jueves, 7 de enero de 2010

Aquella vez tan incómoda

No podemos escaquearnos de pasar vergüenza en algún momento. Siempre tenemos una anécdota curiosa o graciosa que nos sucedió aunque, claro, en aquellas circunstancias, muy gracioso no resultaba y lo único que podías pensar era “Tierra trágame”.
Cualquier lugar puede ser escenario de situaciones incómodas que provoquen no sólo el sonrojo sino que no sepamos reaccionar a tiempo.
Tienes una reunión en la oficina a las 11 de la mañana. Te has puesto uno de tus mejores trajes de chaqueta combinado con una camisa preciosa blanca… estás ideal. Hace calor, te has quitas la chaqueta y pones el aire acondicionado en la sala para que se refresque un poco. Todos los documentos están preparados encima de la mesa en sus correspondientes carpetas, que entregas a los participantes de la sesión. Ellos ya están entrando mientras tú recoges de la fotocopiadora el informe económico del último mes. Total… que cuando entras, tu cuerpo nota el cambio de temperatura, de hecho, tus pechos se han quedo reducidos y marcados en esa camisa blanca tan estupenda. Los murmullos cesan y 14 ojos masculinos (la única mujer eres tú) te miran intensamente con una media sonrisa en los labios. Te quedas paralizada, y la única reacción es usar la carpeta como parapeto de esas miradas.
En el trabajo también nos puede ocurrir que se atasque esa mega impresora último modelo, laser plus KHZL2890. Claro... como es tan espectacular y tan asquerosamente nueva, no sabes por donde sacar el papel. Te empiezan a salir iconos que parpadean en rojo y en la pantalla la gran frase “atasco de papel. Retire papel y pulse OK”. A ver… si, ya lo he entendido pero…¿ por donde lo quito? Empiezas a abrir compartimentos: el del taco de papel, el de los rodillos de tinta, una pequeña puertecilla que no sabes para que sirve… al final, consigues dar con el sitio y ves el papel medio arrugado. Tiras un poco hacia fuera, levantas un poco la varilla que estruja el papel y empiezas a pringarte las manos. Te cabreas con la impresora y sueltas improperios por lo bajo, ni que la impresota te fuera a escuchar… El que si te escucha es tu compañero, que iba a la maquina de café y se ha parado a ver tu grandiosa obra. Subes la cabeza, despeinada, con tinta en las manos y en la cara, las mangas también manchadas y un trozo de papel en la mano. ¡Maravilloso! Has quedado como un cuadro de Dalí y te vas a quedar con la fama de la rompe impresoras.
En las discotecas nos topamos con más momentos inolvidables, no sólo por que los hagas tú, sino por tus amigas. En tu caso, vas al baño y al salir, llevas pegado al tacón una tira de papel higiénico, y, no solo eso, sino que la falda se te ha quedado metida entre las medias y ¡¡vas enseñando medio culo!! Normal que al pasar cinco tíos me hicieran corrillo y me vitoreasen. Menos mal que llevaba las medias negras.
Una de tus amigas ha bebido más de la cuenta, va haciendo eses mientras se intenta subir a la tarima de la discoteca. Intentas detenerla pero con su voz de borracha te suelta “quuuuieeeeerooooo subiir…”. Sube la pierna como para montar un caballo y es cuando empieza a reírse a carcajada limpia. Mientras, a tu lado, la gente mirando el espectáculo y en el ridículo que hace tu amiga... vamos… que empiezas a sentir vergüenza ajena. Lo peor aun está por llegar. Al subir, empuja a una chica que se le cae la copa al suelo y claro, te cae a ti la bronca. Mientras tu querida amiga subida en la tarima bailando fatal y justo cuando va a levantar un pie, se tambalea y aterriza en el suelo. Eso sí, a pesar de estar sangrando por la nariz, ¡¡la tía sigue riendo!!
Tampoco podemos olvidarnos del típico tío baboso, que se acerca para vacilar un poco. “¡Ey! ¿Qué pasa nena? ¿Quieres que te de mambo?” ¿Mambo? Mambo el que le voy a dar yo como siga acercándose tanto. El niñito no sólo te vacila sino que por bailar como un pato mareado acaba tirándote media copa de red bull, pringándote pelo, cuello, espalda y brazo… ¡puag! Hale... nada más llegar a casa, a ducharse, pero claro, si vives con compañeros de piso o familia, ¡cómo vas a ducharte a las 7 de la mañana!
¿Y que ocurre si estas situaciones embarazosas nos ocurren con el sexo opuesto?
Me voy un fin de semana con un amigo “con derecho a roce”. Excursiones, botellas de vino y horas y horas entre las sábanas. Todo parece perfecto pero el domingo cuando estamos recogiendo para irnos, me salta “¿sabes? Mientras dormías, balbuceabas en sueños y se te escapó un pedillo” Menos mal que estás en el baño cogiendo el neceser, no podrá verte la cara de sorpresa, tu mano en la boca y tus mejillas al rojo vivo. ¿Qué digo yo ahora?... piensas… “Ah, ¿si?.... vaya” contestas medio tartamudeando. Eso provoca sus risas y ya no sabes donde meterte.
Los gases nos hacen pasar malos ratos.
