Estoy a punto de entrar y ya estoy nerviosa. Realmente no sé si
debería atreverme, nunca he entrado a un sitio así y siento algo de vergüenza.
Supe de este sitio por casualidad, en una conversación con unos chicos en una
discoteca, decían que era el mejor para eso, sobre todo por la discreción. Me
preguntaron sí lo había probado y dije que no, se rieron de mi ingenuidad y me
plantearon que si quería conocerlo que les llamase. Nunca les llamé pero
investigué por mi cuenta, la curiosidad me podía. Al principio me sorprendía lo
que iba encontrando pero luego me dije "¿y por qué no?". No tengo
nada que perder, pensé, y tampoco a nadie a quien dar explicaciones, sin
embargo, algo me inquietaba, mejor dicho, me cohibía. Un día pasé por delante
para investigar. Una calle estrecha y casi vacía, tuve que volver a pasar
porque prácticamente ni lo vi. No sé por qué pero me fui corriendo, ¡cómo si
estuviera haciendo algo malo! Paré y me dije a mi misma que parecía una
quinceañera, soy una mujer madura y no hay nada de malo en experimentar, ¡la
gente lo hace y les gusta!

Ya sentados los tres, siento un cosquilleo en el estómago pero intento
disimular. Ella le explica que es la primera vez que estoy allí y, mirándome,
me dice que ellos me ayudarán a pasar un buen rato. Me hace un gesto para irnos
y nos dirigimos a unas cortinas rojas que hay en un pequeño rincón oscuro. En
esa zona la luz es mucho más tenue. Unas pequeñas luces anaranjadas recorren un
largo pasillo y a sus laterales se encuentran pequeños cubículos cubiertos con
unas telas, de los cuales salen susurros, resoplidos y gemidos. Más adelante
hay un salón, lleno de sofás donde hay gente besándose y tocándose mientras
otras miran la escena. La mujer me susurra al oído que es donde suele comenzar
toda la gente y donde se quedan los que disfrutan siendo observados y a quienes
les excita mirar. Seguimos por otro corredor con más habitaciones a los lados,
en esta ocasión son luces azuladas y un olor a canela impregna el ambiente. Al
final del pasillo hay una habitación con la tela blanca descubierta y es el que
eligen. Titubeo un poco pero ya no hay marcha atrás, siento el corazón acelerado
y calor en las mejillas. Entramos.
Hay una cama grande ocupando todo el cuarto y una pequeña butaca roja pegada a la pared. Él se sienta en la butaca, ella se pone de rodillas en la cama y me hace un gesto para que vaya a sentarme al borde de la cama. Cierro los ojos y siento sus manos acariciando mi cabeza, mi cuello y mis hombros, muy suave, casi con las puntas de los dedos. Baja por mis brazos para volver a subir y meter los dedos entre mi pelo. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo cuando noto sus labios rozando mi cuello a la vez que sus manos se deslizan hacia mis pechos, masajeándolos por encima de mi camisa. Los sujeta con ambas manos, hace pequeños círculos sobre ellos, sube, baja, los junta y los aprieta. Y siento que me gusta. Voy notando la humedad entre mis piernas y mis pezones cada vez están más duros con el roce de sus caricias. Sus manos ahora bajan por mi vientre y se desvían hacía mis muslos, recorriéndolos lentamente, subiéndome la falda a cada movimiento y abriéndome las piernas poco a poco. Ahora siento cómo sus dedos empiezan a recorrer la parte interna de mis muslos hasta detenerse en las ingles y acariciarme entre las piernas por encima de las braguitas. Me arden las mejillas, no imaginaba que pudiera sentir tanta excitación con unas simples caricias.
Hay una cama grande ocupando todo el cuarto y una pequeña butaca roja pegada a la pared. Él se sienta en la butaca, ella se pone de rodillas en la cama y me hace un gesto para que vaya a sentarme al borde de la cama. Cierro los ojos y siento sus manos acariciando mi cabeza, mi cuello y mis hombros, muy suave, casi con las puntas de los dedos. Baja por mis brazos para volver a subir y meter los dedos entre mi pelo. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo cuando noto sus labios rozando mi cuello a la vez que sus manos se deslizan hacia mis pechos, masajeándolos por encima de mi camisa. Los sujeta con ambas manos, hace pequeños círculos sobre ellos, sube, baja, los junta y los aprieta. Y siento que me gusta. Voy notando la humedad entre mis piernas y mis pezones cada vez están más duros con el roce de sus caricias. Sus manos ahora bajan por mi vientre y se desvían hacía mis muslos, recorriéndolos lentamente, subiéndome la falda a cada movimiento y abriéndome las piernas poco a poco. Ahora siento cómo sus dedos empiezan a recorrer la parte interna de mis muslos hasta detenerse en las ingles y acariciarme entre las piernas por encima de las braguitas. Me arden las mejillas, no imaginaba que pudiera sentir tanta excitación con unas simples caricias.

Abro los ojos y veo que él se incorpora y ella le sigue. Empiezan a
besarse y a acariciarse. Les miro embelesada, sus cuerpos buscándose y
deseándose, sus bocas sedientas y sus manos desnudándose mutuamente. Voy
perdiendo la timidez, me aventuro a probar y me uno al grupo. Nos colocamos de
pie, una a cada lado de él, quedando sus piernas abiertas entre las nuestras.
Primero imito los movimientos de ella y luego voy investigando por mi cuenta.
Cuatro manos tocándole el pecho, los hombros y la espalda, pasando nuestras
lenguas por sus pezones y su torso. Ella le desabrocha el pantalón y queda al
descubierto su erección. Me coloco detrás y masajeo su espalda, descendiendo
por los costados y presionando sus nalgas, las mordisqueo y subo con mi lengua
haciendo un recorrido serpenteante y pausado. Ella se encuentra arrodillada
jugando con su boca y sus manos y el sujeta su cabeza con las suyas, metiéndole
los dedos entre su pelo y apretándola más hacia él. Su excitación cada vez es
mayor, la respiración se le entrecorta y gime de satisfacción. Me arrodillo y
voy acariciando desde atrás sus piernas y la parte interna de sus muslos. Palpo
sus testículos y los dejo entre mis manos. Ella me cede el lugar y, mientras yo
continuo con la boca, se levanta para colocarse delante de él, se desprende de
la poca ropa que queda y le seduce acariciándose ella misma todo su cuerpo y se
tumba en la cama mientras sigue tocándose deseosa de que vayamos junto a ella.
Él se retira de mí y me hace un gesto para que me levante y me dé la vuelva.

Ella se levanta y empieza a recoger su ropa. Me mira de arriba abajo y
me dice que le encantaría volver a repetir la experiencia conmigo y que espera
que me haya gustado. Se acerca a mí, me coge la barbilla con sus manos y me da
un beso en los labios a modo de despedida y salé de la habitación. Él se
levanta y también recoge sus pantalones. No
me habla, sólo me mira, me sonríe y desaparece tras la tela blanca. No sé el
tiempo que ha pasado pero ya es hora de retirarse. Recojo toda mi ropa y me siento en la butaca. Me pongo las braguitas y no puedo evitar pensar en lo ocurrido. Recupero
el sujetador y la camisa y un escalofrío recorre todo mi cuerpo al recordar
cada sensación, cada caricia, cada gemido. Ya vestida, salgo y deshago el
camino andado: el pasillo de luces azuladas, el salón de los sofás, ahora
vacío, el pasillo de luces anaranjadas y al fondo las cortinas rojas. Salgo de
aquel local con la sensación extraña de haber vivido un sueño, como si nada de
aquello haya sido real. Miro hacia atrás y allí está la puerta por la que antes
entré tímida y vacilante. No, no ha sido ningún sueño, ha sido todo muy real,
una experiencia intensa e increíblemente excitante.