jueves, 26 de agosto de 2010

Dominando el espacio

Tengo un amigo que está agobiado a causa de su novia. Bueno, ya lleva una temporada diciéndonos que su chica no le deja ni a sol ni a sombra. Al principio insistió en que conociera a sus amigas y luego conocernos a nosotros, los amigos de toda la vida. Después, ella quería estar más tiempo con él, con lo cual dejaba de quedar tan a menudo con nosotros para poder ir al cine o a cenar con su novia. Eso es normal, cierto, pero cada vez la chica le pedía que hiciesen más cosas juntos: jugar al tenis, ir a clases de bailes de salón, correr juntos… incluso se apuntaron a un curso de esgrima, pero sólo duraron unos meses. Cuando Dani se saturaba, nos llamaba para contarnos que se sentía encadenado. Decía que estaba perdiendo su independencia.

La gota que colmó el vaso fue la invasión de su espacio vital, su casa. Dicen que si tu pareja deja su cepillo de dientes en tu casa, estás perdido… pues no. Cuando vayas al cajón y veas que en lugar de calzoncillos hay braguitas y tangas y que tu lencería ha pasado a formar parte del segundo cajón, junto con los calcetines, échate a temblar. Abre el armario, si te encuentras una falda y un vestido para estar por casa y que tus pantalones están un poco desplazados hacia laderecha, respira hondo y cuenta hasta 100. Y por último, ve al baño. Si tu crema de afeitar, colonia y desodorante están en una banda superior y la inferior está invadida de cremas de día, de noche, contorno de ojos, un estuche de pinturas, perfume de mujer, así como otros elementos del cuidado femenino… entonces sí que estás perdido.

La verdad es que todas estas cosas las hacemos inconscientemente sin pararnos a pensar que puede ser incómodo para la otra persona. ¿Qué se nos pasa por la cabeza cuando decidimos dejarnos algo de ropa en su casa? Pues muy sencillo, comodidad. Si vas a dormir un fin de semana sí y otro también en su casa, es un engorro estar con una bolsa de aquí para allá con ropa para cambiarte y las cosas de aseo, así que, decides dejar unas braguitas y las cremas que están más usadas y te compras unas nuevas para la tuya. La elección de donde colocarlo tiene que ver con la accesibilidad. Será más fácil que un hombre llegue a las baldas más altas ¿no?

Pero todo esto, se va haciendo tan lentamente que el pobre muchacho no se da cuenta de lo que ocurre hasta que ya es demasiado tarde. Siente que le ha robado parte de su vida sin consultarle, como si le hubieran quitado una parte de su intimidad porque una cosa es tener visitas esporádicas y otra muy distinta instalarse como algo permanente. Vamos, es como el que llega para quedarse unos días, y pasan las semanas y sigue sin marcharse.

Sea como sea, el caso es que una vez que hemos entrado en su espacio las brechas se abren. Empiezan a darle vuelas a la cabeza y cuanto más piensan más agobiados se encuentran. Ven como la puerta de la libertad se cierra lentamente ante ellos y no saben cómo pararla. Probablemente nos vean como policías husmeando cada rincón: se acabaron las cervezas con los amigos viendo el partido, eso de pasearse desnudo por la casa dejará de ser lo habitual, nada de fiestas y, mucho menos, traer a desconocidas. “Es mi casa y yo decido” se dicen a ellos mismos en el momento de mayor cabreo sin embargo, a la hora de la verdad, se les hace complicado explicarlo sin que resulte ofensivo.

Y nosotras, mientras tanto, al margen de todo este batiburrillo de pensamientos, haciendo planes para los días siguientes con un entusiasmo que ni los niños pequeños con zapatos nuevos. Y lo que es peor, que no nos percatamos de que invadiendo su vida ¡¡hundimos todo el barco!! Como ya he dicho, es algo que sale por sí solo, de forma tan natural que no pensamos que sea un error. Lo que no entienden es que lo hacemos para estar con ellos. Igual que el dicho “si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”, para introducirnos en sus vidas y conocerlos más a fondo nos adentramos en sus moradas puesto que ellos suelen ser reacios a hablar de sí mismos y de lo que piensan. Porque, aunque no lo parezca, una casa dice mucho de alguien: una habitación ordenada, un baño descuidado o una cocina con plantas y adornos. Incluso los muebles y la decoración pueden darnos pequeñas pistas de los dueños del lugar. Y justo eso es lo que temen.

En sus mentes la bola se va haciendo más y más grande. Imaginan que si ya nos hemos apoderado de la habitación y el baño, lo siguiente será la cocina. La compra será para dos y quedarán fuera de la dieta congelados, pizzas, perritos, hamburguesas y otros caprichitos que le alegraban la tarde de los sábados y domingos. La nevera también quedará trasformada. Suelen meter las cosas tal como las sacan de la bolsa, formándose una montaña de alimentos en la que sólo ellos encuentran lo que buscan. Nosotras, en cambio, buscamos la colocación idónea para los yogures y otra para el queso y la fruta.

Ya sólo les queda el salón. Chicos, si el mando no está en vuestro sitio no tenéis escapatoria. Es más, si en el sillón de una plaza, ese que heredaste de la casa del pueblo de tus padres porque era comodísimo, ves una mantita doblada en uno de los brazos y un cojín, que antes no estaba, apoyado en el respaldo la invasión es casi completa. Bueno, si al menos tiene los mismos gustos no habrá mucho problema, pero si es de las que se engancha a un culebrón o los programas de famosos la mejor será que compres una televisión nueva. “¿Pero porque me tengo que ir yo a mi habitación si es mi casa?” pensará incrédulo ante la situación, y estará en lo cierto.

Dichos populares aseguran que “por la caridad entra la peste” o que “donde hay confianza da asco”, así que, para evitar estos malentendidos, lo mejor para todos sería ser más claros. Nosotras respetar sus cosas y preguntar antes de actuar, ellos abrirnos las puertas de eso que tanto esconden, su interior.

lunes, 16 de agosto de 2010

VACACIONES DE VERANO

Momento de vacaciones… y momento de tensiones. Sí, las vacaciones de verano suelen ser las más conflictivas para todos, ya estés soltero, casado, con hijos o con la familia al completo. Durante todo el año el estrés nos lo provoca el trabajo y consideramos el hogar como el reino del descanso. En el periodo estival, cuando la casa es el trabajo, no hay momentos para descansar. El primer gran dilema de las vacaciones familiares: ¿Dónde vamos? No vale cualquier sitio, hay que amoldarse a la situación personal, no sólo económica sino de los integrantes del grupo.

Por ejemplo, un matrimonio con dos niños, uno de 5 y otro de 7 años. No pueden ir a sitios de visitas culturales, los peques se cansarían rápido, se aburrirían y sería imposible seguir el planning establecido. Lo más práctico, playa y piscina, pero ¿camping, hotel o apartamento? El camping es el más económico pero pasar 15 días escuchando los ronquidos del vecino de la parcela de al lado o despertarse muy de mañana por el calor y la claridad no son unas vacaciones del todo halagüeñas.
El apartamento es más cómodo, es…como una segunda casa y justo por eso pueden surgir las tensiones: hacer la comida, las camas, poner lavadoras (la ropa de los niños se ensucia día si día también)… El hotel resulta más caro pero cuenta con actividades para los críos así como la posibilidad de evitar gastos adicionales de comidas y cenas.

¿Qué hacemos? Aquí es donde cobra gran importancia el presupuesto familiar, según lo que uno pueda gastar, elegirá no sólo el destino sino la forma de veranear.
Las cosas se complican un poco cuando el número de hijos es mayor o vienen los abuelos u otros familiares. Se decide alquilar un apartamento entre varios y, no te explicas cómo, todos los años se produce una gran invasión. Colchones hinchables en el suelo, algunos duermen en el sofá cama y varios apretados en la habitación. A esto se le suma las complicaciones del momento del baño, preparar comida para todo un regimiento, levantarse sin hacer ruido para no despertar a los dormilones o acostarse tarde por los trasnochadores.

Las malas caras están aseguradas. Reprochas a tu marido que no está pendiente de los niños, tu cuñado no deja de fumar en el salón y no sabes cómo evitar que la abuela haga demasiados esfuerzos. La mujer quiere sentirse útil y lo hace con toda su buena intención pero, entre unas cosas y otras, en lugar de ayudar dificulta y contestas de malas maneras, algo, que más tarde, te hará sentir culpable.

Hablamos de familias al completo pero ¿qué sucede con las parejitas de enamorados? Los primeros días les ves cogidos de la mano por el paseo marítimo y muy románticos, pasada una semana será fácil ver a la chica de morros y él con mirada indiferente. ¿Qué ha sucedido? Fácil. Pequeños roces del día a día que son más comunes en aquellos que aún no han dado el paso de vivir juntos. Algo tan simple como no bajar la taza del bater o dejar la pasta de dientes abierta pueden dar lugar a grandes discusiones. También puede afectar el hecho de no coincidir en las cosas que se quieren hacer: “Podríamos ir a tomar algo esta noche al pub que vimos el otro día”, dice ella. “No me apetece mucho, estoy cansado. Mejor vamos mañana”, contesta él. Pero a ver, ¿cansado… de qué? Pues de estar tumbado porque, como se suele decir, cuanto menos haces menos quieres, así que, otra vez con movidas. De hecho, se han dado casos de recién casados que, a la vuelta de la luna de miel, deciden separarse, ¿Qué tendrán las vacaciones que tanto alteran?

Los solteros que deciden viajar con los amigos no se libran de esta tortura. Suelen buscar cosas más bien baratas y por internet, total, cuando no están en la playa o visitando cosas, estarán de fiesta. La habitación sólo para dormir y por si hay alguna aventurilla veraniega. Aquí lo difícil es elegir el destino y lo que se hará durante el viaje. Unos votan por hacer el Camino de Santiago: “Que sí, hombre, ¡que va a estar genial! Es toda una experiencia”. Por otra parte están los que adoran ir de fiesta: “¡Ibiza, Cuba, Punta Cana! ¡Vamos a quemar la noche!”. A ver, que no es por no ir pero que para fiesta me quedo en mi ciudad y no me gasto un dineral en un viaje para sólo vivir de noche y dormir de día, que eso se puede hacer en invierno ¿no?

Finalmente, se decide hacer un viaje mixto que incluya algo cultural y, a su vez, playita y terrazas nocturnas: Las Islas Canarias.
Personalmente, considero que más de cinco personas son demasiadas para viajar, siempre será más complicado ponerse de acuerdo.

Mi amiga Sonia, siempre impecable y glamurosa, no prescinde nunca de sus zapatos de tacón. Con lo cual, no puede ir rápido, le cuesta andar por calles empedradas y, como se cansa antes, pide que descansemos cada media hora.

Roberto es también de poco andar. Es un chico encantador y que ameniza las veladas como nadie con sus chistes y chascarrillos, pero le va más el picoteo y la cervecita, bueno, y que no falte el aperitivo, claro.

Sandra es la reina de la noche. Ve una discoteca y nos quiere arrastrar como sea, “sólo 20 minutos” nos asegura, pero acaban siendo dos interminables horas. Habla con los relaciones del local y siempre se las ingenia para que nos hagan descuentos en las consumiciones. Eso sí, olvídate de despertarla por las mañanas, no se mueve.

Nos cuesta ponernos de acuerdo pero, finalmente, llegamos a un consenso, eso sí, no sé por qué, salimos perdiendo los de siempre.

Vayas como vayas y a pesar de ir con gente que conoces de siempre las vacaciones pueden complicarse por pequeñas cosas. Lo importante es tener paciencia, saber respetar a los demás (y que nos respeten, claro) y que cada uno haga de su tiempo lo que más le guste. Pero ante todo hay que disfrutar.

jueves, 5 de agosto de 2010

REFLEXIÓN: No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde

A veces no somos conscientes de lo que nos rodea. No valoramos lo que tenemos ni tampoco nos conformamos: el que tiene un coche pequeño desearía tener uno mejor, el que tiene un buen trabajo se queja y le gustaría cambiarse, incluso las personas de pelo oscuro prefieren tenerlo claro y los bajos darían cualquier cosa por ser más altos.
Este ansia por poseer aquello de lo que prescindimos, nos hace olvidar los pequeños detalles que son la esencia de la vida. Es más, nos olvidamos de lo más importante, las personas que nos rodean.

No nos damos cuenta de la suerte que tenemos de tener a gente que nos aprecie y valore: padres, abuelos, tíos, primos, amigos, parejas, hijos, maridos o esposas. Están a nuestro lado durante todo el camino, ya brille el sol en el cielo, ya se acerquen momentos de tormenta. Nos escuchan, nos aconsejan o, simplemente, sabes que puedes contar con ellos. Sin embargo, estamos tan ciegos pensando en el ajetreo diario que caen en el olvido.
Sólo nos damos cuenta cuando, por diversas circunstancias, no están a nuestro lado, cuando les hemos perdido.

Uno no aprecia su ciudad o país natal hasta que no vive fuera. Pasar un periodo vacacional en ciudades distintas a las nuestras no sólo es gratificante, sino que se aprecian nuevas culturas y formas de vida. Nos adentramos en su historia, su gastronomía e, incluso, buscamos regalos para llevar de recuerdo. Sin embargo, es muy distinto cuando vivimos allí durante largos periodos. Todo cambia y hay que adaptarse al clima, al idioma… a todo. Aunque pasen muchos años y estés satisfecho con esa nueva vida, hayas prosperado y todo vaya viento en popa, es inevitable no echar de menos los olores de tu infancia, los sabores de la comida de siempre, abrazar a los seres queridos que están a miles de kilómetros de distancia.

Los jovencitos rebeldes se sienten atrapados en sus casas bajo el inevitable control de los progenitores. Pasada la juventud y llegada la verdadera independencia, se añora volver al nido familiar. Toca asumir nuevas responsabilidades: trabajo, hipoteca o alquiler, pago de facturas, quehaceres del hogar… Un sin fin de cosas que antes nos daban hechas y que ahora no tenemos más remedio que hacerlas por nosotros mismos, repartiendo el tiempo entre los pocos ratos de ocio y la amplia jornada laboral. Echamos la vista atrás y valoramos que al llegar a casa tuviéramos la comida en la mesa, lista para comer o que la ropa estuviese en el mismo lugar que hace dos días, lavada y planchada como si no la hubieras tocado.

También nos olvidamos de las emociones. Sí, increíblemente, los hombres, que somos los animales que tenemos más capacidad de razonamiento y pensamiento, en no pocas ocasiones prescindimos de esas cualidades innatas en nosotros. Además, cada vez nuestras sociedades nos convierten en seres individuales, donde no sólo se ocultan los sentimientos a los otros sino que se evita tener cualquier contacto táctil con otras personas. Abrazamos poco y besamos mucho menos. Nos hemos vuelto ariscos, recelosos y desconfiados y eso impide que veamos más allá de lo que alcanza nuestra mirada.

Damos por sentado que los que están a nuestro lado saben que les apreciamos, sin embargo, ponemos miles de excusas que nos impiden visitar a los seres queridos más a menudo o decirles cuanto les queremos. Con lo fácil que es decir “te quiero”, “te echo de menos” y somos incapaces de expresarlo.
Es cuando ya no están cuando nuestro interior se mueve por dentro. Nos arrepentimos de no haber dicho aquello que sentíamos o haberlo demostrado con hechos. Cuando el sueño eterno viene a buscar a los seres queridos es cuando más se les echa de menos, cuando la distancia impide un contacto más directo, se les añora más que nunca.

Toda pérdida supone un estado de angustia y pesar y no es menos el amor de pareja. Es en este aspecto de la vida donde más se evidencia que las cosas, y las personas, no se valoran hasta que las hemos perdido del todo. Los primeros pasos del amor suelen ser gloriosos pero la rutina y la monotonía irrumpen en nuestras vidas. No nos incentiva seguir conquistando a la otra persona, no buscamos nada nuevo que nos pueda ofrecer o que podamos dar, simplemente nos dejamos llevar como una barca en un río tranquilo.

A veces somos nosotros los que no nos hemos dado cuenta de cuánto valía esa persona que dormía a nuestro lado. Pasado el tiempo y mirando al pasado, recordarás ciertas cosas que, en su día, no les diste importancia y que ahora si se la das. Pequeños detalles que pasaron inadvertidos y que, justo eso, motivó que la otra persona se cansase de hacerlo. En otras ocasiones, somos nosotros lo poco valorados y, agotados por tirar siempre de la cuerda, tiras la toalla y te rindes a que sea el destino quien decida. En cualquiera de los dos casos, puede que sintamos deseos de volver a retomar el contacto, por muy pequeña que sea la posibilidad, pero lo hacemos motivados por ese duendecillo que llevamos dentro que nos dice que nos equivocamos. Pero… ya es tarde esa persona a quien dejamos ya tiene su vida o esa persona que nos dejó ya no significa nada en nuestras vidas.

Porque esa barca que navega en el río no avanza si no es hay colaboración. Si sólo se utiliza un remo, el bote girará constantemente sobre sí mismo, si una persona se encarga de los dos remos, el avance será muy lento y el remero se cansará rápido y si nadie rema, la barca sólo flota y se deja llevar por la corriente pero nunca llegará a un buen puerto.

En el amor, en la amistad, en el trabajo y en el hogar el apoyo de todos será la energía para seguir adelante en nuestro camino.