domingo, 20 de octubre de 2013

Nuevas experiencias (**Relato Erótico**)

Estoy a punto de entrar y ya estoy nerviosa. Realmente no sé si debería atreverme, nunca he entrado a un sitio así y siento algo de vergüenza. Supe de este sitio por casualidad, en una conversación con unos chicos en una discoteca, decían que era el mejor para eso, sobre todo por la discreción. Me preguntaron sí lo había probado y dije que no, se rieron de mi ingenuidad y me plantearon que si quería conocerlo que les llamase. Nunca les llamé pero investigué por mi cuenta, la curiosidad me podía. Al principio me sorprendía lo que iba encontrando pero luego me dije "¿y por qué no?". No tengo nada que perder, pensé, y tampoco a nadie a quien dar explicaciones, sin embargo, algo me inquietaba, mejor dicho, me cohibía. Un día pasé por delante para investigar. Una calle estrecha y casi vacía, tuve que volver a pasar porque prácticamente ni lo vi. No sé por qué pero me fui corriendo, ¡cómo si estuviera haciendo algo malo! Paré y me dije a mi misma que parecía una quinceañera, soy una mujer madura y no hay nada de malo en experimentar, ¡la gente lo hace y les gusta!

Dos veces fui y dos veces me marché y ahora mismo tengo la misma tentación. Pero no, quiero intentarlo, saber qué es y qué se siente, ¿por qué no? Estoy justo delante de la puerta, tomo aire, abro la puerta y...entro. La verdad es que no me lo esperaba así, parece un local normal. Amplio, con dos barras, una enfrente nada más entrar y otra al fondo a la izquierda, metida entre unas columnas. Y hay más gente de la que esperaba, busco un sitio retirado cerca de una de las barras y pido una copa, tengo la boca seca, supongo que por los nervios. La decoración, sencilla y nada recargada. Las paredes son de tela de un color rojo oscuro con algunas fotografías de desnudos artísticos o imágenes de parejas o grupos en posiciones eróticas muy diversas. Unos sofás con mesas recorren todo el local y justo detrás de cada una de las barras hay unas jaulas para los bailarines, pero ahora sólo funciona la que está al otro lado. Veo una joven morena, con los pechos descubiertos y un diminuto tanga dorado. Sus movimientos sensuales muestran la flexibilidad de su precioso cuerpo, piernas largas que acaban en unos increíbles tacones de aguja, un vientre plano y un trasero que incluso desde aquí se aprecia su firmeza. Cuando se mueve se toca de forma sugerente  y no puedo dejar de mirarla, tal es mi atención hacia ella que no me doy cuenta de que una mujer está a mi lado hasta que voy a beber de mi copa. Creo que mi cara de sorpresa le acaba de dar la pista de que soy una novata, aún así me pregunta, se presenta y se sienta a mi lado. Rondará los 45 años aunque no los aparenta, pelo castaño y ojos verdes. Es agradable y ahora me siento algo más tranquila mientras hablamos. En un momento determinado, señala hacía un sofá y veo a un hombre con dos copas en la mesa. Me explica que es su pareja y que a él también le gustaría conocerme. Dudo un poco y ante mi indecisión, ella toma la iniciativa y me coge de la mano.

Ya sentados los tres, siento un cosquilleo en el estómago pero intento disimular. Ella le explica que es la primera vez que estoy allí y, mirándome, me dice que ellos me ayudarán a pasar un buen rato. Me hace un gesto para irnos y nos dirigimos a unas cortinas rojas que hay en un pequeño rincón oscuro. En esa zona la luz es mucho más tenue. Unas pequeñas luces anaranjadas recorren un largo pasillo y a sus laterales se encuentran pequeños cubículos cubiertos con unas telas, de los cuales salen susurros, resoplidos y gemidos. Más adelante hay un salón, lleno de sofás donde hay gente besándose y tocándose mientras otras miran la escena. La mujer me susurra al oído que es donde suele comenzar toda la gente y donde se quedan los que disfrutan siendo observados y a quienes les excita mirar. Seguimos por otro corredor con más habitaciones a los lados, en esta ocasión son luces azuladas y un olor a canela impregna el ambiente. Al final del pasillo hay una habitación con la tela blanca descubierta y es el que eligen. Titubeo un poco pero ya no hay marcha atrás, siento el corazón acelerado y calor en las mejillas. Entramos. 

Hay una cama grande ocupando todo el cuarto y una pequeña butaca roja pegada a la pared. Él se sienta en la butaca, ella se pone de rodillas en la cama y me hace un gesto para que vaya a sentarme al borde de la cama. Cierro los ojos y siento sus manos acariciando mi cabeza, mi cuello y mis hombros, muy suave, casi con las puntas de los dedos. Baja por mis brazos para volver a subir y meter los dedos entre mi pelo. Un escalofrío me recorre  todo el cuerpo cuando noto sus labios rozando mi cuello a la vez que sus manos se deslizan hacia mis pechos, masajeándolos por encima de mi camisa. Los sujeta con ambas manos, hace pequeños círculos sobre ellos, sube, baja, los junta y los aprieta. Y siento que me gusta. Voy notando la humedad entre mis piernas y mis pezones cada vez están más duros con el roce de sus caricias. Sus manos ahora bajan por mi vientre y se desvían hacía mis muslos, recorriéndolos lentamente, subiéndome la falda a cada movimiento y abriéndome las piernas poco a poco. Ahora siento cómo sus dedos empiezan a recorrer la parte interna de mis muslos hasta detenerse en las ingles y acariciarme entre las piernas por encima de las braguitas. Me arden las mejillas, no imaginaba que pudiera sentir tanta excitación con unas simples caricias.

De repente, siento que otras manos me tocan. Abro los ojos y veo al hombre de rodillas, subiendo sus manos por mis muslos. Ella empieza a desabrocharme los botones de la camisa, lentamente, acariciándome, seduciéndome. Me lame, me besa y me mordisquea el cuello. Él juguetea entre mis piernas, presiona con sus dedos y se aleja, vuelve y se va, provocando en mi un mayor deseo y ganas de que siga tocando. Ahora noto que sus manos suben hacia mis nalgas para coger mis braguitas, me muevo para dejar que vaya deslizándolas hasta mis tobillos y me las quite. Sin dejar de sentir las caricias de ella, los labios de él ascienden por mi rodilla y, sujetándome los muslos para que no cierre las piernas, mordisquea suavemente mi piel hasta que siento la suave punta de su lengua, primero pausado, luego más seguido. Es una sensación extraña, sentir placer de dos formas distintas a la vez y por dos personas distintas. Los dos me excitan cada vez más, la respiración se entrecorta y se me escapan pequeños gemidos, aún imperceptibles. Mientras él juega con su boca y sus dedos dentro de mí, ella aprovecha para desprenderme de la camisa y del sujetador y me echa hacia atrás. Sus manos me acarician cada vez con más deseo y sus labios van deslizándose por mi vientre, subiendo lentamente hasta alcanzar mis pechos. Juega con ellos, los aprieta con los labios, los suelta y con la punta de la lengua hace círculos que consiguen que emita un gemido más profundo. Ahora mismo, estoy sintiendo dos bocas  a la vez jugando en distintas partes de mi cuerpo y me gusta, cada vez estoy más excitada, más húmeda. Ella empieza a lamer mi vientre y besa y mordisquea el pubis y las ingles. Él combina sus dedos y su lengua entre mis piernas hasta que ella se une y los dos a la vez me dan placer oral. Es una sensación muy intensa que nunca había sentido, sintiendo como sus lenguas se turnan y juegan al mismo tiempo o lo combinan con sus dedos, introduciéndolos a la par, rozándome por arriba y por abajo con tanta habilidad que me hacen perder el control. Empiezo a notar un suave cosquilleo que va aumentando de intensidad provocando que tensione todo mi cuerpo y un gemido de placer sale de mis labios. Sus lenguas acompañan el ritmo de mis espasmos y poco a poco van deteniéndose, se retiran y acarician mi cuerpo extenuado.  La sensación es increíble, varias manos acariciándome después de un orgasmo tan excitante.

Abro los ojos y veo que él se incorpora y ella le sigue. Empiezan a besarse y a acariciarse. Les miro embelesada, sus cuerpos buscándose y deseándose, sus bocas sedientas y sus manos desnudándose mutuamente. Voy perdiendo la timidez, me aventuro a probar y me uno al grupo. Nos colocamos de pie, una a cada lado de él, quedando sus piernas abiertas entre las nuestras. Primero imito los movimientos de ella y luego voy investigando por mi cuenta. Cuatro manos tocándole el pecho, los hombros y la espalda, pasando nuestras lenguas por sus pezones y su torso. Ella le desabrocha el pantalón y queda al descubierto su erección. Me coloco detrás y masajeo su espalda, descendiendo por los costados y presionando sus nalgas, las mordisqueo y subo con mi lengua haciendo un recorrido serpenteante y pausado. Ella se encuentra arrodillada jugando con su boca y sus manos y el sujeta su cabeza con las suyas, metiéndole los dedos entre su pelo y apretándola más hacia él. Su excitación cada vez es mayor, la respiración se le entrecorta y gime de satisfacción. Me arrodillo y voy acariciando desde atrás sus piernas y la parte interna de sus muslos. Palpo sus testículos y los dejo entre mis manos. Ella me cede el lugar y, mientras yo continuo con la boca, se levanta para colocarse delante de él, se desprende de la poca ropa que queda y le seduce acariciándose ella misma todo su cuerpo y se tumba en la cama mientras sigue tocándose deseosa de que vayamos junto a ella. Él se retira de mí y me hace un gesto para que me levante y me dé la vuelva.

Nos tumbamos a su lado y vamos acariciándola lentamente. Yo me centro en sus pechos al igual que ella hizo conmigo. Sus pezones están totalmente erectos, los acaricio con las yemas de los dedos, los pellizco suavemente y dejo que la punta de mi lengua juegue con ellos. Él besa sus labios y su cuello a la vez que sus dedos se deslizan hacia su vientre y se meten en su interior. Siento que una de las manos de ella busca mi cuerpo, me toca y finalmente sostiene una de mis manos y la pone entre sus piernas, dejándome claro lo que quiere. Siento entre mis dedos la suavidad de sus pliegues mojados y entre él y yo conseguimos que gima y se retuerza de placer. Sin darle tiempo a que se recupere, él está tan excitado y con una gran erección que la da la vuelta, la pone a cuatro patas y empieza a penetrarla con fuerza. Me coloco de rodillas delante de ella y con mis manos sujeto sus pechos bamboleantes y acaricio su espalda. Él disfruta viendo como la toco, se deleita observando las curvas de mi cuerpo y el movimiento natural de mis pechos. Me hace un gesto para que me acerque, me muevo de tal manera que sigo tocándola mientras él me acaricia. Una de sus manos alcanza mi pecho, lo sostiene con firmeza, lo suelta y lo vuelve a coger. Da pequeños pellizcos en el pezón, que va endureciéndose a su tacto. A ella cada vez la penetra con más fuerza mientras mete la mano entre mis piernas sintiendo que aún estoy muy mojada. Los tres gemimos cada vez más alto, ella y yo volvemos a retorcernos de placer casi al mismo tiempo y él alcanza el éxtasis gracias a nuestros espasmos y gemidos. Arquea la espalda  y todo su cuerpo se tensiona, disminuyendo el ritmo de sus acometidas hasta que queda totalmente parado y exhausto. Ella se retira y deja que quede tumbado en la cama boca abajo.


Ella se levanta y empieza a recoger su ropa. Me mira de arriba abajo y me dice que le encantaría volver a repetir la experiencia conmigo y que espera que me haya gustado. Se acerca a mí, me coge la barbilla con sus manos y me da un beso en los labios a modo de despedida y salé de la habitación. Él se levanta y también recoge sus pantalones.  No me habla, sólo me mira, me sonríe y desaparece tras la tela blanca. No sé el tiempo que ha pasado pero ya es hora de retirarse. Recojo toda mi ropa y me siento en la butaca. Me pongo las braguitas y no puedo evitar pensar en lo ocurrido. Recupero el sujetador y la camisa y un escalofrío recorre todo mi cuerpo al recordar cada sensación, cada caricia, cada gemido. Ya vestida, salgo y deshago el camino andado: el pasillo de luces azuladas, el salón de los sofás, ahora vacío, el pasillo de luces anaranjadas y al fondo las cortinas rojas. Salgo de aquel local con la sensación extraña de haber vivido un sueño, como si nada de aquello haya sido real. Miro hacia atrás y allí está la puerta por la que antes entré tímida y vacilante. No, no ha sido ningún sueño, ha sido todo muy real, una experiencia intensa e increíblemente excitante. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Vamos a contar mentiras

¿Habéis mentido alguna vez? ¿No? Venga, vamos a ser sinceros al menos por unos instantes y pensemos en cuántas veces hemos mentido a nuestros padres, amigos o parejas. ¿Nunca? Uiuiui, me parece que a muchos les va a crecer la nariz… Venga, entonces digamos… ¿una? No, no, eso tampoco se ajusta a la realidad. Vamos, que no pasa nada, rasquemos un poco más en nuestro interior que seguro que encontramos algo más. Hoy quiero ser vuestro “Pepito Grillo” y hablar de las mentiras, las mentiras piadosas.

Mentir es mentir, lo miremos por donde lo miremos pero hay que distinguir el tipo de mentira y, sobre todo, el motivo por el que se miente. ¿Hay mentiras más grandes que otras? Por supuesto. ¿Hay motivos más lícitos que otros? Sí, porque no es lo mismo ocultar información para enriquecerse, algo que hacen muy bien ciertos personajillos de las altas esferas de nuestra sociedad, que encubrir pequeños detalles que no hacen mal a nadie y que incluso pueden evitar el malestar de alguien.

Todos hemos mentido a nuestros padres en la adolescencia y lo seguimos haciendo en la edad adulta. De jóvenes intentamos cubrirnos las espaldas cuando sabemos que nos van a regañar bien por llegar tarde, bien por hacer algo que sabes que no deberías de haber hecho. Hora estipulada para llegar a casa los fines de semana: 22:30. Son las 23:15 y aún no has llegado, no lo has hecho aposta, no pretendías incumplir las normas pero te lo estabas pasando genial con tus amigas y, para colmo, en el último momento te han presentado a un chico guapísimo, dos años mayor que tú, al que, por supuesto, no le vas a decir que te tienes que ir ya porque tus padres te van a regañar, ¡se va a pesar que soy una cría! De hecho, te pidió el número de teléfono y ¡hasta te guiñó un ojo! Te vas loquita a casa por la proeza conseguida pero la alegría se desvanece cuando miras el reloj en el portal de tu casa. Inmediatamente tu cerebro se pone en funcionamiento a mil por hora, “¿Qué digo? ¿Qué digo?”. Piensas y vas elaborando pequeñas mentiras piadosas hasta llegar a la que puede ser más coherente: “Es que… a una amiga le han robado el bolso y claro, no iba a dejarla sola”. Y montas una historia sobre esa mentira por si acaso te preguntan. Lo que no sabes es que tus padres saben que estás mintiendo por dos motivos. El primer lugar, porque ellos lo hicieron con sus padres (¿en serio? ¡Mis padres mintiendo a mis abuelos!), y en segundo lugar, porque das demasiadas explicaciones, información innecesaria que te delata. Sí, esa es la mejor forma de coger a un mentiroso, cuantos más detalles cuenta más rebuscada será la historia y más fácil es pillarle y si lo cuenta sin que tú le hagas preguntas, más probabilidades de que esté mintiendo.De adultos también mentimos a nuestros padres, aunque en este caso lo hacemos para no preocuparles. Puede que te vaya mal en el trabajo o con tu pareja, que te hayas puesto enfermo pero no sea de gravedad, así que ¿para qué preocuparles? Piensas que no tiene mucho sentido causarles una preocupación innecesaria y si tu madre te llama para preguntarte qué tal estás, le dices que todo va bien y haces como si nada. ¿Y piensas que tu madre no se va a dar cuenta? Pues sí, se da cuenta porque tu voz te delata y, sobre todo, porque las madres tienen un sexto sentido para las mentiras y lo saben, pero se hacen las tontas y te hacen creer que no se enteran, pero ¡vaya si se enteran! A una madre no se le escapa ni una, ¡no puedes mentirlas!

Mentimos a nuestros amigos porque les queremos y queremos protegerles, puede que no hagamos bien en hacerlo pero es inevitable, en ese momento creemos que es lo mejor aunque la experiencia demuestra que no es lo correcto. Sales a pasear al perro y pasas por un jardín por el que nunca has ido y, casualidades de la vida, descubres al novio de tu mejor amiga besándose con otra. Al principio piensas que es alguien que se parece pero cuanto más te fijas más se confirman tus sospechas y decides marcharte antes de que te descubra. Tu amiga está perdidamente enamorada, no deja de hablar de él así que ¡cómo le vas a dar la mala noticia! Tu conciencia sale a la luz y, como en los dibujos animados, a un lado tienes a tu “yo ángel” y a tu “yo demonio”. “Díselo, ella tiene que saberlo, es por su bien”, te dice el ángel pero el demonio te susurra al oído “¡No! No lo digas, está enamorada y no te va a creer. Romperá la amistad contigo y se quedará con él, ¿quieres eso?”. Y así te pasas un buen rato pensando qué deberías hacer y como esto es mejor compartirlo, llamas a una amiga común para que te dé su opinión. Al fin y al cabo, las mentiras compartidas son más llevaderas y no se ven como mentiras sino más bien como un pacto de silencio. Si vuelves a coincidir con el novio de tu amiga, le verás con otros ojos, te caerá mal y, sin querer, le criticarás con la intención de que tu amiga vea por sí misma la verdad sin tener que intermediar. También se miente por mentir, sin preocuparse de las posibles consecuencias, pensando que nunca lo descubrirán porque es algo insignificante. Sin embargo, lo malo de mentir a los amigos es que al final  se acaban enterando, te piden explicaciones y no sabes cómo salir airoso, te pones nervioso, tartamudeas, no sabes qué decir y se enfadan. Se enfadan contigo no por lo que has ocultado sino por el mero hecho de mentir, has faltado su confianza, les has decepcionado.

¿Mentimos a nuestras parejas? Difícil contestar ¿eh? Si dices que no seguramente estés mintiendo y si dices que sí… mejor que no tengas a tu lado a tu pareja o esta noche duermes en casa de tu madre. Aunque suene incoherente pero mentimos por amor: “A mí tampoco me apetece ir” (aunque realmente sí quieres ir),”no pasa nada” (sí pasa pero no quiero discutir), “no te preocupes, yo tampoco iba a poder” (si puedo pero si estás ocupado, yo también).  Ellos no se libran de mentirnos y en muchos casos lo sabemos pero lo pasamos por alto. “¿Me queda bien? Sí, cariño, estás muy guapa”, “¡He cogido unos kilos!Así estás preciosa y no se te nota”. A ver, ¿qué crees que va a decir? Puede que ese pantalón te quede demasiado apretado y que tengas un poco más de tripita pero como te quiere intentará regalarte los oídos aunque no tengas las medidas perfectas. Aunque también, y es algo que no está bien, mentimos por desamor e incluso a veces queremos provocar la ruptura.


Entonces, ¿es lícito mentir? ¿Es ético siempre y cuando sea por una buena causa? Es algo demasiado subjetivo como para dar una única respuesta. Ciertas mentiras piadosas pueden evitar preocupaciones a ti o a los demás sin embargo no dejes que esas pequeñas mentiras sean el centro de tu vida. Y tú ¿qué harías si descubres una mentira piadosa o no?