martes, 8 de junio de 2010

Las cosas tienen vida.

Ya he vuelto a perder los pendientes que me regalo mi novio por mi cumpleaños, y ahora… ¿qué le digo yo cuando vea que no me los pongo? Porque claro, si le digo que los he perdido me va a echar la típica charla: que si soy despistada, que hago las cosas sin pensar, que le costaron una pasta y que para eso no me regala nada, que tengo que ser más ordenada… y bla, bla, bla… Vale, reconozco que algo despistadilla si soy pero tampoco es para tanto. Y yo tengo orden en mi desorden, bueno, o eso quiero pensar porque sigo sin encontrar los dichosos pendientes.
Aunque, en realidad, no soy yo la culpable, ni siquiera el duende que todos decimos que tenemos en casa. Lo que pasa es que las cosas tienen vida propia pero no nos fijamos. Sé que suena descabellado pero es así, sólo que lo hacen tan bien que pensamos que somos nosotros los responsables o los demás.
Cuando se pierde algo siempre son los demás quienes han cogido las cosas. Es lógico ¿no? Si yo no he vuelto a usar las llaves de casa que había dejado en la mesa, y ya no están ahí, ha tenido que ser otro. Sin embargo, tu pareja, padre, madre o con quien compartas espacio vital, te responderá que no ha sido él, cosa que te enfurecerá y se puede llegar a producir pequeños conflictos por estas tonterías. Con el cabreo encima, me pongo a buscar y no encuentro nada. He mirado debajo de la cama, en los cajones, detrás del sofá, incluso he rebuscado por el armario. Pero nada, que no hay manera y luego aparecerá en el sitio más inesperado de la casa donde no se me había ocurrido mirar. Eso sí, para encontrar las cosas, mi madre. Es algo increíble, te lo encuentra todo ¿eh? Da igual que sea grande o pequeño, ropa o papel, tiene un don especial como buscadora. Yo creo que es un poder exclusivo que se adquiere por el mero echo de ser madre, no sé… todas las madres del mundo serían capaces de encontrar agujas en un pajar, así que, algo tiene que haber para explicarlo y, lo gracioso es que si no lo encuentran ese día, piden ayuda a San Cojonato. Y oye, es efectivo. ¿Valdría esa misma técnica para conseguir cosas de los hombres? Ummm... lo malo es que luego pueden quedar inservibles y casi es peor.
El lugar por excelencia en eso de desapariciones en el hogar es, sin lugar a dudas, la lavadora. No sé que hay dentro del tambor que los calcetines desaparecen un día si y otro también. Tal vez para ellos es una atracción de feria que gira y gira cada vez más rápido. En el centrifugado se lo deben de pasar de miedo, ¿gritarán como hacemos nosotros en una montaña rusa? O pueden que se hayan ido a comprar tabaco y no hayan vuelto. O que se encontraran por el camino a unos amigos y se fueran al bar y claro, se han liado tanto que no sabe el camino de vuelta. Lo malo de estas excursiones prolongadas, es que se van de uno en uno y abandonan a su pareja. Vaya, que si querían la separación que me consulten a mi primero ¿no? Con lo cómodo que es el divorcio express. Ahora me toca hacer parejas de hecho mixtas, los de rayas con los lisos, los blancos con los azules… que yo soy una persona de mente abierta, pero no puedo ir al trabajo con un calcetín de cada color. No sólo me verían mal y pensarían que me acerco a la locura, sino que me llamarían la atención, vía email por supuesto, pues la política de empresa es ir vestido correctamente: nada de vaqueros, nada de zapatillas y nada de calcetines mixtos.
Otro misterio sin resolver: el armario y la ropa. Ni Iker Jiménez en su programa radiofónico y televisivo podría dar respuesta a este enigma de la humanidad.
El armario tiene un sistema oculto que encoge la ropa. Si el verano pasado me valían las cosas, ¿por qué al siguiente no? Y esos vaqueros que tanto me gustaban y que me ponía a diario ¡ahora no me entran! A ver, los excesos han sido los habituales: Navidades, Semana Santa… pero no tanto como para no entrar en la ropa de la temporada pasada. Intento darle con la plancha, lo vuelvo a poner en remojo o me los pongo húmedos para que cojan mi forma... y sigue sin cerrar. Esa camiseta que me compre en la playa me queda tan ajustada que me hace dos tallas más de pecho (al menos en este caso el cambio es positivo) Vamos, que no me queda otro remedio que comprar género nuevo, a pesar de no tirar el viejo por la típica excusa de “por si adelgazo un poco”.
