miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Quién dijo crisis?

Hoy en día es muy común hablar de crisis, todos los días aparece en los medios de comunicación, en las palabras de políticos o en frases sueltas que consigues escuchar en la conversación de dos personas durante tu hora de viaje en el metro (sí, ese momento en el que vas medio dormido y a tu lado se ponen varios a hablar casi a voces). Crisis económica, crisis laboral, crisis política, crisis empresarial… Pero aún la tenemos más cerca, la crisis familiar, o mejor dicho, la crisis de pareja. Hay dos fases dentro de una relación de pareja: el noviazgo y el matrimonio. En cada una de ellas hay varios periodos críticos que, si se superan, dan lugar a un momento de calma hasta que llega la siguiente tempestad. Sin embargo, la Gran Crisis se produce a los 10 años de matrimonio. Sí, sí, parece que estoy de broma pero nada de eso, lo digo en serio, sobre todo basándome en amigos y conocidos cuyas relaciones no han llegado a buen puerto. Si no me creen, hagamos un repaso de esos maravillosos momentos.

Durante el noviazgo todo va muy bien hasta el año y medio o dos años. Hasta ese momento todo es maravilloso, disfrutáis cada minuto como si fuese a ser el último y las peleas por tonterías acaban con besos y abrazos amorosos para hacer las paces. Buscáis estar a solas horas y horas y dedicáis tiempo a hacer cosas en común. Todo es perfecto y a los dos años de relación… crisis. Sí, las cosas ya no son lo que eran: los fines de semana que salíais con los amigos ahora los pasáis en pijama, tumbados en el sofá viendo, o intentando ver, la televisión, el sexo se espacia durante la semana y, como ya conoces los gustos de tu compañero, ¿para qué investigar más? (algo, que, por supuesto es un gran error). Superada esta dura etapa, el terreno es practicable unos seis meses más ya que (si no se ha hecho antes, claro) uno se plantea la convivencia. Se producen situaciones de tensión, vamos, lo típico de no cerrar la tapa del váter, no hacer la cama… pero, poco a poco, se encuentran soluciones, no siempre, pero se intenta.

La segunda crisis importante se origina pasados los cinco años. Suele coincidir con el pensamiento de “y ahora… ¿qué?” y a esto le sigue “¿nos casamos?”. Si ambos están de acuerdo, se prolongará la alegría sin embargo, la organización y preparativos de la boda pueden causar algún rifirrafe entre los futuros esposos. El problema se plantea cuando uno de los dos aún no lo tiene del todo claro… entonces ¿qué pasa? Porque, a ver, no vas a estar esperando eternamente a que el otro se decida a pasar por el altar, además, que a la mayoría de mujeres nos hace ilusión eso de vestirnos de blanco y ser el centro de atención y que te digan lo guapa y radiante que estás, vaya casi tan esplendorosa como el día de tu primera comunión. Bueno, con la diferencia de la edad y un buen maquillaje que cubre esas pequeñas imperfecciones.