Vas en el coche con tu nuevo chico. Te acaba de recoger en casa para llevarte a un restaurante sorpresa. No sólo vas guapísima, sino que llevas tu mejor perfume. De repente, notas que tu estomago se mueve… ¡No, por dios, ahora no! Intentas aguantar y parece que lo consigues pero, a los pocos minutos, vuelve el pinchazo. Empiezas a pensar… “¡¡por favor, que no, suene, por favor, que no suene!!” pero el siguiente dilema es “¡¡por favor que no huela, que no huela!!”.
Pero… ¿qué pasa cuando son ellos los que te incomodan?
Estáis en pleno momentazo. Luz tenue y una dulce lucha cuerpo a cuerpo. Tu falda ha quedado por el suelo junto a sus calzoncillos y tus braguitas arrugadas justo en el borde de la cama al lado de la almohada. Sus labios recorren tu cuello, cierras los ojos y te dejas hacer… y ¡pum! Un sonido que corta la intensidad de momento, ya sea porque resulta molesto o porque no puedes parar de reír y, claro, cómo te vas a poner a reír con todo el material de trabajo en funcionamiento. Bueno, también puede servir como un vibrador natural, él pone la maquina y tú la vibración, eso si, sin las pilas.
También puede ocurrir que sufra de sinusitis o, simplemente, que tenga mocos, pero ¡por favor! Que no haga un gargajo y lo escupa mientras vais andando por la calle. Lógicamente, el romanticismo queda por los suelos y te planteas la falta de educación del chaval. Así que, cuando te despides con un “¡Sí! Llámame y vamos al cine” en realidad piensas “cielo, está es la última vez que me vas a ver el pelo”. Y ya que hablamos de pelo, algunos podrían cuidarse mejor, ya no por la barba, sino que cuando les hable al oído que no me coma sus pelos de las orejas ni tenga que soportar el olor a sudor. Claro, así mis amigas me dejaron sola tan rápido, ¡al menos que me avisen!
Muchas veces lo que nos molesta no es lo que hagan, sino lo que no hacen. Se les olvidan fechas de cumpleaños o aniversarios, te cancela una cita para irse con sus amigotes a ver el partidazo de la UEFA… pero siempre es en los momentos íntimos donde meten la gamba. Bueno, o justo porque ni meten la gamba ni el gambón.
A los cinco minutos de empezar, tu querido churri ya ha terminado, apaga la luz y “buenas noches” y te da un beso en la frente. Bueno, gracias… al menos me llevo un beso paternal. A ver… creo que nos estamos equivocando ¿no? Es decir, el concepto no ha quedado muy claro, qué parte del 1+1 = 2 no ha entendido. ¡Vaya! Teniendo estudios de ingeniería pensaba que las mates estaban controladas. ¿No se supone que ya tiene que saber hacer integrales y derivadas? ¿Faltó a clase cuando daban ese tema? Lo peor de todo es ¡que está dormido de verdad! Relajadito y a pierna suelta mientras que tu estás boca arriba con los ojos abiertos de par en par (a pesar de estar a oscuras) y con los brazos cruzados. En estos casos me dan ganas de tirarle de la cama, tirarle un vaso de agua o, simplemente, largarme, aunque, claro… nunca lo hacemos ¿por qué? Supongo que preferimos tragarnos nuestro cabreo a hacer de esa situación más penosa de lo que ya resulta.
Momento incomodísimo: el temido gatillazo. Te esfuerzas con todas tus ganas y tu habilidad pero que no hay manera. Pim-Pam, Pim Pam… y ni se inmuta. Sudada, bueno, no, empapada de sudor y despeinada le preguntas que si lo haces bien o qué es lo que prefiere pero te contesta “me lo estoy pasando en grande, en ¡serio! Dame unos minutos que me recupere”. Que no, que no me engañe… ¡No le está gustando! Esas cosas se notan y más aún con la ley de la gravedad de por medio. Así que, con esto ya tienes un motivo para darle vueltas a la cabeza. Los minutos que el necesita, los utilizas tú para plantearte que no lo estás haciendo bien, que ha visto que tienes celulitis o que tus pechos no tienen la forma que él deseaba. El silencio se corta con un cuchillo y el muchacho intenta romper el hielo preguntándote en qué piensas. Me encantaría decirle que tengo el ego por los suelos, que me duele todo el cuerpo de tanto moverme (las agujetas que me esperan mañana…ufff) y que o ha bebido demasiado o no le pongo lo suficiente. Pero no dices nada, así que, te empieza a dar besitos y vuelta a empezar. Y lo que comienza a subir otra vez que baja. En serio, esto no me puede estar pasando a mí.
En realidad, lo que deberíamos plantearnos es ver las cosas de otra manera y no juzgarnos tanto ni a nosotros mismos ni a los demás. La mejor medicina para salir de los apuros es reírnos, y ¡qué mejor que una sonrisa para apaciguar la vergüenza!

2 comentarios:

  1. Ja ja ja ja ja

    Me he reído un montón. A todos nos pasa cosas curiosas en la vida, y malas experiencias, pero hay que tomar con humor esos momentos de ridiculez

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  2. jaja muy bueno lo de la impresora me recuerda a mi en ocasiones en la oficina, pero sin camiseta ajustada y miradas indsicretas jeje

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