sábado, 6 de abril de 2013

Obsesión por lo innecesario

Cada vez que llego a casa veo cosas inservibles. De verdad, parece que a lo largo de los años vamos acumulando objetos que no usamos nunca o muy pocas veces, aunque son muchos más los que almacenamos sin usar. Algunos de ellos son regalados, el típico regalo de un pariente lejano y que no te gusta nada, pero muchos de ellos los hemos comprado nosotros como esa licuadora con la que te ibas a hacer unos zumos de frutas riquísimos (y que además picaba hielo) y que ahora sólo ocupa un espacio en la cocina.

Los adictos a las compras se llevan la peor parte porque, evidentemente, cuanto más se compra, más posibilidad de gastar el dinero tontamente. Este es el caso de mi amiga Marta, busca cualquier excusa para comprarse ropa, bolsos, zapatos, cinturones, colgantes, pendientes... Cuando tiene una cita es mucho peor, quiere ir tan a la última que su armario está lleno de "por si acasos": "Por si acaso un hombre me invita a cenar", "Por si acaso voy al cine", "Este vestido para una noche especial... lo compro por si acaso". Para estar guapa también hay que invertir dinero en toda clase de cosméticos, así que, mi amiga colecciona ropa que no estrena y tiene el baño repleto de potingues sin abrir.
 

Y es que las compras crean adicción porque para muchos el hecho de "ir de tiendas" supone una actividad de ocio que les relaja y les entretiene. Además, es muy normal ir sin intención de comprar y acabar con una bolsa llena o ir a buscar algo en concreto y llevarse cualquier cosa menos lo que se iba a buscar. Un ejemplo claro: necesitas una lámpara para el salón y te acercas a una conocida tienda de todo para el hogar. Al final sales de allí con dos estanterías, unos vasos de color verde y un cajón de plástico para meter las mantas cuando llegue el verano. ¿Y la lámpara? Pones excusas del tipo, "no, es que no me gustaba ninguna" o "no había del modelo que estaba buscando", pero no, en realidad ni siquiera  te has pasado por el departamento de Iluminación has estado 5 horas recorriendo los enormes pasillos y perdiendo el tiempo en ver otras cosas que no necesitabas.

Ante esta situación, armarios, estanterías o cajones quedan repletos de cosas que un día pensaste que eran estupendas pero cayeron en el olvido y el polvo las cubre por completo. Ese libro de autoayuda que te compraste porque te lo recomendaron y que nunca has leído, esa pulsera que compraste en uno de los puestos playeros hace cinco veranos y que sólo has usado dos veces. O esa figurita de madera compraste en tu viaje a Jamaica y que allí te parecía preciosa y ahora no sabes qué hacer con ella. Por supuesto, nos encanta almacenar durante años camisetas sin con la etiqueta, zapatos estupendísimos que te hicieron daño y ya no usas o cinturones que no quedan bien con nada.


Todos nos dejamos llevar por nuestros impulsos, ¡incluso cuando somos niños! La infancia... ¡qué ternura! y ¡qué recuerdos! En esa época somos blanco fácil para cualquier dependiente. Lo primero que nos pierde cuando somos pequeños son los juguetes, ¡queremos todos! En cumpleaños o Navidad nos emocionábamos con los miles de regalos que nos recibimos pero de todos, sólo jugábamos con uno, el preferido de ese año y que dejaba de ser útil por culpa de los regalos del año siguiente. Pero, sin lugar a dudas, hay una compra innecesaria que no podíamos evitar: los peces. ¿Los peces? Sí, ese día en que te llevaban de excursión a un zoológico al aire libre o a una granja escuela o similar. En esos sitios, siempre había el típico puesto en el que podías comprar algún suvenir, entre ellos unos pececillos de color anaranjado... ¡más monos! Y claro, como todos los niños se compraban uno, no ibas a ser menos así que tú también te llevabas una bolsita con agua y un pececillo dentro y un botecito de comida. ¡Había algunos que se llevaban dos! El caso es que en el autocar de vuelta, más de la mitad de los niños iban con su pececillo en mano y no podían dejar de mirarle, casi hipnotizados. Pero, imaginemos la cara de los padres cuando le ven llegar al niño con una bolsa de agua y un pez dentro, más aún cuando no tienen pecera ni sitio para ponerla. Con la ingenuidad e inocencia característica de esa tierna edad, nos agenciábamos un cubo y echábamos al pececillo dentro. Lo curioso es que nos alegrábamos porque ¡ya tenía más espacio para nadar! Y de las ansias de querer cuidarlo, le echábamos comida (la del botecito que habíamos adquirido) y seguíamos mirándole como nadaba. "¿Se lo estará pasando bien?", pensábamos, y como ya nos teníamos que acostar, allí le dejábamos. Lo que no sabíamos, es que ese pececillo no estaba en las condiciones adecuadas y que no resistiría mucho y poco después descubríamos desilusionados que el pescado había muerto.


