miércoles, 5 de septiembre de 2012

Reflexión personal: Una generación con miedo

Poco a poco voy dándome cuenta de que los jóvenes de ahora somos una generación perdida y sin rumbo. No es tan importante el año en el que naces sino el momento cultural y social que te toca vivir y muy probablemente hasta que no se llega al escalón de los 40 no se sale de ese círculo vicioso, no por la edad, sino por el peso de la experiencia.

Somos una generación que cada vez es más individualista, más centrada en el “Yo” que en “Los Otros” y que deja de lado valores tradicionales para embutirse en nuevas vías que potencian la máxima de “disfruta todo lo que puedas sin complicarte la vida”. Sin embargo, a pesar de ese derroche de energías que profesamos, esa independencia que queremos aparentar, ese afán por demostrar que las cosas no nos afectan… a pesar de todo… somos una generación con miedo. Sí, vivimos inmersos en el miedo, un miedo que queremos que sea invisible a los ojos de los demás pero que sale a relucir en la tranquilidad de nuestros hogares, que aparece cuando menos lo esperamos y que queremos acallar lo antes posible para no sentirnos débiles.

Tenemos miedo a crecer, a evolucionar, a madurar. No queremos responsabilidades ni problemas. No queremos agobiarnos ni que nos agobien porque siempre intentamos tener la sensación de sentirnos libres, sin ataduras, sin que nadie nos controle ni nos digan qué tenemos que hacer ni cómo tenemos que hacerlo. Esto implica un miedo al compromiso, un compromiso a todos los niveles pero el que más nos afecta es el sentimental. Nos paraliza el hecho de atarnos a alguien tanto física como emocionalmente porque sabemos que perderemos parte de nuestro espacio y porque, por experiencia, sabemos que pueden hacernos daño. Del mismo modo tenemos miedo a sentir, a abrirnos a los demás y a sincerarnos. En cuanto somos conscientes de que sentimos algo especial por alguien nos ponemos nuestros propios límites y nos distanciamos, vemos a esa persona como el enemigo y decidimos desaparecer y perdernos en la oscuridad de la distancia para que no nos vea, para que no nos encuentre. Es decir, tenemos miedo a enamorarnos y a que alguien pueda enamorarse de nosotros, es una sensación de vértigo que nos invade y que nos corta el paso para no caer en el abismo de lo desconocido y de la incertidumbre que muchas veces va aparejada al Amor. Nos cuesta sincerarnos por miedo al rechazo, al qué dirán, a que nos consideren diferentes o, simplemente, a que sepan cómo somos realmente, de este modo, preferimos relacionarnos con gente que hoy está y mañana no, que va y viene, que no se implica en nuestras vidas ni nosotros en las de ellos. No queremos perder el tiempo en conocer a la gente, buscamos lo simple, lo rápido, convirtiendo todo tipo de relación en un vulgar contrato en el que hay costes y beneficios, donde se intercambia sexo por compañía, compañía por copas, copas por diversión. Pero por culpa de todos estos temores, perdemos la posibilidad de descubrir a personas que realmente pueden llegar a cambiar nuestras vidas, porque de todos esos individuos sin rostro que conocemos cada día alguno de ellos puede guardar en su interior grandes tesoros que están esperando a que alguien se moleste en descubrirlos. Pero eso, por desgracia, requiere tiempo y dedicación, algo que nos falta hoy en día, pues nadie se molesta ya en mirar más allá de una dulce mirada o agradecer una bella sonrisa.

Sin embargo, nos contradecimos a nosotros mismos y tenemos miedo a la soledad, a que nadie nos quiera o nos escuche. Estamos faltos de cariño, un cariño sincero y sin obstáculos ni trampas. Nos hartamos de insistir en que queremos a alguien que realmente nos valore tal como somos, que nos comprenda y nos apoye en los malos momentos y se alegre por nosotros en las alegrías. Nos falta hablar con alguien, compartir nuestros intereses, nuestras experiencias y que nos escuchen teniendo la certeza de que esa persona no nos juzgará por lo que digamos ni se creará prejuicios sobre nosotros. Pero, ¿cómo vamos a conseguir esto si no nos mostramos a los demás?

Si tenemos miedo a sentir, a ver, a escuchar, a oler, a saborear, a tocar… es que tenemos miedo a la Vida. La Vida es algo tan incontrolable que se nos va de las manos, año tras año se nos escapa un poco más de ese tiempo tan preciado que para unos es una marcha hacia delante y para otros una marcha hacia atrás. Vivir es enfrentarse al mundo, adaptarse al medio, a dar respuestas y soluciones, en definitiva, a tomar decisiones. Unas decisiones que, a veces son acertadas, otras muchas son erróneas y como intentamos evitar culpabilizarnos de lo que pueda suceder, intentamos que sean los otros quienes decidan, que tomen el control en determinadas circunstancias para que en nosotros no caiga el peso completo de la responsabilidad, pero únicamente cuando esto nos conviene.

Evidentemente, si la Vida nos genera momentos de tensión, la Muerte lo hace con mayor insistencia. No podemos librarnos ni de la una ni de la otra y cuanto más nos alejamos de una más nos acercamos a su contraria. Así, nos cuesta enfrentarnos a la enfermedad, nos duele pronunciar esas duras palabras e incluso decidimos que no es políticamente correcto mencionar ciertos tipos de problemas de salud. Hoy en día, la Depresión y el Cáncer son dos de los problemas más abundantes en nuestra sociedad y sin embargo, preferimos ocultarlos como secretos inconfesables. Son palabras tabú que evitamos a toda costa e incluso los medios se hacen eco de este miedo colectivo utilizando términos como “una grave enfermedad”.

Todos estos miedos nos atan y no nos dejan evolucionar, en lugar de enfrentarnos a ellos, de impulsar nuestro espíritu de lucha y de cambio, nos amedrentamos y decidimos evitar todo tipo de enfrentamiento. Pero ¿por qué? ¿Acaso somos tan distintos de generaciones pasadas? ¿Qué tenían nuestros antepasados que nosotros no tenemos? Yo diría que es más bien lo contrario, nosotros vivimos con muchas mayores comodidades, estamos acostumbrados a tenerlo todo y puede que sea uno de los aspectos por los que socialmente actuamos de esta manera.

¿Solución? La que cada uno quiera dar. ¿Respuestas? Las que cada uno quiera buscar. ¿Destino? El que cada uno se quiera marcar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario