Muchos hombres opinan que las mujeres somos rebuscadas, malpensadas y
frías. Consideran que somos inaguantables cuando nos ponemos a la defensiva o
que acabamos echando en cara muchos reproches del pasado. Pues bien, aunque sí
que es cierto que a veces nos pasamos un poco cuando nos enfadamos con nuestras
parejas/maridos, y hombres en general, lo principal es buscar la raíz del
problema: ELLOS. Sí, ellos mismos son los que han provocado que acabemos siendo
tan “especiales”. Evidentemente, cualquier hombre que lea esto o al que se lo
diga, no sólo lo negará sino que me dirá que eso mismo confirma esa teoría
masculina, puesto que también se suelen quejar de que siempre les echamos la
culpa de todo.
Cuando eres una adolescente, crees en los cuentos de hadas, en el Amor a
primera vista y en el Amor Verdadero. En esa época, somos más inocentes y mucho
más vulnerables ya que tenemos un total desconocimiento de las relaciones
Hombre/Mujer tanto en el plano físico como en el emocional. Que a los 16-18
años un chico te pida salir es fantástico y todo lo que ello conlleva: los
arrumacos a la salida de clase, las notitas amorosas, las salidas nocturnas,
las nuevas experiencias… Pero la cosa cambia cuando empieza a hacerte menos
caso, menos llamadas, le ves que tontea con otras o se acaba en ruptura. Esto
es sólo una experiencia de las tantas que pueden surgir y es justo por eso, por
la experiencia, por la que cuando pasamos la barrera de los 30 años nos cuesta
mucho más encontrar una pareja estable, por el mero hecho de que estamos más
“maleadas”.
He tenido citas en las que me han halagado hasta el extremo, que me han
prometido escapadas fabulosas, que se me han declarado abiertamente o que
estaban ansiosos por conocerme o volver a verme. De estas ocasiones, los que
consiguieron sexo, acabaron desapareciendo y los que, por diversas
circunstancias, no lo obtuvieron también desaparecieron. Es decir, se aprende a
no creer en palabras bonitas a la primera de cambio y a desconfiar de aquellos
que se exceden tanto en elogios como en promesas que sabes que nunca se van a
cumplir. También se aprende a huir de los que sólo hablan de sí mismos o de
aquellos que derivan cualquier conversación al plano sexual. Está bien tratar
abiertamente el tema del sexo pero cuando es una constante, está claro hacia
donde se dirige esa cita y si no es lo que buscas, no merece la pena perder el
tiempo. Si evitamos a los “aguilillas”,
los que “nunca se atreven” corren la misma suerte porque es más que probable
que en una relación con ellos tengas que llevar la iniciativa la mayor parte
del tiempo (por no decir siempre), y es que lo que al final importa son los
hechos.
Los hechos son los que demuestran todo de una persona, tanto para lo bueno
como para lo malo y son el indicativo perfecto para saber si a alguien le
importas o no. Me han llegado a decir que soy “controladora de tiempos” a la
hora de contestar mensajes por Whatsapp o llamadas de teléfono. Pues bien,
teniendo en cuenta que si me tardan en contestar, incluso hasta tres días, que
no esperen que cuando lo hagan esté ansiosa por escribirles o llamarles. Su
acción demuestra el poco interés que tienen en mí, por tanto, no voy a perder
tiempo (aunque sean unos minutos) en ellos. No aguanto eso de que dejen las
conversaciones a medias y que cuando lo haces tú te lo echen en cara o te digan
el típico “claro, es que te has olvidado de mí”, puedo entender que haya
momentos en los que no se pueda contestar pero ¿Qué se olviden? , no, por ahí
no paso. Una vez escuché la siguiente frase “no pierdas el tiempo en escribir a
quien no tiene tiempo de contestar” y es una gran verdad que se aprende con la
experiencia.

Decir lo que piensas o sientes al poco tiempo de conocer a alguien es todo
un error en el mundo de las conquistas. Cuando dices un “me gustaría volver a
verte”, “quiero seguir conociéndote”, “te he echado de menos”… tienes que tener
en cuenta a quien se lo vas a decir y si habrá reciprocidad en sus palabras y
hechos. Principalmente porque te estás descubriendo, estás abriendo una puerta
a los sentimientos y le demuestras que te importa bastante más que para unas
cuantas citas esporádicas. Como en el juego de las cartas, para ganar hay que
apostar y jugar, a veces se pierde y a veces se gana, pero antes tienes que haber
observado a tu adversario, calcular qué cartas puede tener, qué actitud tiene…
En el caso de las relaciones es lo mismo, no puedes apostar a ciegas, primero
hay que observar y tantear el terreno antes de tirarse a la piscina. Y para
conseguir esto, hay que haber perdido muchas veces y ganado en otras, dándote
una visión de lo que conviene o no según las circunstancias y, lo más importante,
según como sea tu carácter y tu forma de actuar. Lógicamente llega un punto en
el que hay que poner las cartas sobre la mesa y saber a qué juega cada jugador
y eso suele darse con el tiempo, la cercanía y, nuevamente, los hechos.

Y cuando tienes éxito y llegas a intimar… ¡la de batacazos que te llevas con
el tema sexual! De los que tardan menos de 3 minutos en terminar y se olvidan
de que existes, pasando por los que se duermen, los que aprietan demasiado
fuerte, los que no hacen orales bajo ningún concepto pero sí quieren que se los
hagas, hasta los que no ponen ningún entusiasmo, los que parecen que no
terminan nunca, los que pasan de preliminares, los que no quieren usar
protección porque les aprieta… Vamos, que hay de todo. Y aquí lo que aprendes
es a descubrir las reacciones de tu cuerpo y a saber lo que te gusta y lo que
no, pero, sobre todo, a disfrutar del sexo. “La primera vez” no es que se diga
que sea la mejor de todas y durante la adolescencia, con la explosión hormonal,
se va descubriendo mucho, sí, pero sin los matices que se adquieren a partir de
la madurez cuando todo ese conocimiento se unifica y ramifica en más
conocimiento a través de más experiencias desde una perspectiva más sensitiva y
enfocada al placer no únicamente a la investigación.
Por este motivo, por la experiencia, una mujer madura puede hacerse la
inocente sin serlo, la que no sabe nada pero sabiendo, la que no se entera de
nada pero enterándose de todo, la que hace la vista gorda pero que lo ve todo,
la que sabe reconocer una mentira aunque aparente que se la cree, la que se
hace la olvidadiza sin olvidar nada… Y esto es muy peligroso