Los hombres tampoco se libran de gastarse el dinero en tonterías, sus puntos débiles se centran en el deporte, los coches y las motos y la tecnología (incluyendo los videojuegos). En una casa de un hombre no ha podido faltar un banco de abdominales. Sí, ese que supuestamente va a utilizar todos los días durante una hora después de haber salido a correr otra hora. Tampoco faltan unas pesas de unos 2kg, que se utilizarán junto al banco de abdominales, y, por supuesto, no puede faltar una bicicleta estática. Sí señor, ya tiene el gimnasio en casa, sólo faltan las espalderas y esa monitora buenorra con la que siempre fantasea. Pero hay un pequeño problema, el entusiasmo se disipa en cuanto aparecen las primeras agujetas. El primer día es todo pasión por el deporte y entrenan a fondo, tanto que a la mañana siguiente no se pueden ni mover, pero aún siguen esforzándose durante una semana porque creen que lo van a conseguir (incrédulos...). Poco a poco van espaciando los días dedicados al deporte para centrarse en la vida social y, sobre todo, en lo que se les da muy bien hacer, beber cerveza. El banco de abdominales queda relegado a un segundo plano y ya sólo sirve para dejar la ropa hasta que dos meses después se guarda debajo de la cama o en el trastero, un destino que comparten las pesas y la bicicleta estática.

Los vehículos son para los hombres como los caramelos son a los niños, una pasión, y si son fanáticos de la Formula 1 o del Motociclismo, más aún. Si tu pareja es de estos, no es de extrañar que tenga una colección de coches en miniatura, coches teledirigidos, revistas de motor o que pertenezca a un club específico. Es decir, cualquier gasto sobre este tema será necesario aunque a la larga se guarde todo en un cajón, entre esas cosas un scalextric, ¿para qué quiere un adulto un scalextric? Para pasarse las horas muertas viendo como corren los coches, lo peor de todo es que se reúnen en grupos para echar unas carreras como si de profesionales del motor se tratase.
 
Por otra parte, tenemos a los "Tecnoman", aquellos que se rodean de dos ordenadores, un portátil, una PDA, un libro electrónico, una tablet, un ipad, un ipod, un iphone y miles y miles de cables, tornillos, chips, placas base y todo tipo de utensilio que sirva para el consumo o manipulación de aparatos electrónicos. ¿Por qué? Porque les encanta investigar y hacerlo ellos mismos... Qué pena que dediquen tanto tiempo en toquetear esos aparatejos en lugar de investigar el manejo, funcionamiento y utilidad del cuerpo de una mujer, si lo hicieran con la misma dedicación seguro que su aparato podría tener un mejor uso y no tendrían que recurrir al "DO IT YOUR SEFT".

Gastamos mucho tiempo y dinero en cosas que acaban estorbando, ¿y si lo invirtiéramos en algo más productivo como leer, escribir o algún curso interesante? Pero esas cosas no son materiales y, definitivamente, nos puede la tentación porque las compras, se miren por dónde se miren, son una adicción.

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