Vamos a dar por hecho que la pareja se da el sí quiero. Empieza otra época maravillosa, primero porque disfrutas de tu misma boda y el viaje de novios es espectacular, da lo mismo que vayas al Caribe, Thailandia o New York no paras de hacer fotos y a la vuelta obligas a todos tus amigos a que vean las 1500 fotos: las paisajísticas, tu posando con cara sonriente, la de los dos en un edificio emblemático y no pueden faltar las de la habitación con su decoración especial para novios con los pétalos en la cama en forma de corazón (¡ohhhhhhhhh!) Claro, tú cuando las ves te emocionas y se te saltan las lágrimas, pero tus amigos están deseando ¡huir de allí! Después parece que vives en una burbuja, ¡ya eres una señora casada! Empiezas a saber lo sacrificado que es tener una casa limpia y el domingo haces comida para toda la semana ya que entre diario no te da tiempo. A esto se le une que cada vez haces más vida marital, esto quiere decir que ves menos a los amigos y más a los suegros, de hecho, casi todos los domingos hay que turnarse para ir a casa de los padres de uno u otro, así que, olvídate de pasar un fin de semana de relax tumbada en el sofá: o estas limpiando y con los rulos puestos (en plan ratita presumida… “limpio mi casita tralara larita”) o te toca hacer visita familiar, bueno, que también puede que tengas que hacer las dos cosas el mismo día. La monotonía y el cansancio van haciendo mella en la pareja y otra vez el sexo queda limitado a uno o dos días por semana. Este es el comienzo de una nueva crisis existencial en la pareja que estalla en cuanto te empieza a sonar el reloj biológico. Vas por el parque y no dejas de encontrarte con mujeres embarazadas o padres llevando a sus hijos en el carrito. Empieza aumentar tu instinto maternal y te planteas que ya es hora de formar una familia al completo. Comentáis los pros y los contras y os ponéis a ello. Y aunque parezca mentira, las cosas no son tan fáciles como nos han dicho siempre. Vamos, que eso de la flor y la semillita, ¡me rio yo! Porque claro, cuando ves que ni con la postura más complicada del kamasutra te quedas en estado, ya piensas muchas cosas, entre ellas ¡de que te ha valido gastar tanto dinero en anticonceptivos! Si total, no te iba a pasar nada ¿no? Después de varias intentonas y de comerte la cabeza, parece que las cosas prosperan, tienes retrasos en el periodo y ¡Voilá! Aquí se inaugura otro periodo de pequeñas tensiones para tener todo preparado cuando venga el nuevo miembro de la familia: si la casa es pequeña hay que buscar una nueva, que si la cuna, el carro, la ropa, los biberones, pijamitas, el cambiador… Todos son quebraderos de cabeza pero se llevan con ilusión aunque cuando estás en la camilla, intentando dilatar y aguantando el dolor como una campeona, no piensas lo mismo, más bien… ¡quien me mandaría a mí querer tener un niño!

Hay que reconocer que un niño en casa da mucha vida. A los abuelos se les cae la baba con el retoño, “si es que es idéntico a su padre” dice tu suegra, mientras que tu madre te dice “es que tiene los mismos ojos que tu abuelo”. También te llenan la casa de juguetes y regalos para el niño, con lo bien que te vendría el dinero para comprar pañales y leche y no esa manta con miles de sonidos, que es muy buena para que el niño aprenda pero… ya estás cansada de cómo hace la vaca, como hace el tren y como hace el gato. Ahora toca compaginar vida laboral con vida familiar, incluyendo los gastos económicos que supone la guardería o el colegio del pequeño: libros, ropa nueva cada dos por tres, zapatos… es un no parar. Y claro, al final la que suele estar al pie del cañón con los hijos es la madre: llévalos al cole, a la piscina, a las clases extraescolares, cuando se ponen malos quédate con ellos y llévalos al médico, cuando lloran en mitad de la noche, cuando tienen miedo… Vamos, que no te dejan ni un minuto tranquila y, como es lógico, tampoco puedes estar con tu pareja igual que antes. Esto origina otro momento de conflicto, más o menos a los cinco años de matrimonio. El no dedicar tiempo a la pareja y más a los niños o incluso el hecho de que la mayor responsabilidad en el cuidado de los hijos recaiga en uno (aunque por lo general es la mujer, también hay que tener en cuenta que hay hombres que se ocupan mucho de sus nenes) puede influir negativamente en los cónyuges y provocar la aparición de reproches y críticas del estilo de “¡anda! Que ya podías echar una mano ¿eh? Que lo hago todo yo” o “ya se ha ido con sus amigotes de cañas y yo aquí sola con el crío medio malo, limpiando y haciendo la comida”.

Si pasas este bache, has conseguido bastante, ¡qué digo!, has conseguido muchísimo porque se zanjan esos pequeños detalles que no nos gustan del otro y que pueden dar lugar a mayores roces. Además, como vuelve a establecerse un vínculo de confianza la relación sale más consolidada que antes, lo que no implica que no se produzcan nuevas crisis. Y con los 10 años de unión matrimonial llega… el Apocalipsis de Pareja. Aquí no importa que no se haya pasado por la fase de paternidad porque todas las parejas se enfrentan a esta difícil prueba.

A estas alturas, el amor romántico de los inicios no existe: nada de hacer el amor a la luz de las velas, ni lencería sexy (bueno, es que el corpiño de licra negro y rojo que compraste probablemente ya no te siente tan bien como antes… ¡con lo bonito que era!), ni paseos idílicos a la orilla del mar, ni ese nudo en el estómago cuando quieres verle y no puedes. Se ha transformado en otro tipo de amor, el de cariño de compañero en el que con sólo una mirada ya sabes lo que piensa el otro. Ahora los pocos ratos entre las sábanas suelen ser a oscuras y sin hacer ruido para no despertar a los críos, que claro, ya son algo más mayores, y la caja con vuestros juguetes está escondida en lo más alto del armario. Si no hay niños, también vas a lo cómodo, no porque no te gusten los cambios, es que ni tú eres tan flexible ni tu pareja tiene tanto aguante como para hacer complicadas posturas, bueno, ni tampoco fuerza…

Con el paso del tiempo, te has dado cuenta de que has estado más pendiente de otros que de ti misma y te notas más envejecida. Te empieza a preocupar que tu marido se fije en mujeres más jóvenes, por eso usas cremas antiarrugas y anti envejecimiento, tanto para la cara como para el contorno de ojos, y para el cuerpo utilizas anticelulíticos y leche hidratante reafirmante. Usas los productos más caros porque crees que son los mejores y, por supuesto, todos los días. También te da por apuntarte a pilates, yoga, bailes de salón o buscas un gimnasio y te aficionas al body combat y al spinning. Eso sí, ver al monitor, unos 15 años más joven que tú, sudoroso, con una camisa muy ajustada y unos bíceps bien pronunciados… hace que en tu interior se mueva algo que hacía mucho tiempo que estaba dormido. Por otra parte, tu pareja se ha aficionado al golf o al tenis y se va todos los sábados con algunos compañeros del trabajo, que después van a comer a un asador, se fuman unos cuantos puros e incluso lo unen con la cena. También le ha dado por el deporte y sale a correr todos los domingos a las 8 de la mañana con su inseparable amigo de fatigas y a las 10 ya están haciendo unos largos en la piscina. Olvídate de verle cuando hay liga, champions o copa porque se adueña del salón, él y otros cuatro amigos a los que invita. Poco a poco, vais perdiendo la comunicación: él no te cuenta los problemas del trabajo para no preocuparte y tú no le cuentas cómo te sientes porque sabes que le cuesta hablar de sentimientos y para que no piense que son historias tuyas, si total, no te va a entender… Puede que ambos sintáis que la cosa no va nada bien y os planteéis ir a un psicólogo especializado en parejas que os viene a decir lo que ya sabéis: que cada uno tenéis un conflicto interior que no mostráis al compañero, que os dediquéis tiempo para los dos, que hagáis cosas en común y que habléis de lo que os pasa evitando las críticas directas y con mucha calma. O puede que sólo sea uno el que se sienta diferente y, para no perder la comodidad de tener a alguien en casa, busca lo que le falta fuera: las salidas nocturnas aumentan, se buscan excusas para estar cada vez menos en casa y si existe un (o una) amante no queda más remedio que recurrir a la mentira, algo que puede ser muy peligroso sobre todo si se usa la tarjeta de crédito y todo se descubre por el resguardo bancario que llega por correo a casa.

¿Qué hacer para superar esta crisis? No hay una respuesta concreta ni tan siquiera valen los miles de consejos que pueden darnos nuestros más allegados. Es cuestión de sopesar los pros y los contras, las virtudes y defectos de ambos y de lo que se está dispuesto a dar o a sacrificar para salir adelante o bien para iniciar un nuevo camino. Pero siempre es el corazón el que tiene la última palabra.

1 comentario: