sábado, 10 de agosto de 2013

Mi primera vez

¡La de cosas que hacemos de forma automática! Vamos, que no nos damos cuenta del esfuerzo que hemos tenido que hacer para aprenderlas. Por ejemplo, conducir. Lo hacemos a diario: te sientas, colocas la radio, arrancas y en marcha. Intermitentes, cambios de carril, embrague y cambio de marcha, un poco de freno... como si nada. ¿Alguien se acuerda de su primera vez al volante? ¡Qué nervios! Todo lo que haces ahora como si nada antes era todo un mundo y ese momento de horror cuando llegabas a una glorieta o a un paso de peatones o cuando por tu camino se cruzaba un taxi, un autobús o un camión de los grandes ("¡NO¡ adelantar no!" pensabas) aunque si eso te ocurría el día del examen te empezaba a recorrer un sudor frio por la nuca, que no sabías si era de los nervios o los ojos como puñales del examinador clavados en todos tus movimientos. Y es que para todo hay una primera vez y sólo hay que ir hacia atrás en el tiempo para recordarlo.

El primer beso, ¿quién no se acuerda de su primer beso? Marca un antes y un después porque pasas del mundo de la inocencia al mundo de la picardía en sólo un acto, te adentras en ese mundo de adultos, un mundo con muchas cosas por descubrir que aumentan tu curiosidad. Ese primer beso es como un rayo que nos atraviesa todo el cuerpo, en el momento en que unos labios se posaron en los tuyos tu cuerpo reacciona y surgen miles de emociones juntas que no sabrías como explicar. Seguramente ya antes habrías hablado con tus amigas sobre este tema "¿cómo será besar a un chico?", pensabais, de hecho alguna diría que debe ser asqueroso intercambiarse las babas y las que supieran te dirían que es fácil y que es como tomar un yogur con la lengua. 

Un beso es la antesala del amor y el primer amor es como de ensueño, un cuento de hadas en toda regla. Todo es muy tierno y se vive tan intensamente que lo bueno se convierte en una explosión de euforia y lo malo en un drama al estilo griego. Realmente de adultos seguimos viviendo las sensaciones que provoca ese "primer amor"  cada vez que estamos ante una nueva relación o alguien que nos mueve por dentro por primera vez: ese cosquilleo en el estomago, el rubor en las mejillas, el deseo intenso de verle... Lo que pasa que en nosotros ya existe cierta desconfianza por los años de experiencia pero el resto cambia poco. Y todo primer amor conlleva una primera ruptura, el dramón del que hablaba. Ayer vi a una adolescente que iba llorando con gran pena y lo primero que pensé fue en su ruptura con el novio, ¿por qué? Porque estallamos en un mar de lágrimas, esa ruptura es como si nos arrancasen el alma y nos quedáramos suspendidos en el vacío. Es más, incluso aunque hubiéramos sido nosotras las que no quisiéramos seguir adelante, supone un cambio emocional muy grande que superamos gracias al consuelo de nuestras amigas, vamos, igual que de adultas.

¿Qué evoca la frase "mi primera vez"? Sí, creo que un 99,9% debe estar pensando en lo mismo... Sexo. Y si un beso nos marcó un momento decisivo en nuestras vidas, el sexo nos marca para siempre o, al menos, la visión que tenemos de él y del otro. Las chicas nos hacemos una idea preconcebida del sexo en "la primera vez", lo idealizamos y pensamos que va a ser maravilloso, pero estamos muy equivocadas porque suele ocurrir que la primera vez no es como te esperabas, ni es con quién esperabas ni en el lugar que esperabas. Lo primero que sentimos cuando estamos a punto de hacer "eso" es vergüenza. Después de unos cuantos besos, el chico mete la mano por debajo de tu camiseta y busca tus pechos, en ese momento sientes el peso de tu complejo (bien por grandes o por pequeñas.. según cada una) y le quitas la mano una vez, a la segunda parece que te dejas un poco más y a la tercera ya ni te enteras porque, curiosamente, te está gustando. Otra emoción: la sorpresa, ese momento en el que te desabrocha el vaquero... "ufff... esto se está desmadrando demasiado, creo que mejor vamos a parar... me da cosa..", puede que incluso te retires y le pares un poco o que seas capaz de decirle que no estás preparada o que te da miedo, pero él te silencia con un beso y se bate en retirada hasta que pasan unos minutos y lo vuelve a intentar, momento en el que ya no te resistes. Pero los nervios son los que más nos paralizan y, lo más importante, los que provocan que nuestro cuerpo no actúe como debería, vamos, que cuanto más nerviosa te pones, más tensión y no hay forma de que entre nada, a lo que se le añade la sensación de dolor que aumenta con cada intento.

También tenemos la "primera relación seria", esa que se vive de una forma un poco más madura que "el primer amor" y que suele ser más duradera, para algunos incluso la única (como nuestros abuelos o padres). Creo que de todas las relaciones que tengamos posteriormente (si es que las hay) es la que más recordaremos, tanto lo bueno como lo malo, porque es de ahí desde donde partiremos en nuestro aprendizaje sobre las relaciones hasta que somos capaces de distinguir los fallos y las cosas que nos gustan más o menos. Es decir, esta "primera relación seria" supone un aprendizaje en toda regla.

Pero no todo son emociones, también hay cuestiones físicas y aquí aparecen los médicos. Esos señores con bata a los que no nos gustaba ir cuando éramos pequeños. Tu madre te llevaba al médico de cabecera por un catarro, ese señor de bata que te decía "di A" y te metía en la boca una paleta plana de madera para sujetarte la lengua que te provocaba arcadas. Aunque el verdadero terror de los niños es, sin lugar a dudas, el dentista porque además de llevar bata blanca, también usa mascarilla y aparatos que hacen ruido. La primera vez que pisas la consulta de un dentista te penetra ese inconfundible olor a sala desinfestada y realmente lo que más asusta es ver las caras de dolor de la gente que entra y sale que lo que te van a hacer. Con el tiempo te acostumbras aunque siempre queda ese recuerdo cada vez que tienes que hacerte una limpieza, un empaste o decides llevar aparato en los dientes.


Otro médico al que tenemos que acudir las mujeres de forma obligada: El ginecólogo. ¿Hay alguna mujer que le guste visitar al ginecólogo? De verdad, si la hay la admiraré y la aplaudiré porque no es una experiencia gratificante. La primera visita al ginecólogo da un poco de respeto, principalmente por el desconocimiento y el pudor (¡Me van a hurgar ahí dentro!), más aún si vas jovencita. Los nervios aumentan con las preguntas para tu ficha: "has mantenido relaciones sexuales", "has tomado la píldora", "cuándo te bajó el periodo la última vez", " tienes reglas regulares". Pero la peor parte está por llegar: la camilla. Te piden que te desvistas, te pongas una bata y te sientes en la camilla con las piernas abiertas y apoyadas en unas barras metálicas. De hecho, a esa sensación nunca te acostumbras, puedes verlo más normal y como ya sabes a lo que vas, no entras con tanta tensión. Sin embargo, y sin entrar en detalles, sigue resultando bastante incómodo sentir cómo te hacen la citología, como te toquetean o te aplastan el pecho para la mamografía o como te meten un tubo metálico (a modo de consolador) para hacerte la ecografía, que no sé si es peor esa forma o cuando te hacían beber litros de agua y no podías ir al baño hasta que no acabase la prueba. Ginecólogos del mundo, os estaríamos eternamente agradecidas si buscaseis técnicas menos invasivas para la mujer y más cómodas porque, disculpen la intromisión, pero la camilla actual es ortopédica y en ella parecemos animales a punto de entrar en el matadero. Que para estar con las piernas en alto me voy a una clase de Pilates o me tumbo en mi sofá que es mullido y muy acogedor. Además, que si quiero que alguien me meta mano (literalmente hablando) mejor que sea alguien de mi gusto y que me pueda dar placer.

Muchas cosas nos pasan por primera vez: el primer trabajo, el primer coche, el primer viaje en avión, el primer año de universidad, la primera vez que vas al cine, la primera vez que vives solo, la primera vez que te enfrentas a un examen importante (como una oposición), la primera vez que tienes que hablar con alguien en otro idioma. Todas suponen un nuevo reto o te crean ilusiones y satisfacciones. Algunas de ellas son placenteras, otras no lo son tanto pero poco a poco aprendemos de la experiencia y sabemos cómo afrontar las situaciones que se nos presenten en el futuro. Pero lo que realmente nos queda de todas esas primeras veces es el recuerdo, ese recuerdo que inevitablemente nos saca una sonrisa

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