jueves, 24 de noviembre de 2011

Confesiones de una joven dama

Desde el ventanal observo cómo el sol anaranjado desciende tras las verdes colinas y ofrece una visión distinta de las calles, plazas y fuentes de la ciudad. El mercado ya ha cerrado sus puertas, sólo quedan los comerciantes que recogen sus mercancías y hacen balance de los beneficios de todo el día. Las mujeres ya preparan la cena, desde aquí puedo ver el humo de las chimeneas y me imagino que tendrán el caldero en el fuego con sopa, verduras y pollo fresco. La cocina en el castillo se encuentra en la planta baja y no me llega el olor de nuestra cena, pero según me ha contado Alfonso, el mayordomo, habrá codorniz con dátiles y miel y un exquisito postre que prepara nuestra cocinera con leche, manzanas y ciruelas que es mi debilidad. Sin embargo, hoy no tengo demasiado apetito y quisiera quedarme en mi alcoba, ver como anochece y dejar volar mis pensamientos a la luz de las estrellas. Porque hoy sólo pienso en una cosa, sólo pienso en vos.

Os vi en el banquete que ofreció mi padre en los jardines del castillo hace unas semanas y ya me quedé prendada de vuestro rostro. Coincidimos en las caballerizas un miércoles a mediodía y confieso que mis mejillas se ruborizaron al encontrarse nuestras miradas y hoy en el torneo creía que mi corazón se saldría del pecho al ver que caíais de vuestro hermoso caballo, pero al poneros en pie un suspiro de alivio se escapó de mis labios. Bueno, si he de ser sincera también os vi entrenar, le pedí a mi doncella que me llevase a escondidas y no sé si fue por la emoción de lo prohibido o por el hecho de veros con el torso descubierto, pero… fue una experiencia fascinante.




Desconozco su nombre y aunque he intentado averiguar vuestra procedencia, unos dicen que sois del norte, otros que del sur y los más fantasiosos aseguran que habeis llegado de lejanas tierras en las que se comercia con seda, flores desconocidas, cuencos bañados en oro, perlas, perfumes y extrañas especias. ¿Es cierto? ¿Acaso habéis salido de un cuento de hadas? Aunque para mi sois como un cuento, o más bien, como un sueño.

Desearía retaros a una carrera por nuestras colinas y bosques, descansar a los pies del río mientras escuchamos el dulce canto de las aves y preguntaros por los lugares en los que habéis estado y las anécdotas que os han acompañado. También quisiera enseñaros la biblioteca del castillo, si es que mi padre no lo ha hecho ya pues se siente muy orgulloso de ella, y nuestro salón de recreo. Pero lo que más quisiera mostraros es un lugar especial, mi rincón favorito en las tardes de verano. Tras los jardines, un pasillo de almendros lleva a una pequeña fuente y a su derecha una escalinata asciende a las ruinas de un caserón, utilizado en otros tiempos como iglesia o almacén. Allí, debajo de un enorme cedro, me encanta leer, cantar e incluso soñar. Allí es donde quisiera llevaros para confesaros que vuestra presencia altera todos mis sentidos, que vuestra mirada me turba hasta el punto de sentirme cohibida y me despojada de todas las defensas que me enseñó mi querida madre para combatir las armas de un hombre atractivo, resistir a la seducción y no sucumbir a la tentación de caer rendida entre sus brazos.

No sé si estoy hechizada o si algún mal se ha apoderado de mi pero mis labios se mueren de deseo por acercarse a los vuestros y mis manos quisieran acariciar vuestro cabello tostado. Nos imagino tendidos en un lecho de hojas secas con mi cabeza apoyada en vuestro pecho y arropada por vuestros brazos. Sé que mis palabras son impropias de una joven de mi posición, de hecho, la garganta me quema si pronuncio mis pensamientos en alto y me avergüenza parecer una mujer locuaz y deslenguada. Tampoco quiero que me veáis como una niña descarada y encaprichada, os confieso que no sé mucho del amor y no controlo lo que siento, ¡ni yo misma lo entiendo! Cuando os veo, el corazón se me acelera, me cuesta respirar y me tiemblan las manos. Siento pequeñas punzadas en el estómago a la vez que mi garganta se seca y soy incapaz de articular palabra alguna. Miles de sentimientos galopan en mi alma como caballos indomables, inquietos y ansiosos por querer ser libres, ¿cómo puedo domarlos? ¿habré caído en pecado?

No sé si hago bien en sincerarme a vos tan abiertamente sin casi haber mediado palabra, pero si no lo hago puede que no volvamos a vernos pues desconozco cuáles son vuestros planes o cuándo partiréis a otro lugar. Pensar en vuestra marcha me provoca una gran tristeza y mis ojos comienzan a inundarse de lágrimas.

