaquean en las emociones. ¿Son humanos? Todo parece indicar que sí y cuando están con sus amigos saben expresarse muy bien emocionalmente. Viendo el fútbol utilizan una amplia variedad de gestos, expresiones faciales y formas de manifestar su estado en ese momento o haciendo deporte pueden intercambiar consejos sin que ello les suponga un dilema. Son capaces de hablar de sus intimidades con sus mejores amigos, incluso confesarles que esa chica que ha conocido recientemente por un chat le vuelve loquito. Pero con nosotras… ¡Ay, con nosotras…! Para ellos debemos ser brujas malvadas, seres malignos que les comerán las entrañas y se apoderarán de sus mentes si descubren lo que sienten. Salvo escasas excepciones que se cuentan con los dedos de una mano… se ponen un muro enorme para impedir que les conozcas más personalmente. A ver… que nosotras también hemos tenido malos momentos ¿eh?, vamos, como todo el mundo en esta vida, y no por ello nos dejamos arrastrar por el miedo a sentir nuevas e inesperadas emociones. Porque las féminas podemos sentir con gran intensidad una simple caricia, un beso, una indiferencia… hasta podemos llegar a vivir los orgasmos tan intensos que se nos salten las lágrimas de la emoción. No es tan difícil decir un “te hecho de menos” o un “te quiero” cuando la situación se vuelve muy íntima, no nos vale con un simple abrazo, necesitamos que, de vez en cuando, se digan esas cosas para sentirnos bien y completas. Justo es esa palabra la que falta mientras te acurrucas entre sus brazos después de una noche apasionada. Por eso, a nosotras nos cuesta una barbaridad comprender las cosas que hacen o dicen, porque desconocemos el grado emocional que hay detrás y nos hace pensar cosas que no son, nos agobiamos y damos importancia a cosas que realmente no la tienen.
De lo dicho, surge otra de las dificultades más comunes con los hombretones: La incertidumbre. Ese no saber a qué atenerse, estar con la continua duda de si le importas o para él eres un cero a la izquierda. Porque su dificultad para ser sinceros contigo con lo que sienten hacia ti se junta el hecho de que te desconciertan. Un día te trata como una reina y al otro ni te pregunta como ha ido ese examen que tenías. De buenas a primeras te llama para quedar un domingo por la tarde y a las pocas semanas acabas siendo tú la que insiste en quedar… bueno, eso si tienes suerte de que te haga un hueco en su apretada agenda, claro. Aquí volvemos a plantearnos si tenemos que hacernos las duras o si nos mostramos tal como somos, incluyendo el abrir nuestro corazoncito.
En teoría, el hombre siempre ha sido el que luchaba. En las sociedades primitivas, era el que iba a cazar. Los chavales (y algún adulto también) resuelven sus diferencias con unos cuantos puñetazos a la salida del instituto o con el intercambio de insultos a cual más hiriente. Pero en el amor… ¡JA! En el amor se cansan rápido y dejan de luchar. Total, para que luchar por algo que ya han conseguido ¿no? Si saben que te tienen en su mano, se relajan y prestan menos atención que antes. Dejan de llamar, dejan de proponer cosas o de sorprenderte. Ya no te mandan un mensaje de buenos días mientras vas al trabajo ni te llaman preciosa por que sí. Dan por sentado que ya han hecho su trabajo y cada vez son menos las ocasiones en las que intenta hacer algo para alegrarte el día. Chicos, queremos (y necesitamos) que nos demostréis que os importamos… ¡Nos conformamos con un mínimo detalle! No hace falta una gran cena con velas ni regalarnos un fin de semana en París (bueno, con eso ya la emoción es enorme…) pero un simple paseo por un parque, un café inesperado o un “guapetona” no sólo nos alegran el día, sino que nos hacen las mujeres más felices de la tierra, aunque sea por unos minutos, pero lo disfrutamos como lo más maravilloso que nos haya podido pasar.
Y claro, si ellos no ponen la sal, no nos queda más remedio que encargarnos de esa tarea y aderezar con un poquito de alegría, una pizca de misterio, una cucharada de emoción y un buen plato de pasión. Pero de todo se cansa uno y tirar siempre del carro por los dos al final pasa factura. Pequeños reproches o cosas que se quedan por decir que van formando brechas hasta que el cúmulo de cosas es tan fuerte que el volcán entra en erupción y arrasa con todo lo bonito que había en el camino. Incluso empieza a formarse la idea de tirar la toalla o si realmente merece la pena luchar y darlo todo por esa persona que ni se inmuta.
Y sin embargo… y a pesar de todo… les queremos, les buscamos y les necesitamos. Podemos estar mucho tiempo sin sentir algo por alguien y estar a gusto con nosotras mismas, podemos hacer nuestra vida normal sin pensar en tener un hombre continuamente a nuestro lado, podemos preferir disfrutar de la vida y de los placeres sin dejarnos llevar por los sentimientos… Pero llega un momento en el que algo falta, hay un pequeño vacío y… justo en ese instante… aparece ese caballero que te quita el hipo. Y, hombres de todo el mundo, por más que queramos criticaros, por más que intentemos alejarnos de vosotros por vuestras meteduras de pata o por vuestra forma de ignorarnos, siempre buscaremos la oportunidad para encontraros. Porque hombres y mujeres somos como relojes que necesitan de distintas tuercas y en algún momento encontraremos esa pieza que encaja con nosotras, formando un engranaje perfecto y delicado. ¿Cuándo será? Y sin embargo… te espero.

sábado, 24 de abril de 2010

Sintiéndote Cerca *(Relato Erótico)*

Llego a casa y lo primero que hago es encender el ordenador. Miles de cosas pendientes por hacer y trabajo que concluir, falta de tiempo, estrés… Carpetas esparcidas por la mesa, el suelo… creo que no lo podré terminar y me angustia.
Siento que la puerta se abre, eres tú asomando la cabeza. Sabes que hoy no es mi día, que estoy mal, que poco me falta para cabrearme por todo. Te acercas sigilosamente para darme ánimos. Pones tus manos sobre mis hombros y me empiezas a dar un suave masaje al notarme tensa. Me encanta que me des masajes, me encanta sentirte en estos momentos que se me hacen cuesta arriba, pero te digo que no puedo entretenerme, que hoy será una noche larga… pero no paras. Envuelves mi cuello con tus dedos, lo mueves a tu antojo, lo acaricias, lo amasas… Subes por los lóbulos de las orejas y te paras en mi sien, rodeando después mi cabeza… te enredas en mi pelo, juegas con él. Tus manos me relajan, me hacen sentir fuera de este mundo de tensiones y me acercas a un lugar de descanso, sin ruidos, sin nada… sólo yo y lo que siento, te siento a ti.
Mientras tus manos me miman, posas tus labios en mi nuca. Noto tu aliento, tus labios húmedos que ascienden por mi mejilla y te apoderas de mis labios. Con mi cabeza hacia atrás y entre tus manos, me dejo hacer… necesito que pares, quiero hablarte pero no me dejas, pones un dedo en mis labios en señal de silencio, no quieres que piense, no te detienes. Dibujas la silueta de mi boca, mirándome fijamente a los ojos como si fuera la primera vez que me ves. Acaricias mi labio inferior, lo deslizas hacia abajo, acercas tu dedo a mis dientes… sabes que voy a morderlo suavemente y sé que lo estás deseando. Estas jugando conmigo, me engañaste, pensé que me ibas a relajar y me estás adentrando a una tensión más intensa, más calurosa, más placentera. Te pones frente a mí, desabrochas los botones de mi camisa lentamente mientras te miro de manera inquisidora. Quiero pararte, decirte que ahora no, pero no puedo hablar, tus manos cada vez me cortan las palabras y me aceleran la respiración. Pero, no… no te detengas… has despertado a esa felina de ojos de mar.
Te inclinas y me besas. Tus dedos quieren hacerse hueco entre los bordes de mi sujetador. Un aventurero sondea el terreno, lo palpa, lo acaricia y llama a los otros que van adentrándose hábilmente en tan pequeño obstáculo. Entre todos consiguen retirarlo y tu boca, que desciende por mi garganta, se apodera de uno de mis cuarteles generales. Contengo la respiración, mis latidos se aceleran a cada movimiento que haces… No me da tiempo a pensar, sólo sé que me tienes en tu poder, que estoy cayendo al abismo de tus fantasías y me gusta.
Derepente, algo me sobresalta. Sutilmente, tus valerosos solados han pasado la frontera de mi falda. Se deslizan agazapados para penetrar en mi puesto de mando, allí donde se encuentra el más grande de los poderes. Tus labios se vuelven a posar en los míos, va subiendo el ardor de tus besos, hemos dejado atrás la ternura para dejar paso al deseo. Suspiramos, sonreímos… pero no hablamos, sólo nos escuchamos. Quiero escapar de tus garras y tomar el mando, pero hoy no, hoy me tienes acorralada y me miras en un reto que sabes que no puedo ganar.
Te arrodillas y vas subiendo mi falda negra por mis muslos, aún dorados por el sol del verano que ya se fue. Me muerdo los labios, sé a donde vas a parar y sé que será ya no tengo salida. Sentada en una silla de despacho, con el portátil en la mesa y papeles por el suelo, me siento como una alta ejecutiva que está siendo seducida por uno de sus subordinados. Es como una atracción fatal, sé que es la perdición pero no soy capaz de frenarlo, algo hay que me lo impide, porque quiero que siga, quiero que vaya mas allá, que pase al mundo de lo prohibido. Lo deseo, lo quiero, lo anhelo…
Bordeas mis muslos con tus manos, sólo un sutil movimiento ha sido necesario para deslizar un pequeño trozo de tela por mis piernas, adueñándote de ellas subiéndolas a tus hombros.
Me resbalo en tu dirección y apoyo mi cabeza en el respaldo, no quiero mirar, no quiero verlo, prefiero dejarme llevar por los sentidos. Rozas con las yemas de los dedos la parte interna de mis muslos, un roce tan leve y tan sutil que haces que toda mi piel se erice. Pasas la punta de tu lengua tan cerca de las ingles que no puedo evitar encoger mi cuerpo. Quieres hacerme esperar, quieres que te lo reclame… Me separas más las piernas, ahora ya no puedo escapar de ti, estoy totalmente rendida, sin fuerzas para poder luchar ante tanta pasión. Te acercas, ya noto tu aliento… queda poco para la acometida, la punta de tu afilada daga me busca. Nada más sentirla, ceso de respirar. Mis labios han cortado el principio de un suspiro, mis ojos más cerrados, mi vientre se contrae en un acto reflejo… es como si el tiempo se parase, quiero retener ese momento. Quedarme con todas las sensaciones que me ocurren, quisiera poder descifrar cada cosa que siento pero es imposible, son tantas que no puedo detenerlas. Sigues, te noto, te siento… cada vez más abajo, cada vez más arriba, cada vez más dentro. Se me escapa un pequeño sonido, un gemido, una señal del comienzo de un camino lleno de placeres.
El corazón me late fuertemente, noto la sangre correr por mis venas… Me alteras, me enciendes. Siento el calor de tus labios, cada vez más húmedos, que vienen y van como una barca surcando un mar embravecido. Tiemblo, me tenso, un rayo recorre mi cuerpo de la cabeza a los pies. Me aferro a los brazos de la silla, arqueo mi espalda… caigo a un vacío celestial. Te detienes… me miras con una mezcla de dulzura y de deseo. No me movería, quisiera disfrutar de este momento tan fugaz.
Eres tu quien me levantas y me envuelves en tus brazos. Me pego a tu cuerpo, noto tu calor y tu fuerza, tu caballo pura sangre quiere salir, está desbocado… Me sostienes en vilo y me aferro a ti con mis piernas mientras me llevas a una pared. Aprovecho a ponerte nervioso… paso mi lengua por tu cuello, beso tus lóbulos y busco tu boca. Empezamos un baile desenfrenado, pegados fuertemente como si fuéramos uno. Siento tu respiración entre cortada, suaves gemidos que se pierden entre besos y caricias. Siento como si una espada penetrase en mi interior, hundiéndose cada vez más en mis entrañas, grande, fuerte, afilada… Ya no me quedan fuerzas, me estoy deshaciendo... voy a desfallecer en tus brazos, quiero rendirme a ti.
Recorro tu espalda con mis manos y clavo mis uñas en tus hombros, mi ultimo suspiro, mi ultimo aliento… no te detienes, somos uno… te tensas, detienes todo movimiento. Me aprietas fuertemente y caes rendido en mis pechos. Silencio, no hay nada, no queda nada… sólo estamos tú y yo… únicos… uno.