La vida en los armarios se nota porque la ropa se expande. Cuando cambio la ropa de temporada siempre tengo problemas de espacio. Donde tenía la ropa de invierno, no me cabe la ropa de verano y, se supone, que los jerseys son más gruesos y abultan más ¿no? Ese día pongo los pantalones con los pantalones, las faldas con las faldas y las camisas las coloco por tamaño o por color. Una semana después, todo está mezclado. Yo cuelgo las cosas bien, (como ya he dicho, culpa mía no es) y pasan unos días y vaya desbarajuste que está formado. En este caso, me parece que para las prendas mi armario es como el metro. Se suben, se sujetan a la barra y cuando llegan a su destino se sueltan y se bajan. Además, yo creo que hacen quedadas entre ellos y hacen pandillas. Los chándals se llevan fatal con las camisas de vestir pero adoran las camisetas, sobre todo las de manga corta. Las faldas largas tienen envidia y critican a las minifaldas (claro, van enseñando mucho… ¡Que vergüenza!) y los pantalones de traje intentan ligarse a los vestidos de fiesta. A este paso me montan un botellón.
El espacio es vital y las maletas son otra prueba de ello. A la vuelta, es imposible guardar las cosas tal cual estaban a la ida. Puedes colocarlo como quieras pero siempre hay algo que molesta para cerrar la bolsa. El resultado es que parece que vuelves con el doble de equipaje y los souvenirs que has comprado para regalar, como tazas o imanes para la nevera, tienes que llevarlos en la bolsa de mano. ¿Qué tengo que hacer para que quepa todo? He jugado al tetris de niña y si a la ida me sobraba espacio ¿Qué ha pasado ahora? Nunca podré entenderlo.
En esto del orden y desorden, hay un mundo más allá de nuestra imaginación…en los cajones. Sí, esos temidos cajones a los que odiamos enfrentarnos. Allí va a parar papeles y todas las cosas pequeñas que hay encima de la mesa. O el típico mueble de la entradita, con juegos de llaves de la casa de tus padres, la del trastero, la de repuesto del garaje y del coche también, la de la vecina, que te la da para que cuides las plantas y des de comer al gato mientras ella se va de vacaciones a Punta Cana. Y no pueden faltar los panfletos publicitarios de pizzas, comida china y otros tantos de comida rápida. Pero justo cuando vas a llamar, o bien las ofertas están caducadas o no los encuentras. “¿Dónde está el papel? Si yo lo dejé aquí”. Y buscas en la mesa del teléfono, miras dentro de la agenda y mueves los periódicos por si estuviera traspapelado entre medias. Y no hay rastro del papelito. Al final, decides volcar el cajón encima del sillón y poner un poco de orden: facturas de teléfono, tickets de compra del super y de resguardos de pagos con tarjeta. También aparece un cargador de móvil, ese que habías perdido pero que ya no te vale porque has cambiado de modelo… “¡anda! ¡Los pendientes que buscaba! ¿Qué hacen aquí?”
No sé si los objetos tendrán poderes telequinésicos pero lo que si es cierto es que se mueven. El cómo y por qué hay que seguir investigándolo. Yo, de momento, creo que están vivos.

2 comentarios:

  1. Asi.. que tienes novio. Con la ilusion que seguro puso en regalarte esos pendientes... pq tienes que entender, que a nosotros los chicos, regalar joyas... nos cuesta mucho. Entendemos que es mas pracitico, una PS3, una XBOX.. algo que siempre se pueda enchufar.. o que tenga bateria.
    Pero joyas... eso aun nos cuesta entender que os gusten.
    Bss constelacion casiopea...

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  2. bueno, más que joyas preferiría un viaje a... ¿París? Bueno, también vale una casa rural eh??...jeje. Pero realmente el detalle es lo que cuenta no?

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