miércoles, 13 de marzo de 2013

La convivencia, casi un milagro

Qué difícil es la convivencia ¿verdad? Cuando vives en familia ya estás acostumbrado pero cuando te independizas... adaptarte a las rutinas y manías de los demás cuesta y cuesta muchísimo. Quien no ha tenido ese compañero de piso que no friega los platos o deja todo el baño encharcado de agua cuando se ducha o, lo que es peor, no repone el papel higiénico cuando se acaba... y eso sí que molesta, más aún cuando necesitas usarlo y ves que no hay ni tampoco hay ningún rollo a mano... vamos, que estás acordándote de él y no precisamente para bien.
 
También están los amigos que por circunstancias se ven necesitados de un alma caritativa que les dé cobijo durante un tiempo que, en principio, no va a ser largo. Pero de los dos días que te dice tu amigo que iba a estar, pasa a dos semanas y ya se acerca a un mes. A ver, que está muy bien que seamos amigos y que te ofrezca mi casa de forma temporal pero ¿tengo cara de Hermanita de la Caridad? Porque hay unos gastos de luz, agua, gas, internet, comida, alquiler (o hipoteca) y claro, no es lo mismo que viva uno a que vivan dos ¿no? Pero claro, no quieres romper la amistad, te da corte decírselo y te callas.
 
 
Convivencia y animales también garantizan ciertas tiranteces o, al menos, la adaptación es un poco más compleja. Si tu eres el dueño del animal, le tienes una adoración inmensa y es como uno más en la familia. Tiene su sitio, su rutina, su horario de comidas y si viene alguien a vivir de nuevas tiene que adaptarse si o si y no te planteas los inconvenientes porque o lo acepta o se va. Claro, cuando no eres el dueño del animal no te queda más remedio que aguantar ladridos o maullidos incluso de madrugada, pelos en la ropa y en el sofá, canturreos del pajarito... y al final te toca colaborar también en sacarles a paseo o ponerles de comer.
 
Las vacaciones también generan un cierto dilema cuando vas con amigos, no es que rompas una relación de amistad por lo que pueda ocurrir pero digamos que se quitan las ganas de volver a repetir viaje si se producen pequeñas incompatibilidades. Están los que sacan todo de la maleta y lo ordenan en los armarios de la habitación del hotel o apartamento y los que lo dejan todo en la maleta o esparcen la ropa por las sillas y la cama. Unos necesitan dormir con las puertas y otros prefieren todo a oscuras, unos tienen el sueño muy ligero y otros tardan tanto en dormirse que no paran de levantarse. Los hay que roncan, que madrugan, que trasnochan, que se escaquean, calurosos, frioleros... hay miles de posibilidades y siempre surge algo pero también es posible encontrar a alguien con el que da gusto viajar. Si lo encuentras, ¡aprovecha! porque es muy raro.
 
Pero el verdadero misterio de la convivencia reside, ni más ni menos, en lo más profundo e íntimo de nuestras vidas: tu pareja. Sí, vivir con tu novio es complicado, muy complicado diría yo, vamos, tendría que existir un curso de "Buenas maneras en la convivencia en pareja: la mejor forma de llevarse bien y no acabar discutiendo en el hogar" y si apruebas con nota es casi un milagro. El noviazgo es precioso hasta que decidís vivir juntos, porque no es lo mismo pasar unas vacaciones o incluso un fin de semana en la casa de cualquiera de los dos que pasar un día sí y otro también. Tres temas, que dan para hablar mucho, son los que generan más polémica: las cosas del hogar, el uso y prioridad del baño y el espacio en los armarios.
 
Que levante la mano a quien le gusta planchar, ¿y cocinar? ¿y barrer? ¿y hacer los baños? ¿Alguien que le guste limpiar los cristales, lavar y colgar cortinas, barrer o quitar el polvo? ¿Nadie? ¿Ningún voluntario? Pues justo esto es lo que sucede en la convivencia, que a ninguno le hace gracia hacerlo pero no queda más remedio y toca repartirse las tareas. Bueno, eso se supone que es lo ideal pero algunos suelen tener ciertas preferencias o rechazos por unas u otras tareas del hogar y lo más normal es que se hagan pactos:"Tu cocinas y yo plancho" o "Esta semana lo hago yo y a la próxima te toca a ti". Estos pactos tienen que establecerse antes de iniciar la vida en común aunque suele ser normal que se rompan de vez en cuando y haya que volver a hablar sobre el tema.
 
El baño da mucha guerra, esta vez por su uso. ¿Quién entra primero? Tener dos baños es fabuloso pero no siempre se puede y hay que adaptarse a lo que se tiene pero no siempre es fácil compartirlo. Tú necesitas un tiempo extra para secarte el pelo, darte tus cremas y maquillarte pero él te mete prisa porque necesita urgentemente el entrar antes de que su organismo decida que no aguanta más. Cuando te toca esperar, te pones de los nervios porque ves que vas a llegar tarde y te alteras mucho más si tu novio es de los que dejan todo destartalado, el bote de gel abierto, la pasta de dientes sin tapar, el suelo mojado, la ducha con pelos... Mejor que no sea así o que se acostumbre a dejarlo bien antes de que entres porque eso te va a costar más de un disgusto y desesperación. Eso sí, hay que decir que en ciertos momentos es posible usar el baño juntos, en concreto la bañera llena de agua caliente, velas olorosas, sales de baño y de fondo una música relajante y tu chico dispuesto a enjabonarte con entusiasmo y dedicación. Sí, creo que está parte de la convivencia me empieza a interesar...
 
Las mujeres tenemos mucha ropa, muchos zapatos, muchos bolsos y mucho de todo. Estás cosas no entran en un único armario y nos esparcimos tanto que invadimos cada espacio de la casa y dejamos al otro con lo mínimo posible para poder colocar las suyas. Si no tienes más remedio que compartir armario, se produce una lucha constante por las perchas, las baldas, los cajones y, sobretodo, porque metes tanta ropa que a él le resulta casi imposible sacar la suya y cuando se va a poner la camisa para la reunión con el jefe, se encuentra que está arrugada y no precisamente porque no se haya planchado, no, es que estaba aprisionada entre tus pantalones, faldas y vestidos.
 
Una última cuestión que también es causa de pequeñas disputas, o al menos ciertas tiranteces: ir a la compra. Parecerá una tontería pero aquí se demuestra el verdadero equilibrio de la persona: el poder de la lógica y la razón o el del consumo irracional. Es decir, se genera la pelea de comprar las cosas imprescindibles o decantarse por los caprichos. Nosotras buscamos lo básico (carne, leche, verduras...) mientras que ellos se detienen en el stand de las cervezas, patatas fritas y congelados. Nosotras somos más de marcas concretas en los productos, ellos no tienen preferencia y si hay un producto igual por menor precio ese es el que compran.
 
Padres, abuelos, tíos, amigos, novios, compañeros de piso... vivas con quien vivas, en la convivencia siempre surgen pequeños roces que poco a poco se van limando. Todos tenemos nuestras manías y no siempre es fácil adaptarlas a las de otros, para eso la única solución es que practiquemos más la tolerancia, aprendamos la empatía y sobretodo, kilos y kilos de paciencia, esa que tendremos con los otros y que ellos tendrán con nosotros.