Por ese motivo, os propongo algo tan descabellado que hasta yo misma dudo si será correcto. Os convoco dentro de dos días en el caserón en ruinas en el momento en el que todos hacen la siesta. Siempre voy a esa hora y tengo dicho que nadie acuda a molestarme, de esa manera no resultará extraño que acuda allí y dispondremos de unas horas para conocernos. Las ruinas son visibles desde el campanario de la iglesia que se encuentra en la plaza mayor. Estoy convencida de que con vuestra sagacidad encontraréis el camino para acceder al punto de encuentro sin ser visto.

Os espero.

viernes, 11 de noviembre de 2011

La pasión del agua (**Relato Erótico**)

Siento tu cuerpo encima del mío, mi piel se estremece con tus caricias y tus labios recorren mi cuello. Tus manos descienden por mis hombros y se aferran a mi pecho, lo miras con deseo y lo rozas con las yemas de los dedos para después pasar la lengua por los pezones rosados y erectos. Me abres las piernas y vas deslizando tus dedos lentamente, sintiéndome cada vez más y más húmeda. Arriba, hacia los lados, dentro… vas cambiando los movimientos y la intensidad yo te sigo con mis caderas, no quiero que termine aún, despacio… Noto la excitación de todo mi cuerpo, arqueo la espalda y me apretó más a ti. Me besas con ternura luego con pasión, mordisqueas mis labios y juegas con ellos. El sofá se nos está quedando pequeño, podemos movernos, podemos seguir rozándonos pero quiero más. Te levantas, me coges de la mano y me llevas hacia el baño.

Nos metemos en la ducha y entre risas y besos, deslizo mi lengua por tu pecho. Me pongo de rodillas, beso tu vientre, beso tus ingles, beso la parte interna de tus muslos. Estás duro y muy excitado. Primero te acaricio, con movimientos lentos mientras las gotas de agua caen por tu cuerpo. Acerco mi boca y sostienes mi cabeza entre tus manos. Miras cómo lo hago, cómo entra y sale, cómo mis labios te rodean y se deslizan, cómo te aprietan, cómo suben, cómo bajan. Levanto la mirada y te estremeces aún más, echas la cabeza hacia atrás y gimes. Haces que me levante, me coges en vilo y rodeo tu cintura con mis piernas mientras el agua sigue mojándonos. Pegada a la pared noto como vas adentrándote en mi interior, sintiendo pequeñas punzadas según te vas abriendo camino. Sales y vuelves a entrar con mayor fuerza y vuelves hacia atrás para otra acometida, movimientos rápidos, precisos, más y más intensos.

La excitación de los dos va en aumento, cada vez estoy más húmeda y siento como mi cuerpo se estremece. Respiraciones entrecortadas se mezclan con el ruido de la ducha y con nuestros suspiros y gemidos que van aumentando de intensidad. Mis pechos se mueven al compás de tus movimientos, tus caderas se mueven rápido, estás a punto, sigues y sigues hasta que te aprietas más a mí. Tus músculos se tensan, el tiempo se detiene. Seguimos así unos segundos más hasta que bajo mis piernas y seguimos abrazados.

Retiras mi pelo mojado del cuello, para besarlo a la vez que acaricias mis hombros y mis brazos. Una mano desciende por mi cadera para masajearme entre las piernas, la otra sobre uno de mis pechos mientras tu boca juega con mi lengua para después buscar el pecho suave y turgente entre tus dedos. La punta de tu lengua hace pequeños círculos sobre él, succionas, chupas, lames… Siento un cosquilleo que recorre mi nuca y humedece mis partes, un pequeño placer que va preparándome para lo siguiente.

Pasas el mango de la ducha por todo mi cuerpo, cambiando de agua caliente, a templada y fría. Notas la reacción que provoca: piel erizada, piernas tensas, pechos encogidos. Gotas de agua recorren mis hombros, mi espalda y mi vientre, tus besos se las llevan, a veces sólo con el roce de tus labios, otras con la punta de la lengua. Siento la presión de tus dedos en mi interior, cómo se mueven en todas direcciones a la vez que los finos hilos de agua caliente rozan el exterior. Noto tu aliento cerca, tu lengua se mueve despacio, primero jugando con los bordes rosados, subiendo y bajando hasta ir más a dentro. Me estremezco al sentir el calor de tu boca, me gusta como lo haces, cierro los ojos y me dejo llevar. La respiración se acelera, la boca seca, gemidos… abro más las piernas para sentirte más cerca y mis dedos se pierden en tu pelo mojado. Los músculos se contraen, me tiemblan las piernas, ya no aguanto más y un intenso placer recorre mi espalda. Dejo escapar un gemido, las rodillas ceden, me doblo hacia ti quedando los dos de rodillas. Me pego a tu pecho, mi cuerpo aún sigue temblando y necesito sentir tus brazos y tus besos sobre mi piel. El agua se lleva nuestro sudor, nuestros fluidos, nuestra pasión… pero nosotros nos quedamos así, con el agua a nuestros pies.