lunes, 11 de enero de 2010

Bésame

Una oleada de sensaciones, a cual más intensa. Impulsos nerviosos que te guían sin darte cuenta. Todo se nubla, las pupilas se dilatan y un escalofrío recorre la espalda.
Ni el dulce sabor del chocolate, ni la miel más elaborada provocan tantas emociones como el roce de unos labios. Besos que dejan en la piel un rastro suave, un gesto pequeño que aumenta poco a poco, acompañado de miradas intensas y manos delicadas.
Una caricia en la nuca y un beso que le sigue, que rodea el cuello y que se desliza tras la oreja como silenciosa serpiente que busca su presa.
Evitamos sucumbir a la tentación de la bella manzana, esa que desterró a los hombres y que provocó el sueño de una dulce dama. Cerramos los ojos, aguantamos la respiración… no queremos dejar el camino fácil pero esos labios ya recorren nuestras mejillas. Se paran, los tenemos delante pero no nos rozan, sólo se acercan para tantear el terreno, sin pisarlo. Un duelo comienza en esos instantes, ninguno ataca. Se retan, ninguno quiere perder la batalla pero ambos ansían que estalle la guerra.
Ambos generales intercambian miradas, una mano asciende y sondea el terreno, vuelven a acercar posiciones, sacan las puntas de sus lanzas preparándose para la acometida. La respiración sigue entrecortada hasta que uno lanza toda la caballería.

Bésame, bésame como sabes, quiero sentirme especial durante toda la noche. Déjame sentir el calor de tu boca mientras me susurras al oído y notar tus manos entre mi pelo.
Bésame en los labios, donde nacen mis palabras. Rózalos con los tuyos dejándome sin aliento, mordisquéalos y pon las yemas de tus dedos dibujando su silueta.
Bésame el cuello, recorre con tu lengua la piel suave que lo rodea y libérame de las tensiones que me atan. Acarícialo con tus hábiles manos como el artista que se deleita viendo su gran obra. Desliza tus dedos por mis hombros y enrédalos entre mis manos. Necesito sentirte cerca, notar el calor de tu cuerpo que mientras esté contigo, no existen ni las angustias ni el tiempo.
Posa tus labios sobre mi espalda, la que me sostiene, me tiene en pie y me sienta. Si el cuello me delata, sabes que la espalda me pierde. Juegas conmigo, te detienes y me provocas a que te suplique. Una pequeña punzada de placer se centra en mis costados, arqueo un poco la espalda, no he sido yo… ha sido ella sola… tensando todos mis músculos alerta al siguiente roce. Sigue la columna, pero no me sueltes de las manos. No te veo, no te hablo… pero no necesitas que te diga nada.
Retomas mis labios más intensamente que antes. La delicadeza ha dejado paso a la ardiente pasión y nos aferramos a un baile de deseo entre palabras entre cortadas y suspiros que desaparecen en tu cuello. Ya no hay timidez, no hay miedos, quiero enredarme en tus labios y perderme en ellos. Perderme en un laberinto de paredes de terciopelo, dejarme guiar por una tenue luz que confunde mis sentidos y encontrar la puerta a un mundo desconocido.
Bésame el pecho, pequeño cofre de mis tesoros. Como un atrevido alpinista, ve escalando poco a poco hasta la cúspide. Encuentra cada recoveco, deja que tus manos indaguen todo el terreno y, dejando tus huellas en la suavidad de mi piel, alcanza el pico más alto mientras sucumbes ante el hermoso paisaje que desde allí contemplas.
Lánzate al vacío de mi vientre, un mar embravecido por la tormenta donde tu barco se deslizará por las olas, mientras el valiente capitán gira el timón rumbo norte, dejando que la proa se hunda y sumerja en las calidas aguas del mediterráneo.
Bésame, no esperes y déjame sin aliento. El juego empezó como dos niños inquietos que buscan descubrir nuevas aventuras. De un salto, dos fieras hambrientas se enfrentan entre las sabanas, pero tus besos me vencen, caigo rendida ante tu mirada. Mi espalda se arquea, mis ojos se cierran… sólo bésame y no digas nada.

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