martes, 30 de marzo de 2010

Nos vamos de tiendas.

Tengo una amiga que adora ir de compras. Se pasa horas y horas en las tiendas probándose todo lo que encuentra y, lo peor es que todo le gusta. Cada vez que me dice que la acompañe me pongo a temblar porque acabo siendo un perchero humano, mejor dicho, su perchero humano. “Sujétame esto. Esta camisa hace juego con el vaquero gris. ¿Y que tal este vestido? Estos zapatos son fabulosos…” Eso si, no se como lo hace pero prenda que se prueba, prenda que le queda estupenda, ¡a mi eso no me pasa!
Las compras y yo somos más que incompatibles, somos… amores imposibles con una relación de amor-odio constante. De verdad que me gustaría ser como una mujer normal y poder decir que soy un peligro cuando voy de tiendas o saber que el diablillo de tu jefa no se viste de Prada sino de Zara. Pero no, siento decir que no me gusta ir de compras, voy sólo por necesidad y porque no me queda más remedio ¿no podrían traerme la ropa a casa? Ummm… vaya… para eso hay que ser millonaria, un estilista personal no vale cuatro perras… ¡Ay! Que anticuada soy que ya no existe la peseta… entonces…céntimos, con cincuenta céntimos de euro no te llega para cubrir su sueldo (no nos engañemos… con 600€ tampoco ¿eh?)
Decido meterme en el mundo de las compras y entro en la primera tienda. Desde la puerta doy un rápido chequeo visual a todos los stands: jerséis de punto, mini faldas, tonos claros, colores ocre… Sólo me detengo en las prendas que me gustan pero no hay de mi talla, o hay muchas grandes o hay de las pequeñas, pero muy pocas veces la que necesito. Por fin encuentro algo, así que, me lo dejo en la mano para no perderlo, otro pequeño vistazo y al probador.
¿Quién hace los probadores? Deberían hacer un estudio de los probadores porque siempre se quedan pequeños. Los que tienen puerta, el pestillo suele estar roto o la puerta no se cierra del todo y en los que son de cortina tienes la sensación de que la gente puede verte por los laterales. Dilema cuando entras a un probador, ¿dónde dejo el bolso, el abrigo y la ropa que me quito? Los probadores que tienen un pequeño asiento son aceptables para estos menesteres, el problema es que además de no tenerlo, sólo dispongan de un gancho para colgar las prendas. Moraleja, no me queda más remedio que dejar mis cosas en el suelo, un suelo que, por cierto, suele estar lleno de pelusas y con algún alfiler que otro.
Otro punto débil de los probadores… la iluminación, no es nada favorecedora. Unos tubos fluorescentes que te hacen la piel blanquecina y provoca equívocos en los colores de las ropas ¿Esto es negro o azul oscuro? Te miras y remiras en el espejo desde todas las perspectivas… y no te convence, la prenda colgada en la percha es preciosa pero no sabes por qué no te ves bien. Los ojos nos engañan porque cuántas veces no me habrá pasado comprar algo sin estar del todo convencida y cuando me lo he probado en mi casa ¡me ha encantado! También hay que añadir que los espejos de los probadores engordan. Sí, realmente es así, aunque no sean como esos que hay en las ferias que distorsionan tu imagen. No, en este caso realmente te ves peor de lo que estás. Y si a esto le unimos la ya mencionada piel blanquecina, el resultado es un bajón moral y el pensamiento de “hoy me pongo a dieta, de hoy no pasa”.
Una cosa que me sienta fatal cuando voy de compras es hacer cola para probarme… ¡¡dos cosas!! Delante de mí, siete mujeres cada una con más prendas de las que sus manos pueden abarcar y alguna de ellas cuenta con el novio para que sea su perchero (¡ay! Como te compadezco muchacho…). La consecuencia de esto es que miles de perchas quedan tiradas por el suelo cuando te toca entrar y el olor a humanidad se palpa en el ambiente (sí, también de los pies…). ¿Y dicen que los probadores dan morbo? Sería gracioso oír ruidos “extraños” en el probador contiguo pero más original sería que intentarás hacerlo tú y te pillasen in fraganti. Bueno, habrá que llevar un ambientador en el bolso, nunca se sabe…
Reconozco que no soy fan de ir de tiendas porque tanta gente me estresa y las peores épocas son las Navidades y las Rebajas. No sé, rebuscar entre miles de prendas descolocadas, ver a dos mujeres enfrentándose por un abrigo en plan “¡este le he visto yo primero! ¡Es mío!” o las caras de mala leche de algunas dependientas… es que… me tira mucho para atrás, eso sin contar el barullo que se forma cuando quieres envolver los regalos y los atascos que se forman vayas por donde vayas. Bueno, incluso se hace imposible andar por la calle y da igual la hora ¿de dónde sale tanta gente? ¿No trabajan? ¿No se van a sus casas a descansar cuando salen del trabajo? Pues no, tienen que salir a comprar y todos lo hacen el mismo día que tú… ¡Bendita coincidencia!
Una cosa que me ha pasado en varias ocasiones es encontrar todo lo que me gusta justo cuando no voy con intención de comprar, ese día que no tengo ganas de quitarme y ponerme ropa y que no tengo dinero suficiente ni tarjetas. Sin embargo, ese sábado por la tarde que quiero dedicar por completo a renovar el armario. Me paso horas y horas dando vueltas y me vuelvo a casa con las manos vacías. ¿Es una jugarreta del destino para que ahorre?
Pero hay que admitir que las personas que atienden al público en los comercios también padecen lo suyo. No les queda más remedio que aguantar a la típica clienta que le encanta mirar todo y probarse todo, pero luego no se lleva nada. Así que, otra vez a colocar los stands y dejarlos visibles. Y es que la gente no tiene el mínimo decoro de dejar las prendas como se las encuentra o, por lo menos, dejarlas en el mismo lugar. Vamos, que un pantalón negro lo encuentras colgado en la zona de camisetas de tirantes o en el suelo, que ahí se puede tirar horas si a nadie se le ocurre recogerlo.
El gran padecimiento de los vendedores se resume en dos lemas: “El cliente siempre tiene la razón” y “tengo derecho a todo porque pago”. En cuanto a la primera máxima, el cliente NO SIEMPRE tiene la razón y, lo más importante, la pierde cuando se cree superior a quien le atiende. Y esto lo digo con conocimiento de causa. En mi época de dependienta me encontré casos peculiares. En una ocasión, un hombre quería devolver un pantalón, que se notaba usado, pero el cliente juraba y perjuraba que no era así. Se puso histérico, y gritaba que quería ver a mi superior. Mi responsable de planta para solucionar el problema le dio la razón al cliente, aún sabiendo que no era así (la política de empresa es lo que dice… así que... ¡qué remedio!) Al mirar en los bolsillos, me encontré 50€. Entonces… me lo quedo ¿no? Como no se ha usado, entonces debe ser que el centro nos da una bonificación a los empleados por la prenda devuelta numero 1000.Vaya… que majetes se están volviendo los empresarios ¿no?, bueno, yo creo que esto más bien es un sueño imposible... Al final, tuve que agachar la cabeza y ceñirme a las normas.
En definitiva, que no me gusta comprar. Sería fantástico tener un novio como Richard Gere en Pretty Woman, rico, guapo, elegante… y que, gracias a sus influencias, no sólo me hicieran la pelota en las tiendas sino que me llenase de caprichos. Pero lo veo bastante difícil, más bien diría imposible… Eso significa que me tocará patearme las tiendas para encontrar algo que me siente bien, ¡qué remedio! Y es que… nunca llueve a gusto de todos.

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